
MANUAL DE SUPERVIVENCIA
“El que no sabe es como el que no ve”, decía el Chacho, equiparando directamente la ignorancia a la ceguera. La sentenciosa frase de mi viejo resonaba en mi cabeza mientras mateábamos charlando con nuestros compañeros de ranchada. La conversación tenía toda una intención pedagógica, instructiva, destinada a preparar a unos primarios (1) para que pudieran ubicarse y sobrevivir en la cárcel.
–Está la yuta (2) y están los presos y en el medio está la reja– el Negro Medina intentaba ser gráfico como si les hablara a pibes de tres años. Nosotros escuchábamos atentos, más por educación que por otra cosa. Pero era vital saber que con la policía no había que tener más interacción que la imprescindible. Nada de conversar, pedir cosas individualmente, aceptar encargos, ni menos tomar mate con un cobani (3). Nada de tocar las llaves, los candados o los pasadores de las rejas. –Eso es cosa de buchones –dijo enfáticamente.
Ser buchón, ortiva, batidor (4) es lo último de la escala presidiaria. De allí no se vuelve. Y está bien, es por la preservación de la “especie”, para que ésta no se convierta en aquello que odia. En el otro extremo, ser rocho (5) es lo máximo; pero tiene que ser de caño (6). La escala de la consideración comienza con los que roban amenazando con un arma y que no tienen reparos a la hora de usarla, sobre todo contra la policía. Caer preso después de un tiroteo aumenta el cartel (7). Y el que además de no tener pruritos en usar la violencia, muestra una cierta capacidad de planificación, como por ejemplo para hacer un secuestro extorsivo, mejor todavía.
Después vienen los demás ladrones: escruchantes, descuidistas, arrebatadores (8). Los asesinos son una especie aparte. Se los respeta, pero matar por otras razones que no sea un botín no tiene mucho sentido. Los últimos en la escala son los que están presos por defraudaciones y estafas. Parecería que el uso de la astucia, la inteligencia y el engaño sin que medie violencia física no rankean. Son “estafiñas” como se los denomina despectivamente, se los considera giles, logis, débiles, no confiables. Fuera de la escala están los violadores. A estos se los somete a la ley del Talión, aquella del ojo por ojo…
Como toda clasificación, ésta es, por definición, arbitraria, como lo demostró el Ciego en su magistral “El idioma analítico de John Wilkins” (9). Y no lo es menos este pastiche armado por muchos actores y con muchos ingredientes: las fabulaciones de los presos, la insidia de la policía, las conjeturas de la jerga judicial y la crónica roja de los medios amarillos. En el fondo, es una cuestión de clase, en la cual, los de “abajo” se toman revancha de los de “arriba”.
¿Dónde encajábamos nosotros en esta clasificación? Estábamos en la cima del ranking, pero podíamos percibir una cierta “distancia”. Como si supieran que éramos sapos de otro pozo. Nos miraban con una suerte de admiración y respeto que sólo entendimos mucho tiempo después. Los presos no preguntan, pero saben; escuchan, pero no juzgan.
Seguramente no todo, pero en un rato aprendimos lo esencial para empezar a caminar bien, expresión carcelaria que denota al que no se mete en embrollos, que no quiere ni da problemas, que sabe lo que hay que hacer. Y si la inteligencia es, como dice el mataburros, la “facultad de la mente que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad”, enseguida supimos que teníamos que ser muy inteligentes. Tanto como el Negro que nos eligió porque supo ver quiénes éramos y que seguramente por nuestro aspecto, íbamos a tener visita y paquete (10) y eso es vital para la vida cotidiana en la cárcel. Comer y fumar son dos de las necesidades básicas generalmente insatisfechas de todo preso.
La charla siguió varias pavas de mate con un pormenorizado identikit de cada uno de los principales habitantes del pabellón: con quién hablar, con quién no, a quién pedirle qué, de quién cuidarse, en quién confiar y un largo etcétera. No sería la única. Después vinieron muchas charlas más, con nuestros compañeros de ranchada y con otros presos con los que fuimos interactuando. Había que gastar el insumo más abundante de la cárcel: el tiempo. Sólo que esta primera “lección” se convirtió en un verdadero manual de supervivencia para atravesar, al menos esta primera parte de la cana, sin morir en el intento.
(1) Así se llama a los que caen presos por primera vez.
(2) Policía. Genéricamente hablando, los presos no distinguen a la policía que los captura y manda a la cárcel de los integrantes del Servicio Penitenciario Federal que los custodia en las prisiones.
(3) Otra manera de decir “policía”.
(4) Formas de denominar a los confidentes de las autoridades.
(5) Rocho, chorro, turro, distintas denominaciones de los ladrones más considerados por sus pares.
(6) Con arma de fuego.
(7) Prestigio, fama, consideración entre los presos.
(8) Escruchante es el ladrón que ingresa a una propiedad, sin violencia y hurta cosas valiosas; descuidista, como su nombre lo indica es que se lleva algo aprovechando la ocasión y el descuido de sus dueños; arrebatadores son los que roban arrancando de un tirón cadenas, joyas, relojes, carteras, mochilas, etc.
(9) Borges, Jorge Luis; Otras inquisiciones
(10) Para suplir las carencias de la cárcel, los familiares de los presos traen, cuando vienen de visita, una bolsa con alimentos, y un conjunto indeterminado de cosas que varía con los permisos ocasionales.

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