A propósito del nombre Venado Tuerto | Alejandra García

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Producida la independencia, las Provincias Unidas del Río de la Plata incluyeron en la definición de su territorio, espacios como la Patagonia y la Pampa. Asociado a esta última se encontraban las tierras que luego conformaron el pueblo y los campos del Venado Tuerto.

Aunque estos fueron reivindicados como parte de los límites más o menos imprecisos heredados del antiguo orden virreinal, estaban lejos de ser efectivamente ocupados y sujetos a las instituciones que se iban construyendo. Seguían al igual que en el período colonial, habitados por un heterogéneo conjunto de comunidades originarias, que se manejaban por sus tradiciones y costumbres.

Este territorio se trataba a todas luces de un espacio fronterizo, periferia del que controlaba el gobierno argentino. Un área de interrelación entre dos sociedades distintas, en la que se operaban procesos económicos, sociales, políticos, y culturales.

En ese orden de cosas y acompasando los tiempos relatados, se dio en 1864, la creación del fortín el Hinojo o Hinojal —sin saber aún, si se llegó a concretar la construcción del Zapallar Chico— sobre el camino real en las cercanías de la hoy ciudad de Venado Tuerto. Con este se trataba de reforzar la línea de frontera en avanzada, entre la comandancia de Melincué y el Loreto (Mollo,2013). Sin embargo, más allá de la función militar que tuvo, que fue tomada como exclusiva por la historiografía clásica, subyacía en su creación la dimensión agrícola. Esta se vinculaba al proceso de construcción económica y social que llevaba a cabo el Estado argentino, articulado económicamente en torno al puerto y al modelo agroexportador, en donde las fronteras interiores eran requeridas como lugar de la colonización. Lo que entrañaba en ciernes, la desaparición de la idea de desierto, que no era más que una metáfora de lo que para la cultura blanca decimonónica significaba, un lugar que no era habitado por ella. De hecho, poseía desde siempre, campos fértiles que luego serían utilizados para las pasturas y la cría de ganado.

Entretanto la transformación del desierto no se consumaba, la frontera siguió siendo el espacio de las relaciones interétnicas. Al igual que en otros lugares de la pampa, era un lugar donde convergía la cultura occidental, en especial la asociada a la instalación del fortín, y la de los indígenas, de complejas relaciones que iban del comercio e intercambio, a la mediación o presión militar, acuerdos sobre cautivos o el malón. Asimismo, se daban procesos de mestizaje e intercambio cultural a través de la dimensión comunicacional. Sus productos fueron la evidencia de esa convivencia fronteriza.

De ahí, que la ausencia de una cultura sedentaria aborigen no fue óbice para que esos campos se conocieran, desde principio del siglo XIX, con el topónimo mapuche, Trawma (ciego o tuerto) truli (venado macho)[1] “tuerto venado de las pampas”.

Las rastrilladas fueron las primeras vías de comunicación que utilizaron los pueblos indígenas en el área pampeana para comerciar/ traficar grandes arreadas de vacunos con destino a Chile y organizar malones contra poblaciones y haciendas de los criollos. También transitarían por ellas, en sentido contrario, gauchos desertores, exiliados por motivaciones políticas, y el ejército para realizar entradas punitivas a los indígenas. La región estaba atravesada por una verdadera red vial, destacándose rastrilladas principales como las Tunas entre otras, y secundarias, como del Loreto y el Hinojo.

Las Tunas era transitada por los Ranquelinos y los indios de Pincén. Se trataba de un lugar estratégico por ser encrucijada de varios caminos que conducían al gobierno de Salinas Grandes, con centro en Chilihué —comandado por la dinastía Cura—, a Leuvucó —centro político del cacicazgo Ranquel—, en la región del monte y a los campos del trenque Lauquen-Carhue (Mandrini y Ortelli,1992). Su alta movilidad no debía confundirse con nomadismo, pues estas poblaciones se encontraban asentadas en lugares perfectamente determinados, esto es, en territorio aborigen propiamente dicho. Los campamentos temporarios en sus incursiones solían repetirse en los mismos parajes teniendo en cuenta los puntos habitables de la pampa. Los sitios posibles para acampar estaban determinados por la existencia de pastos, aguadas y lugares protegidos. De allí que el bautismo del terreno desde tiempos muy tempranos, había sido el medio para individualizar o dar a conocer el lugar, por la utilidad de este. El topónimo mapuche Trawma Truli había servido de referencia y ubicación, para la localización de una laguna, cerca del poblado de Christophersen, que proveía de agua a indios y blancos en la inmensidad de las pampas. Los mapas del ejercito de 1872, Cartas Pampas del Sud así lo registraban para su orientación.

Si el territorio implica siempre una apropiación del espacio, con sentimiento y conciencia de esa apropiación (Haggett, 1994) entendemos que nombrar es la forma que tienen los pueblos para tomar posesión. Como es costumbre en los topónimos, el nombre debió estar asociado a recuerdos de eventos que habrían ocurrido en el lugar (posiblemente en relación con un venado), pero que desde la perspectiva india ignoramos. La región tenia en su toponimia las huellas de la cultura aborigen que la transitaba, y la unidad lingüística que había tenido lugar con la araucanización de las pampas.

La conquista del desierto puso fin a estas interacciones. Los fortines fueron abandonados y los aborígenes alejados para siempre de estos parajes. La guerra contra el indio tuvo como resultado su exterminio y la apropiación de sus tierras —el mapo—, pero también de su territorio simbólico comunicacional, la lengua —el mapudungun— (Bengoa, 1992).

Cuando en 1881, salieron a remate los campos que conformaban dicha frontera y que en parte conformaron el pueblo, el vocablo que señalaba la laguna había perdido para entonces su origen, quedando asociado a la cultura blanca,desdeuna narración que cumplía a la perfección con los arquetipos de la Historia oficial sobre el enfrentamiento entre blancos e indios en el siglo XIX. La leyenda convertida en mito, se imponía desde desde la gesta heroica miliciana en los fortines, en su disputa con el indio por el control del territorio.

Este ensayo es una actualización de los trabajos “La marca del desierto en la construcción identitaria, de la de un pueblo fundado en la huella de una frontera interior (2005) Alejandra García y Gladis Mignacco, presentado en las IV Jornadas Nacionales, Espacio, Memoria e identidad, en calidad de ponente, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario, 4 ,5 y 6 de octubre de 2006 y en la Revista Lote N° 100, diciembre 2005.


[1]  Ozotocerus Bezoarticus truli, (el macho en mapuche ) y juwam (la hembra venado en mapuche) (www.patrimonionatural.com/HTML/especies/mamiferos/venado/descripcion.asp


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