Me sorprende la sorpresa. Todo castigo, militar o democrático, siempre lastima a los mismos, a nosotros mismos.
No alcanzan los hechos, por más terribles que sean, para que impliquen alguna consecuencia. Estuvimos a punto de morir todos, casi juntos, en orden: primero el primer mundo, después el tercero, y así hasta terminar el pote. Tan jodida venía la mano, que hasta las cucarachas inmortales, sintieron un poco de miedo.
La pandemia prometía más, una marca imborrable, un tatuaje amoroso, un nombre ajeno, esa declaración eterna, un cumplido después de tanta promesa. Qué lindo fue sentir, volver a creer, imaginar otro poder, otro final, que no sea el mismo infeliz de siempre. Un final de besos escondidos, un tigre mal alimentado, intentando disimular el error.
Sea como fuese, aquel enemigo parecía mucho más fuerte, sólido, ineludible, imposible de masticar. Estábamos seguros de que jamás volveríamos a ser los mismos, para bien o mal, esta vez no podía fallar. Sin embargo, acá estamos, no pasó nada, ni un solo rasguño, seguimos en la misma, comprando dólares e insecticidas.
Los muertos murieron, el mundo tembló en serio, fuera de joda. Los bancos mostraron la hilacha, y el alcohol se hizo legal, otra vez. Los matrimonios se desanudaron, y la fobia se puso de moda. Los perversos volvieron a ser soñados por neuróticos, las fiestas perdieron la guerra y las casas recuperaron el orden.
Los acontecimientos no alcanzan “La gente se olvida”. Puede pasar cualquier cosa… ¡Cualquiera, eh! Todo se olvida, más tarde o bien temprano, la Historia se atrasa, no llega nunca a tribunales, pierde el juicio y nos cuentan cuentos al ir a dormir: Sana sana, si no hay justicia hoy, será mañana.
No nos olvidamos solos, por distraídos, ignorantes o por desagradecidos. Existe una máquina infernal, silenciosa, cruel como un dálmata, que no juega limpio, mancha. Un discurso que nunca se calla, habla sin levantar la mano, interrumpe hasta salir en los diarios (menos los lunes) Nadie se olvida solo, un ejército de bocas que nos encierran como moscas, antes de poder pronunciar alguna palabra. Un mal hábito, malas costumbres, nos convencemos por imitación, por miedo, repitiendo un silencio traducido, que no pide ni perdón y menos permiso. Un país enmudecido, un bosque sin sol y con pocos frutos. Volvemos a ser potencia, una espera, un turno equivocado, otro médico a la derecha.
Ese olvido no es casual, no está en el padrón, ni hace signo en el horóscopo. Esta laguna no trae agua limpia, miente, asusta, exagera su profundidad. Lo que falta no es memoria, lo que sobran son canallas disfrazados de guardavidas.
Así como la gimnasia hace bien y el tabaco tan mal, esa regla de tres simple, no garantiza el trote. Nos fuman en pipa y les convidamos fuego, somos la maratón que siempre corre otro. “Una que sepamos todos”. Desde chiquitos nos ilusionan con universales, fantaseando con algo que alcance para todos. Un saber que se deje cantar, un himno divertido y no uno muerto de memoria.
Lo indiscutible se discute, porque nos confiamos demasiado, cancheros como dulce, perdimos por mala leche. Un resultado injusto, gritamos trampa y pedimos que nos pasen la meritocracia para nuestro lado. Este es el equipo de los buenos, los leales, si por casualidad agredimos, siempre es con respeto, honestidad y empatía, todo legal, blanco sobre algunos negros.
¡Pumba! Gol de media cancha, un revoleo, suerte de principiante. Una película sin género, pero con mucho presupuesto. Un chiste que no causa, broma pesada, y que es tan jodida, que se hace imposible una explicación.
La derecha se aprendió las tablas de memoria. Larga la carrera con kilómetros de ventaja, tiene más licitaciones que parientes. En esa vereda de sol artificial, de risas grabadas, con comediantes jubilados y políticos que se jactan de robar en privado, hoy se estrena una nueva serie, escrita por pantallas, porque hasta los guionistas se doblan alguna vez. Hay límites, una cosa es la ficción, y otra muy distinta, es pasarse con las rayas.
Esos que parecían torpes, bizarros, con emociones más falsas que video emotivo ante los cuales fingimos atención, esquivando el movimiento de los mozos.
