
Discurso inaugural de la tercera Feria del Libro de Venado Tuerto
En principio agradecer la invitación a Rafael Sevilla, el coordinador de esta feria y en su nombre a todos los organizadores. Es un honor para mí poder compartir estas palabras con mi comunidad Venado Tuerto, quien es la anfitriona de esta tercera edición.
Nuestra ciudad, deviene del pequeño pueblo fundado en 1884, sobre la ex frontera interior sur de la provincia de Santa Fe. Ese espacio comprendía límites más o menos imprecisos heredados del antiguo orden virreinal, que producida la independencia habían sido incluidos en la definición del territorio de las Provincias Unidas, bajo la denominación de las Pampas del Sud. Esas tierras estaban lejos de ser ocupadas y sujetas a las instituciones que se iban construyendo. Seguían, como en el período anterior, habitadas por un heterogéneo conjunto de comunidades originarias; de ahí que se tratara de un espacio fronterizo, de un área de interrelación entre dos sociedades distintas; la blanca que operaba su poder y función militar desde la ocupación de los fortines en el área y la aborigen que desde el transitar – traficar sobre el territorio, a partir de la circulación de ganados, malones e intercambios políticos y comerciales, comunicaba a los cacicatos de las Salinas Grandes, el Carhué y Leuvucó, con la frontera blanca.
Mas allá de la creación en 1864 del fortín el Hinojo, que reforzaba la línea fronteriza en esa zona, el espacio donde luego se levantaría el pueblo de Venado Tuerto, a 11 km de allí, conformaba lo que Esteban Echeverría comentaba en los versos de La Cautiva; el desierto inconmensurable. Desierto que en realidad como bien describe Saramago en El evangelio según Jesucristo, eran campos sin cultivos, los lugares donde no habitaban los hombres “blancos” ni se veían señales asiduas de su trabajo; es decir, el desierto, era el que dejaría de serlo cuando ellos estuvieran allá.
El principio del fin de la frontera como espacio, marginal y autónomo, llegó con la formación del Estado moderno argentino. Y también con ella, el borramiento de las memorias de esas tierras, de complejas relaciones entre aborígenes, mestizos intrusos, soldados enganchados como el Martin Fierro de Hernández, comandantes y cuarteleras, de los tiempos anteriores a la ocupación efectiva por el colonizador extranjero.
Nada de ello pareció necesario recordarse, del latín “recordari”, volver a pasar por la mente o el corazón, desde las construcciones históricas que con relación a ese pasado realizó la cultura letrada del pueblo de Venado Tuerto. Con operaciones que silenciaron las voces corales de los protagonistas de ese tiempo, se extinguieron por segunda vez saberes y mundos que lo componían, con el solo fin de determinar qué de esa historia se debía contar. Tampoco pareció serlo con la fundación del pequeño pueblo agrícola ganadero de paisanos provincianos, una minoría extranjera y hasta un maestro de música afrodescendiente. A tono con la política cultural de orientación civilizatoria, ilustrada, eurocéntrica y centralista de la generación del ’80, debieron pasar 50 años hasta que nuestra ciudad tuviera su historia escrita. Ella se conoció entre 1933 y 1936, cuando en tiempos de restauración conservadora y lógicas nacionalistas, Eduardo Huhn publicó Reseña de Venado Tuerto y Leoncio de la Barrera La verdad histórica sobre el fundador y la fecha de fundación de la ciudad. Y otros 50 años debieron pasar para que, con la vuelta de la democracia en 1983, nuevas crónicas sobre el tiempo pasado comenzaran a circular con los libros de José Favoretto y Roberto Landaburu. Otro tanto ocurrió en el campo de la literatura, más allá de la publicación en diarios y semanarios de narrativas y poemarios locales, a partir de los cuarenta asomaron de forma intermitente publicaciones en solitario de obras poéticas de Oliver, Avalis, Zattara, Miguelena y otros. De nuevo ello tendría un mayor desarrollo con la apertura institucional del país.
Hasta aquí una ligera historización sobre la producción escrita en y sobre la ciudad, de sus distintos autores, pero ¿qué sabemos de los lectores?
