Con Oscar practicábamos todos las tardes, no importaban el calor, el frío o la lluvia. Lo habíamos hablado mucho y creíamos que nuestra salvación era irnos lejos y no volver, así que las prácticas eran sí o sí.
Yo leía en El Gráfico las notas en donde explicaban cómo entrenaban los jugadores de la primera de River y le dábamos toda la tarde. Él, que era zurdo, tenía que patear con la derecha y yo con la izquierda, para tener más manejo de la pelota.
Las prácticas eran en la calle, enfrente de la casa de Oscar, en realidad de la casa su abuela que era la que lo había criado. A los padres nunca los conocí.
Lo que pasaba era que si la abuela lo llamaba él tenía que ir corriendo, y no importaba si la escuchaba o no. La abuela Alemán, por eso mi amigo era Oscar Alemán, era muy brava y comandaba con violencia a toda una familia de hijos, hijas y nietos, incluido el marido.
Lo mío era diferente, en mi casa las cosas pasaban de otra manera, más ocultas, más violentas también. Oscar sabía algunas cosas, pocas; nunca pude hablar de eso.
En el barrio se nos reían un poco, pero nosotros lo habíamos hablado toda una tarde y estábamos de acuerdo, cuando cumpliéramos 14 nos íbamos a ir a probar a Rosario y teníamos que quedar sí o sí. Oscar tenía trece y yo doce, igual íbamos a ir juntos, porque en la prueba, si nadie te conoce no te pasan la pelota y no quedás. Lo teníamos todo pensado.
Fueron casi dos años de prácticas implacables, Oscar ya manejaba la derecha casi mejor que la zurda, a mí me costaba un poco más.
El Mono se había ido hacía mucho del barrio, jugó en Newells, Quilmes, Gimnasia y Esgrima de la Plata, Everton de Chile y Talleres de Córdoba.
Con Talleres jugaron contra el Santos de Pelé y de ese partido es la foto que si van a la estación de servicio de Castelli y Mitre todavía la pueden ver, el Mono y el Negro abrazados, inolvidable.
El Mono volvía todos los veranos a Venado y al barrio. Era callado, hablaba pausado y en voz baja. Con Oscar lo íbamos a escuchar, parados a unos metros de los grandes en la esquina. Una vez Oscar se arrimó —él no era tan tímido como yo—, y le preguntó si era muy difícil llegar a primera. El Mono lo miró un ratito y dijo: —Bastante, pibe, bastante. Oscar bajó la cabeza y los dos nos fuimos caminando en silencio.
También jugaba en los torneos comerciales o en los “barrio contra barrio” en las canchitas de las afueras y nosotros no faltábamos nunca porque era parte de nuestro aprendizaje. Nos parábamos al lado de la raya que marcaba el lateral, que no estaba pintada, sino calada en la gramilla, no había alambrado ni nada que nos separara y comentábamos cada jugada.
Fue en una de esas canchas, la de Belgrano creo, cuando el Mono me salvó.
Él siempre jugaba a media máquina, no sobraba a nadie pero no se esforzaba mucho porque lo que sí le sobraba era calidad. Así que hacía un gol cada tanto, una jugadita acá, un pase de lujo…
Ese domingo a la tarde, cuando agarró la pelota a unos 35 metros del arco, un poco a la derecha, pegué un grito desaforado, un alarido casi:
—¡Hacelo Mono! ¡De ahí, metelo de ahí!
El Mono pisó la pelota y me miró, después dijo, más con el gesto, pero juraría que me habló:
—¿De acá?
—¡Sí, de acá, de acá! —grité de nuevo, como enloquecido.
El Mono, la pisó de nuevo, pero esta vez para atrás, hizo pasar de largo a un grandote que venía al galope, la empujó un poquito hacia adelante y la empalmó de derecha. La pelota subió, subió y yo me fui con ella, mi vida volaba con ella.
Y cuando bajó y se clavó, no en el ángulo, sino abajo contra el palo, en el rincón de las ánimas como le dicen, no pude gritar el gol porque tenía una tenaza en la garganta y me puse a llorar.
Yo lloraba y los que me miraban no sabían por qué. Pero es que yo tampoco sabía por qué el padre de Oscar esa misma mañana se lo había llevado a vivir de nuevo con él. Cuando la abuela Alemán me lo dijo y agregó «así que no vengas más a joder» yo iba perdiendo 3 a 0.
Pero cuando el Mono levantó la vista y me dijo —más con el gesto que hablando, aunque sigo creyendo que me habló—: ¿De acá? se lo empaté de una y te digo más, ganamos sobre la hora.
Una respuesta
Liliana Halek
Que buenos tus relatos Ricardo.Golazos.