Así como los ves, inofensivos, una minoría, perdidos como arqueros en búsqueda de lugar en el almanaque, sin mostrar maldad, esos dibujitos se animaron y dieron el batacazo. A la hora de la merienda, llevaron a votar a Pinocho, lo llenaron de mentiras y promesas. Juraron privatizar las narices, regular el crecimiento, y hacer madera a la democracia.
La hicieron fácil, literal, pagando el valor de mercado: “El candidato es el proyecto” Se afanaron todas las patentes sin ser condenados. La justicia está divina, las sentencias de ayer, son las noticias de hoy. ¡Extra! ¡Extra! Un nuevo modelo que se vende como pan sin dientes: ¡Atención! Vean esto: Desde los Estados Unidos de América, recién llegados y en exclusiva, les presentamos la novedad, sin trampas ni engaños, a la vista de todos, cumpliendo con lo prometido. A pesar de haber sido difamados, agredidos, perseguidos por ropa vieja y zapatos pasados de moda, acá está lo prometido: ¡Pantalones nevados!
No importa a quién le toque ser boleta esta vez, puede ser Mickey o su doble de riesgo, el discurso se sostiene de todas formas. No hay nada personal, a esa máquina de coser, no le importan las personas. Lo nuevo se vende con olvido. Lo reprimido siempre vuelve, retorna como represor.
Si en Argentina, la dictadura cívico militar, no ha caído en el olvido, es porque algunos hicieron algo. Un grupo imposible de contar, una cifra que no tiene precio.
La memoria es artesanal, está cosida por manos nacionales, por trabajadores sin patrón, trenzas, retazos de historia, que no volverán al silencio, Bocas que no dejarán nunca de contagiar. Labios que mantienen vivo el recuerdo, silbando la melodía de una que sí sabemos todos.
Cuando la decisión patea, es gol asegurado, no hay lugar para las dudas, ni arquero que la pueda atajar. Dibújenla como quieran, a esa derrota, nunca la vamos a olvidar. Ese día no se gana, se hace el tiempo para la pérdida. Ausentes con aviso, sin traición ni desaparecidos.
No alcanza con que la gente se pueda ir de vacaciones, probar la sal marina, quemarse con la arena, comer bastante seguido, elegir la temperatura del aire, perderle el miedo a la luz, y otras facturas, para convencer a los fundamentalistas, de que no insistan en regresar. La creencia vence a la experiencia. No hay recuerdo que resista, cada vez son más bajos los golpes que soporta.
La felicidad no garantiza nada. La promesa de ser otros, nunca pasa de moda. De tanto amor propio, terminamos siendo nuestros seudónimos. Nos cuentan los tíos, valoramos lo ajeno, caemos en la misma joda de siempre. No aprendemos más, porque eso no se enseña.
En estas tierras el amor se hace en pesos. El goce blue aumenta minuto a minuto, ya sabemos cuánto excita pensar hasta donde llegará. Salís corriendo como torero para meterte en la cueva, esa cárcel de la que escapaste, ahora te pone en la fila. Esperas paciente, aplicado, sin empujar, que te de den lo tuyo, ese latigazo, el castigo que vendiste desesperado.
El terror no asusta a nadie ¡Hay que trabajar! Eso sí que mete miedo. Porque los malos serán muy malos, pero no tienen una hora de trabajo encima. A un producto hecho con dolor, lágrimas, y sudor sin gimnasio, difícilmente se lo pueda imitar, copiarlo hasta dejarlo sin valor. Gozar es sentirse único. El amor es una repetición llena de diferencias, una libertad que no necesita autorización para retirarse antes.
Jaques Lacan en su seminario número 17 se ocupó del discurso. Lo tomó de sorpresa, por su reverso, rápido como corrida cambiaria, lo puso de espaldas en una sola toma. Todo pasó tan rápido, que ni el hipo tuvo tiempo de asustarse.
Un poco cansado de tener que explicar los chistes, Lacan una vez más: “El capitalismo fabrica Gadgets, objetos de imitación. El mercado ofrece objetos a de imitación” A un objeto se lo puede imitar, pero la causa de un deseo no se deja copiar. Algunas singularidades no están a la venta. El capitalismo sabe robar las formulas, el resultado de los exámenes, aprueba finales, y siempre es bien recibido. Lo que el Mercado nunca podrá engañar, es a la angustia. Eso no finge, ni se deja tomar por afecto, y menos que menos, por uno tan artificial.
Si están angustiados, eligieron bien. Pero si están enojados, sorprendidos, desilusionados, entonces, con el mayor afecto, hay que seguir trabajando.
Jeremias Aisenberg. Psicoanalista y Escritor
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