dos relatos / martín druvetta

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ANOCHE SOÑÉ CON EL MUNDIAL

            Anoche soñé con el mundial; soñé que le ganábamos a un equipo africano en cuartos y a los ingleses en semi. Sí, a los ingleses. No lo podía creer. Fue duro el partido, pero lo empatábamos sobre la hora en un agónico tres a tres. Y en el alargue, sí, en el alargue, apareció nuestro dios, apareció Messi, que dando saltitos entre las patadas de los centrales, la tiró larga y la puso contra el palo. La gente casi se muere; desesperada intentó lanzarse a la cancha. Algunos levantaban las manos al cielo, otros lanzaban plegarias incomprensibles, los más chiquitos coreaban el nombre del ídolo. Los de seguridad, convulsionados por ver tanta alegría junta, ya no sabían más qué hacer. Pero duró poco. Un grandote me manoteó del brazo, y entre gritos y cantos, tuve que abrir los ojos.

            Me senté en la cama, me refregué la cara y cuando apoyé los pies en el piso frío, me di cuenta que ya no estaba soñando. Puse el agua para el mate mientras trataba de no perder esa embriaguez que generan los sueños lindos. Pero era imposible, se entibiaba cada vez más. Nunca voy a saber si ese mundial fue nuestro; quiero creer que sí.

            Me tomo dos o tres verdes antes de ir a laburar, manoteo un pedazo de pan y salgo, abajo de la lluvia, a buscar la única realidad que conozco.


UN DÍA MÁS

            Se me acercó con cierta parsimonia y me ofreció un cigarrillo. Nunca me preocupó una banalidad como esa; es un hecho común que abunda para con los condenados. Pero cuando el ofrecimiento fue general, me di cuenta que nos iban a matar a todos.

            Pensé en correr o gritar, pero sería inútil, tan inútil como suplicarle al verdugo; sólo quedaba lidiar con la impotencia de quien se sabe muerto. Trabar fuerzas en casos como estos es propio de personas, incluso de animales, que sienten la inagotable necesidad de vivir, y mis compañeros habían perdido eso hace rato. Por un momento, sentí la urgencia de decirles lo que iba a pasar. Me detuve. Consideré un acto piadoso guardarme el secreto. Había algo en aquellos cuerpos quietos que pedían la muerte, como una retribución por la violencia soportada.

            Me senté al lado de un árbol que tenía cerca. Miré el cielo y estaba el sol. Era mediodía. Resignado, me sentí por primera vez solo. Acepté el final. La descarga llegaría después de la segunda o tercera pitada.

            Un soldado se percató de mi descubrimiento, y en un acto indolente, me dijo: –No te preocupes, el mundo no repara en displicencias. Mañana el sol brillará también.


Martín Iván Druvetta nació en octubre de 1986 en Venado Tuerto; actualmente vive en Rosario, donde estudió filosofía en la Facultad de Humanidades y Artes. Profesor y licenciado en filosofía. Docente de escuela primaria y secundaria. Adscripto en la cátedra de Historia de la Filosofía Moderna de la Universidad Nacional de Rosario, institución en la que participa en diversas instancias académicas. Coordina y lleva adelante Rizoma Estudios, espacio dedicado a la realización de seminarios, cursos y talleres filosóficos y literarios y otras actividades.

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