A diferencia de lo anterior, junto con la ley 1420 se puso en marcha en nuestro país, un programa educativo que otorgó al libro una hegemonía indiscutida como dispositivo de transmisión de saberes, instrumento de elevación moral y social y factor nacionalizador, conformándose en relación a ello, un sistema bibliotecario nacional estructurado en relación a la figura de las bibliotecas populares. En el caso de nuestra ciudad, ello se dio con una particular alianza entre la iniciativa privada de grupos letrados miembros de la masonería y militantes socialistas, con las distintas instancias gubernamentales comprometidas en su fomento. Así nació en 1915 la Biblioteca Juan Bautista Alberdi y en 1920, la Biblioteca obrera Florentino Ameghino, tanto para posibilitar la lectura de la alta cultura como la educación de los sectores populares. Y otras en los colegios que se iban creando en la ciudad, con el objetivo de dar apoyo a los escolares. Pero ¿cuál era esa lectura? El público como en tantos otros lugares fue moldeado por lo escrito desde la matriz cultural que orientaba el Estado Nacional. Nada de lo local entraba en esas páginas, solo incipientemente lo provincial que iba configurando su campo desde una producción historiográfica y literaria, aun no profesionalizada en las principales ciudades de la provincia.
A mediados de los ’60, la creación de Institutos Superiores de profesorado de gestión privada ICES y de carácter provincial el N° 7, introdujeron, en especial este último, nuevas lecturas producto de la formación académica, rigurosa y renovada de profesores universitarios que venían de otras ciudades. Sin embargo, una década más tarde, la restauración del orden de una sociedad crispada y movilizada significó la sistematización del terrorismo de Estado y con ello el redisciplinamiento social y cultural. Se censuraba así la discursividad laicizante, modernista y marxista, más allá de pequeños espacios de resistencia que siempre estuvieron y entre otros dijeron “Estamos vivos, luz” como lo hiciera el movimiento homónimo allá por 1982.
Con el regreso de la democracia, a casi 100 años de la fundación de Venado Tuerto, una nueva etapa comenzó a gestarse en principio de forma modesta, pues el cierre de la dictadura no canceló todo lo anterior.
La constitución en los ’90 de la Facultad Libre fue un punto de inflexión de ese recomienzo, desde una experiencia que por su creatividad no era parecida a las tradiciones terciarias, universitarias y militantes de la ciudad, con clases en las que como diría el filósofo Cristian Ferrer se mezclaba el socratismo y la risa -y agregaría la pachanga- con nuevas lecturas por parte de docentes de universidades prestigiosas, que fueron devoradas por estudiantes -oyentes-creyentes- hambrientos de conocimientos y de emancipación de la lógica binaria de esa sociedad.
En estas últimas décadas, el progreso en el campo literario ha sido notable a través de publicaciones como LOTE, talleres de escritura y lectura, concursos historiográficos y literarios, el apoyo de fondos editores municipales y mutualistas y una editorial que opera desde la ciudad. Pero también, desde escritores locales de los más variados géneros literarios y una historiografía que revisita y cuestiona el canon y la divulgación. Finalmente, desde hace tres años la viabilidad de una feria de libros en Venado Tuerto permite no solo la circulación de ese artefacto cultural: el libro, sino de sus autores, los nuestros y los otros, discutiendo entre sí y sobre nosotros, como la comunidad venadense, de lo que podemos reconocernos y de lo que no sabemos y está por venir, silentes y satisfechos por el largo camino y el trasiego realizado. Somos lo que hemos publicado (y también lo que hemos leído) lo que, en esta fiesta, nos ha dado una voz propia que queremos hacer oír.


Alejandra García
Licenciada y profesora en Historia (UNR). Es miembro de la Comisión de Nomenclatura y presidenta del Archivo Histórico Digital de Venado Tuerto. Ha publicado trabajos en coautoría en diversas revistas culturales y participado en numerosos congresos provinciales y nacionales como expositora. Es coautora del libro Venado Tuerto y su Nomenclatura (2011), Mucho más que un clásico. Historia institucional y deportiva del Jockey Club de Venado Tuerto (2013). Ha participado en la elaboración del manual didáctico El espíritu del Venado Tuerto (2014) y escrito el libro Historizando la formación docente (2019).


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