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Deberían hacer una lista con dos columnas, los que se curaron y los que no, le digo a mi mamá mientras esperamos su turno. Levantamos el humor –el que se pueda– como bandera cuando amenaza el pesimismo.

La acompaño a las aplicaciones de calcio. Una vez por semana nos pasamos la mañana en la clínica. En la sala de espera, una ronda de pañuelos en la cabeza, sombreritos, pelucas, vinchas para sostener las pelucas. Ojos sin cejas. Algunos parecen esos muñecos realistas de recién nacidos con sus caritas arrugadas; demasiado reales.

Entre el espanto y la risa, encuentra con esfuerzo su voz y me contesta que no, que mejor no. Será que vemos los que nuestro miedo nos pone enfrente.

Te acordás de la peluca de la Yoli Tavani, le digo bajito. Se tienta. Una peluca de pelos duros y opacos torcida sobre la frente. A dos aguas, más que una raya al medio. Pero la Yoli no estaba enferma, sólo se había ido quedando pelada.

En las habitaciones donde se hacen las quimios y esas cosas, hay café, té, mate cocido y agua. Una cama y sillones cómodos.  Y la novedad: hojas con mandalas y lápices de colores. Los miro, despectiva y escéptica. Mi mamá siempre elige la cama y se adormece escuchándome. La duermo, pienso (no soporto la lucidez de su mirada y no paro de hablar). Pinto uno. Todo sirve para sostener la ilusión: mandalas, como espejitos de colores.

Mi papá va y viene, charla con la enfermera y le hace chistes. Sabe que le gustan los autos y los motores y le trae revistas viejas para prestarle. Mira la hora y controla el sachet (¿es un sachet también?) colgado sobre la cama. ¿Le queda mucho a esto? Ya está ¿eh?, trata de engañarla. Inventa algún mandado más para matar el tiempo (él siempre quiere matarlo, yo, estirarlo; mi mamá sólo se suspende).

Cuando salimos, nos cruzamos a un negocio a comprar ropa, sus ganas intactas de estrenar algo lindo. Está bronceada, se ve mejor (ese médico pícaro me dijo qué lindo me queda el sombrerito, me susurra una vez cuando mi papá no escucha). Yo la veo cada vez más chiquita. Le digo que le va a pasar como a Úrsula Iguarán de Cien años de soledad, que los bisnietos jugaban con ella y la dejaban perdida entre las muñecas.

Cada seis meses sumamos estudios de control: centellogramas, análisis, tomografías. Se entrega a todo eso, sin cuestionar. Hacer algo ayuda a pensar que algo puede hacerse. Sea lo que sea, no me mientas, dice; pero no los mira.

Mientras esperamos la autorización que puede tardar no se sabe cuánto, conseguimos unos remedios de alguien que “dejó de tomarlos”. Muy buenos no deben ser, dice (su manera del humor, también).

Los remedios, los trámites, la mutual; la otra batalla de los tratamientos a la que también hay que ponerle el cuerpo (todos terminamos poniendo el cuerpo). Planillas de alta complejidad, historias clínicas, renovaciones, estudios previos. Palabras que vamos incorporando sin darnos cuenta, como la bolsa cada vez más pesada con las carpetas y los sobres que llevamos encima todo el tiempo.

Me acuerdo del colectivero del Negro Vallejos. ¿Por qué todos los viejos andan con una bolsa? ¿Qué mierda llevan en la bolsa? El público estallaba de risa.  

Llevamos la bolsa con los estudios, Negro.


*Mandalas es parte de un libro que se publicará en el 2020. La ilustración que acompaña este texto y todos los de ese libro son de Emilia Tauil, estudiante de Diseño Imagen y Sonido (UBA). Pueden seguirla en Instagram como @miatulila para apreciar su arte.

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8 Respuestas

  1. Ana Isabel Sarbach
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    Gaby ,no sé si es la sensibilidad de estos tiempos pero tu relato/cuento me identifica con tantos momentos vividos …..acompañando, sosteniendo intentando siempre «alivianar» lo difícil. Estoy muy emocionada al leerte y se me nubla un poco todo. Al escribir esto , me siento incluida en tus palabras .El don de aquellos que pueden escribir expresando los sentimientos y experiencias que al resto nos cuesta poner en palabras.Gracias!

  2. Omar panza Majul
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    Muy bueno Gaby!!! Una pequeña diferencia celular hace que todo pueda cambiar !!! Resiste membrana celular , no dejer pasar a nadie que no tenga ganas vivir!!!

  3. Monica
    | Responder

    Momentos en que un solo acompaña, sostiene y contiene.
    Momentos en que uno se corre y deja guardado todo dentro, porque el real protagonista de la historia es el otro/a, al que le pasan cosas es al otro,
    Este es tu momento Gaby querida, esta es una hermosa manera de sacar para afuera,
    Hermosos relato. Abrazo!

  4. Natalia
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    Hermoso relato Gaby! En tu currículum falta decir que sos una gran motivadora, gracias por ir marcando un camino que muchos queremos seguir! Te quiero mucho!

  5. Elvio
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    Que relato, cuento, no estoy en condiciones de catalogarlo. Lo que es acompañar a un ser querido en esas circunstancias y poder expresarlo, en el modo que lo haces.
    Me gusta esta revista. Felicitaciones!!!!

  6. Pino
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    Cuantos escritores en esta familia!!!! Felicitaciones sobre todo por el anuncio del libro. Suerte que habrá un abogado que defienda el copyright. Un relato vívido (con acento y sin acento)

  7. Juan Carlos Paulina
    | Responder

    Felicitaciones Gabi … Hermoso relato de una dolorosa experiencia que has sabido acompañar con mucho amor … esperare ese libro con mucha ansiedad … Además me encantó la ilustración por parte de una artista llamada Emy … Mucho se parece a un tributo familiar muy merecido … En tiempos de pandemia un fuerte abrazo junto al corazón …..

  8. Flavia
    | Responder

    Gabi, te leo y escucho tu voz en el relato, los matices, un relato hecho carne. No puedo evitar recordar aquel poema tuyo que nos compartiste en el Galpón, en aquella época de talleres literarios que ofrecía el Rafa. Genial tu escritura como siempre. Un tema que sensibiliza A quién no le toca hoy por hoy sufrir que una persona cercana tenga o haya tenido cáncer? Un mal muy de estos tiempos, más allá del coronavirus…

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