Bienvenido a la muerte
Me recosté en la banqueta, cansado y adolorido. Necesitaba darme tiempo para serenarme, ordenar las ideas y entender lo sucedido. Se me ocurrió que, si daba luz a las pesadas horas siniestras, quizá podría digerir lo vivido y así, mi mente descansaría. Solo quería dejar atrás el turbio pasado y la desolación.
El aire como caricia dolida agrede mi cuerpo, una serie de preguntas me asaltan: ¿qué necedad la mía de ser así?, ¿Qué obsesión es esta la de joder mi vida con crimen y drogas? ¿Quién insiste desde mis adentros? Cierro los ojos, el dolor pasa.
Con gran esfuerzo me recargo en la pared, y ahí descubro que estoy junto al pequeño altar en mi barrio, dedicado a la niña santa, a la santa muerte, a la de negro, a la que tanto le he encomendado mi alma. Siento que su esquelética figura me mira fijamente y que con su mano empuñada me señala, pero no, tan solo sujeta esa cuchilla curva que no sesga cuerpos sino almas.
Mi corazón no es sentido, es solo mi luz la que habla. Me levanto para acercarme y darle un beso, para hablarle de frente y encomendarle de nuevo mi alma. Quiero confesarle todo sobre este mal oficio que elegí para ganarme el sustento, los riesgos que he tomado, mis crímenes y canalladas. Quiero sacarme, frente a ella, el veneno que mi corazón y mente cargan.
Busco una vela encendida para acercársela, más no puedo tomarla. Mi mano se mueve, pero no puedo tocar nada, ¿Qué me sucede? ¿Qué silencio me embarga? Volteo y veo a la soledad reinando en la cuadra, así siento que ella reina también en mi alma.
Ese vació inmenso me espanta y es ahí cuando descubro que las cuencas de los inexistentes ojos de la niña santa, me acusan con venganza. Caigo rendido a sus pies, con la idea de que su sombra me cobijara y así ella, con amor me perdonara.
Pero no me pertenezco más, me siento pesado, como si fuera títere de la gravedad, pegado a la tierra cual piedra enterrada. Escucho sirenas a mi alrededor, patrullas, gente que grita espantada, pero no veo a nadie. Al fin me despego del piso e intento apoyarme en la base del altar para alcanzar a la santa. Le tomo levemente el vestido y ella me extiende su mano.
¿Me extiende su mano?
Comprendo ahora los ruidos dentro de este vacío, no veo nada porque no estoy en presencia con la vida, estoy alejado de esa estancia. Estoy caído en cuerpo y levantado en alma. Percibo aún los sonidos de la realidad, pero es la niña santa la que ahora me manda.
Y me voy, descarnado y permanentemente triste, desolado, adolorido, culpado y asesinado, recordando a cada momento que tuve la opción de no vivir la vida de un desgraciado. Pero elegí estar en todo momento con ella, y ahora a penar por siempre y para siempre a su lado.
Noé Hernández Anguiano (Nohé Anguiano). Mexicano. Licenciado en Comunicación Social. Consultor editorial, de comunicación y diseño, administrador de redes sociales y creador de contenidos. Ha publicado su trabajo literario en periódicos y revistas mexicanas y en el extranjero. Nacido en Fuego es el título de primera obra literaria.
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