Madrugada
(24 de marzo de 1976)
Esa imagen, la para mí más límpida metáfora de mi patria, atraviesa aun hoy y para lo que queda, mi endeble y enrevesado tránsito por la misteriosa y fascinante experiencia de estar vivo. Llegué, como por entonces era habitual, muy de madrugada a mi casa con la vaciedad y pesadumbre de aquellos mis desordenados diecinueve años, y la vi. Sus manos tapándose la cara, acurrucada en un rincón, lagrimeando en silencio ante el armatoste de la vieja radio marrón. Sin decir, la abracé fuerte, delicadamente. Le besé la cabeza, las canas, intentado proteger lo inexorable. Cuando pudo y sin soltarse de mis brazos, mi mamá balbuceó: “Lo voltearon a Perón, volvieron los milicos”. Le pregunté por mi viejo. “Se fue a laburar hace un rato”. “Lo voltearon a Perón” no consistía una ignorancia ni un error histórico sino la certera definición política de mi mamá, y también de mi papá. Perón había muerto casi tres años antes. Para ellos, no. Porque el peronismo que ambos llevaban tatuado en el alma, trascendía incluso la vida y la muerte del mismísimo General. Era así, en aquel tiempo y país resultaba imposible comprender al peronismo desde una conceptualidad política, hoy, en política ya nada es comprensible. Todo. Ellos vivieron todo. Mi papá, con mi abuelo, militante radical convertido al peronismo, estuvieron de verdad en la plaza de las jornadas míticas. Celebraron abrazados el triunfo del cuarenta y seis. Disfrutaron la conquista de los Derechos, los “beneficios” sociales de aguinaldos y horas extras con vacaciones en Mar del Plata “all inclusive”, la sindicalización, el Estado de Bienestar, las máquinas de coser, las bicicletas, muñecas, escuelas, hospitales. Al tiempo, a mi viejo la Libertadora lo condenó a errar escondido y sin un mango, changueando clandestino, militando la Resistencia, pasando hambre, y mi vieja, mi hermano y yo. Cuando el General por fin volvió tras eternos dieciocho años, mi abuelo hacía mucho se había muerto y mi papá ni siquiera fue a Ezeiza. No pudo sostenerme la mirada cuando me dijo: “No voy”. Yo fui igual. Todo tan parecido en este país, siempre, tan parecido. Añicos de ilusiones, lágrimas en los rincones, resistencia, el no ir o ir igual aun sabiendo, y como tela de fondo de la trágica comedia repetida, la muerte. Ella, eso, la muerte, escondida, embanderada, disfrazada, enaltecida, glorificada, exhibida, ninguneada. Pero la muerte nunca fue tan muerte en nuestra historia, tan perversa, obscena, elucubrada y demencial, como desde aquella madrugada en la que acurrucada y lagrimeando, mi mamá me dijo: “Lo voltearon a Perón, volvieron los milicos”.
Jorge Tasín es escritor. Publicó ensayos, biografías, poesías, cuentos. Vive en Buenos Aires. Trabaja para la Asociación Civil “Amaltea” coordinando “Otra Historia”, un programa de inserción social integral para jóvenes en Ciudad Oculta, y “Sueñitos”, un jardín maternal, en el mismo barrio.
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