des-morir para ahuyentar a tanatos / vivian palmbaum

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Desmorir, algunas consideraciones sobre la enfermedad en un mundo capitalista, es el libro que escribió Anne Boyer, donde escribe, des-cribe, el padecimiento de atravesar un cáncer de mama. De difícil lectura hasta la pagina 200, donde aparece un texto más ameno y hasta esperanzador.  Una ocasión para reflexionar sobre el tratamiento de los cuerpos en nombre de la llamada medicina.

Desmorir se presenta como el nombre de un borde entre la denuncia de un sistema des-humanizado en el que habitamos y el relato del sufrimiento personal. Las prácticas de la ciencia abordan la enfermedad y no a la persona que está enferma. Se trata de la enfermedad y de la parafernalia que la rodea en donde la ciencia ha forcluido el encuentro con la persona.

Una burocracia de la administración de la medicina que funciona como una ortopedia a condición que la puedas pagar. La llamada “salud” queda captada en unos procedimientos (con jugosas ganancias) que ha expulsado cualquier rastro de amor. El cuerpo aparece repartido en fragmentos conformando una geografía del infierno, donde el dolor aparece como el protagonista principal. El sistema que se ha encargado de fragmentar el cuerpo porque así es más redituable. Somos apenas la suma de esas partes. Lo que nos enferma luego parece que podría remediarnos.

Pero como dice Boyer, el tratamiento no está libre de ideología y la mortalidad nunca está exenta de política. La enfermedad no es neutra. Se trata de la ideología del individuo donde el sujeto queda reabsorbido. Es el médico, en nombre de la ciencia, el que monopoliza un supuesto saber que no tiene dialéctica y cuya mediación son los objetos técnicos que proliferan alrededor de la enfermedad. Si el psicoanálisis se trata de un discurso, la medicina se ha convertido en el emblema del discurso capitalista que ha forcluído al sujeto. Ya Freud nos había enseñado que era posible que el tratamiento por el espíritu alcanzara los cuerpos y entonces esa cura por la magia de la palabra marcó la diferencia allí donde la ciencia hacía agua. Focault tendría  mucho material para escribir sobre el ejercicio del poder y el dominio sobre el semejante en cuanto a la aplicación de esta administración de la medicina actual.

Así parece que el enfermo se vuelve un proletario que trabaja para un sistema que no lo cura, sino que lo somete a la extenuación, se vuelve un esclavo de esta maquinaria, como lo muestra Chaplin en Tiempos modernos, la proletarización del enfermo, y la rueda gira porque no hay lugar para un deseo que nos humanice. “Los agotados están agotados porque venden las horas de sus vidas para sobrevivir a sus vidas, luego emplean las horas que no han vendido en poner sus vidas a punto para venderlas y las horas restantes para hacer lo mismo por las otras vidas que aman. Es el libre mercado”, señala Boyer en su reflexión sobre la enfermedad en un mundo capitalista.

Boyer a través de su autobiografía, siguiendo los pasos de Audre Lorde y Susan Sontag, nos muestra cómo se presenta ese desvalimiento absoluto en caso de una enfermedad tan agresiva como un cáncer.

El ser humano nace en la indefensión. Necesitamos de otro que nos asista, nos alimente, y entonces el lenguaje que nos preexiste introduce sus palabras en el cuerpo tal como lo reveló Freud, y luego articuló Lacan con el sujeto.  La asociación con el otro aparece determinando nuestro devenir hablante.

Desde los discursos sociales se instalan cada vez con más fuerza los ideales de independencia, de positividad,  de libertad y fortaleza que siempre y de manera más o menos evidente nos muestran en falta, como si hubiese posibilidad de alguna acción que nos complete como un todo. Nuestro destino está atado por ese hilo invisible a esos otros que nos rodean y de los que necesitamos. El cuidado de sí pasa por el otro. Es quizás la ocasión de un análisis la  oportunidad que nos confronta con nuestra soledad.

Freud precisó que la fuente del Malestar en la Cultura proviene de las relaciones con los otros. Mefistófeles emerge más o menos de la mano de ese otro que nos rodea y de quien dependemos. ¿Acaso no escuchamos en el decir autista de este tiempo el padecimiento por las dificultades de hacer con el lazo social? Del otro lado un padecimiento orgánico puede mostrarnos lo extremadamente vulnerable de la condición humana, su necesidad de dependencia, la cruel indiferencia a la que nos somete.

¿Es posible hablar con la muerte? ¿Qué tratamiento darle a lo imposible, en tanto la vida se ubica en el registro de lo real? La muerte es parte de la vida. Los muertos nos habitan en nuestras palabras, en nuestra historia, en nuestra cultura. ¿Cómo hablar de la muerte sin hablar de la muerte? La muerte es la única certeza que está escrita desde que nacemos, a condición de ir viviendo. Freud situó que sexualidad y muerte se hallaban reprimidas.

Si el psicoanálisis nos muestra la falta en ser que nos habita, el cáncer se presenta como la nominación de un ser, una certeza, como un todo que parece necesario descompletar. Se parece al juego del Senku al que se puede jugar a condición que haya un lugar vacío alrededor del cual ir tejiendo nuestras redes de sinsentido para localizar algún deseo que haga esta realidad menos mortificante. El prefijo “des” aparece repetido para negativizar la muerte, ahuyentar a Tanatos, y quizás indica la dirección en que se trama este texto. 

Boyer nos trae desde el inicio referencias de Elio Arístides y así podemos discernir que se adelantó a Freud cuando entendió que escuchando a los sueños era posible encontrar alguna clave para curar. Bajo esta pista es que la autora nos conduce por sus sueños, al tiempo que hace un relato descarnado de su experiencia.

Boyer habla de un cuerpo femenino que padece cáncer de mama. Desde el feminismo se ha precisado que el cuerpo es el primer territorio y que cuerpo y territorio se hacen en consonancia. Territorios a dominar para luego poner a andar la maquinaria. El malestar en la cultura ha transformado los territorios en mercancía consumible y la enfermedad aparece como un texto duplicado que una vez más somete. Pero si bien el texto es “tremendo” también parece esperanzador, pero lejos de un romanticismo banal.

Para finalizar, la analogía con Primo Levi, sobreviviente de los campos de la muerte. La escritura como una necesidad, como una apuesta a la trasmisión de una experiencia de lo singular. Para arrancarle palabras al silencio mudo de la pulsión de muerte en su devenir, donde escritura y lectura se traman. Nos dice Anne Boyer, la posibilidad de crear un nuevo lenguaje para encontrarle palabras al dolor.

*La nota es parte de un trabajo de textos realizado con el psicoanalista Jose Luis Juresa

 Judit (grabado) de Lia Geada

Vivian Palmbaum, Psicoanalista, miembro de la Escuela Abierta de Psicoanálisis, trabajó varios años haciendo peridodismo para portales de comunicación popular, integrante de Propuesta Tatu, una organización de salud comunitaria, miembro del Movimiento por la Salud de los Pueblos e integrante de la coordinación de la Campaña Plurinacional en Defensa del Agua. Instagram: vivian_palmbaummail: viviepal@gmail.com



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