
Este relato fue producido en la Uni Experimental
Sabía que su apuro era imprudente pero no le importó, quería volver. Cuando vio que el colectivo no disminuía su velocidad, salió de la garita de un salto, se puso en puntas de pie al borde de la ruta y estiró su brazo derecho formando un ángulo de 90 grados con su torso, implorando que parara. La unidad 12 de la empresa Monticas pasó por la parada Firmat sin frenar. El viento caliente del micro la hizo retroceder. De un tirón se arrancó la colita del pelo y repitiendo una y otra vez “no te lo puedo creer, no te lo puedo creer, no te lo puedo creer”, se volvió a armar el rodete.
―Debe haber estado lleno. Capaz pasa otro en un rato ―dijo el pibe vestido con short de fútbol, camiseta de Unión y Cultura de Murphy y botinero en mano.
―No creo, sólo los lunes y los viernes ponen refuerzos ―contestó Malena.
El próximo, pasaba a las siete y media. Amagó con sentarse en la garita pero enseguida se sintió sofocada. Agarró su mochila, la carpeta, los libros y se sentó afuera, en el piso, sobre el pasto duro de una primavera que terminaba con más de 40 días sin lluvia. Buscó su teléfono, sacó una foto de la ruta 33 y subió una historia a Instagram, 18:20: Otra vez varada. Gracias #EnteRegulador.
Había titularizado aquellas seis horas cátedras de Historia en la escuela técnica de Firmat tres años atrás. Supuso que luego de dos años podía pedir el traslado a una escuela de su ciudad, pero la pandemia había cambiado la agenda ministerial. Ese jueves, sentada en aquella banquina, todo se le aparecía como un despropósito. La chomba de piqué rojo de su uniforme en una tarde con más de treinta grados. Hacer sesenta y cinco kilómetros de ida, sesenta y cinco kilómetros de vuelta un catorce de diciembre, sólo para cumplir horario. Esperar que el ministerio provincial volviera a abrir el escalafón de traslados. Pensó en su hija de cuatro que ya estaba de vacaciones. Intentó recordar cuántas veces su madre la había dejado a ella y a sus hermanos al cuidado de alguien. Sólo recordó un par de velorios. “Eran otros tiempos”, se dijo. Hizo cálculos mentales: de sueldos, de horas, de alumnos a cargo, de gastos que no eran imprescindibles. “No hace falta que viajes, con las horas que tenés acá es suficiente”, le decía su marido. “¿No te conviene seguir haciendo reemplazos en Venado?”, le preguntaba su madre que no esperaba ninguna respuesta.
―Eyyy, ahí viene ―le dijo el pibe de la camiseta de Unión y Cultura.
Antes de subir, sacó otra foto. Esta vez, del colectivo detenido con la puerta abierta y el chofer cobrando los boletos. Buscó un asiento libre al lado de la ventanilla. Acomodó la mochila y los libros y publicó otra historia en su cuenta de Instagram, 19:35: San Monticas se dignó a parar.
Reclinó el asiento y en ese movimiento, por segunda vez en el día, cobraron vida las palabras de su madre. “Ese no es un vestido de promoción, parece un batón que usaría una señora de más de sesenta años”, le había dicho una tarde post escuela allá por fines de los noventa. Azul marino con lunares pequeños blancos, mangas cortas, largo a la rodilla, rematado por una línea de botones blancos que iban desde el cuello a la cintura, ella le mostraba “Don´t Speak” en MTV y le decía que un vestido como ese era el que le gustaría usar para su fiesta de promoción. Del otro lado del pasillo, un asiento más adelante, una señora de más de sesenta años, con un vestido azul marino a lunares blancos, sostenía una carpeta sobre sus piernas.
Para su fiesta de promoción Malena tuvo su vestido azul marino: liso, de seda labrada, breteles finos que se ataban a la espalda y largo hasta los pies. Igual que Gwen Stefany en aquel video, la señora usaba las uñas pintadas de rojo, su cuerpo era menudo y la carpeta que sostenía era voluminosa, tamaño oficio, forrada en papel de diario y parecía contener hojas de diarios. Malena se quedó expectante a los movimientos de la señora, pero la señora sólo conservó su quietud: la mirada fija hacia adelante, las manos cruzadas sobre la carpeta formando una ve. A Malena no le quedó más remedio que imaginar. Supuso que venía desde Rosario y que bajaría en Venado Tuerto. Le daba curiosidad saber quién la estaría esperando. Pensó en hijos y nietos. Por eso traía la carpeta, para mostrarles algo de su historia familiar. Quizás la esperaba una hermana o un hermano o alguna amiga o su pareja. Quizás en Venado no la esperaba nadie. Quizás era de Venado y había viajado temprano a Rosario a un turno médico o a visitar amigos o familiares que le prestaron o le devolvieron aquella carpeta. ¿Qué contendría?, ¿recetas, artículos sobre alguien famoso, artículos de su interés?, pero ¿cuál sería ese interés? Esas uñas rojas y aquel vestido eran indicios de una historia no tan obvia. Cuando faltaban algunos kilómetros para llegar a Murphy, la señora buscó una hoja en particular que tenía enganchada una tarjeta personal con un clip. Malena alcanzó a ver que eran hojas de la sección clasificados de algún diario que no pudo identificar. Algunos de los avisos estaban remarcados con birome azul. La señora sostuvo la carpeta y la tarjeta con una mano, con la otra se agarró del asiento de adelante, se paró, caminó hasta la puerta y esperó que el colectivo se detuviera en la terminal de Murphy, una parada antes de llegar a Venado Tuerto. Allí bajó. Malena pudo seguir sus movimientos desde la ventanilla. La señora cruzó hasta la casa de ladrillos vistos frente a la terminal. No tocó timbre, ni buscó llaves en su cartera, se sentó en el banco de plaza que estaba debajo del porche. Otra vez: la mirada al frente, la carpeta sobre sus piernas, las manos cruzadas sobre la carpeta y la tarjeta entre sus dedos.
Antes de que el ómnibus se pusiera en marcha, Malena alcanzó a sacarle una foto desde lejos, un poco oscura. Editó la luz y el contraste, abrió Instagram, subió la foto y escribió: El que espera no siempre desespera. Borró enseguida. Miró la hora y volvió a escribir, 20:18, saber esperar. Dudó y agregó signos de interrogación a aquello que le sonaba como un mandato. Borró todo otra vez. Agregó la hora, la localización y publicó la foto en blanco y negro.
Cecilia Alvado nació en Venado Tuerto en 1979. Estudió Comunicación Social en la Universidad Nacional de Rosario. Es Directora de Nivel Secundario en la EESOPI N° 3095, Cultura Inglesa. Realizó la Diplomatura y Especialización en Gestión de las Instituciones Educativas en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Lee, corre y escribe en estado constante de asombro y aprendizaje.
Una respuesta
Paul
Un ramo de flores el texto. Gracias.