LA ESCUELA EN PANDEMIA: ¿UN LUGAR PELIGROSO?

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“Cambiar es difícil, pero es posible y urgente”
PABLO FREIRE 

Ante todo es importante tener presente que la escuela durante este tiempo siguió funcionando, aunque claro, no de la misma manera, ni con el mismo alcance. Es decir, que cuando pensamos el retorno a clases, nos referimos a las clases presenciales, a los cuerpos habitando el espacio escuela. Es de público conocimiento el problema de conectividad (electrónica) pero también social: quienes en el transcurso del año pasado no pudieron acceder por razones materiales, pero también quienes no pudieron hacerlo por factores de otra índole, como ser, la dificultad en la adaptación a la virtualidad.   

Nos enfrentamos con que repentinamente algo irrumpió, la pandemia, algo para lo que no estábamos preparadxs, no teníamos representaciones previas y ante esta situación inesperada, fue necesaria una acomodación para sostener la escolaridad sin escuela tal como la conocíamos, es decir, no fue un pasaje sin más de la escuela presencial a virtual. La enseñanza virtual es compleja, por lo cual cada alumnx, escuela y docente, se fue instrumentando y dando respuesta como pudo. Cuando lo inédito irrumpe en el acontecer de las instituciones educativas, requiere de intervenciones y acciones por fuera del ámbito escolar, conformando discursos que buscan explicar y/o dar respuestas a emergencias sociales que impactan en el acontecer educativo. Así se visibilizaron complejidades pre-pandemia, problemas estructurales y de larga data. Quedaron en evidencia no sólo las desigualdades sino también la naturalización de las mismas, el hecho de que no se les diera lugar, como si fueran lógicas, esperables e inevitables. 

No se aprende con máquinas, se aprende con otrxs

La pandemia entonces, vino a poner de manifiesto lo anterior, atravesando también expectativas acerca de la escolaridad sostenida, sin tener en cuenta que no todxs pueden mantener la misma. Y aquí hago referencia una vez más, a la diversidad de acceso a la conectividad, a los dispositivos, a las propuestas pedagógicas, y también a la singularidad propia de cada alumnx, sus características, tiempos, y lo que haya despertado la virtualidad, el encuentro con sus docentes y compañerxs a través de una pantalla.

No hay que olvidar que en la escuela se abren posibilidades de acceso al conocimiento, espacios que propician el mismo, y aún en condiciones adversas, esto se da necesariamente en lazo con otrxs. En este contexto ese lazo tal como lo conocíamos, se vio diluido, y por eso se volvió necesario pensar nuevas formas de sostener la intersubjetividad. En un primer momento algunas instituciones escolares siguieron adelante como si nada hubiera pasado, pero enviar tareas no es sinónimo de enseñar, y responderlas no es sinónimo de aprender. Lxs niñxs no sólo aprenden lo que se les enseña de manera directa y estructurada. Todo lo que no forma parte de lo curricular, de los contenidos, también es aprendizaje. Por eso me pregunto a qué nos referimos con continuidad pedagógica, a qué hubo que darle continuidad y si ésta es posible desarticulada de la continuidad vincular. En función a esto,  es importante pensar sobre la figura de lxs docentes, como esos otrxs en relación a lxs cuales se aprende. 

La situación actual, al evidenciar la importancia de la escuela, su lugar central en la sociedad, evidenció también la de los docentes como figuras en cierto modo irremplazables. Esxs otrxs humanxs, con los cuales se accede al conocimiento, pueden estar a través de una pantalla, pero deben estar. El desafío consistió desde un comienzo, en buscar la manera de que esto se ponga en práctica, encontrar modos de estar presentes, porque de esta forma se posibilita el establecimiento de un vínculo que resulta central para el aprendizaje. No es posible aprender fuera de la transferencia, quiere decir que para hacerlo es necesario investir a quien posee el conocimiento. Aprendemos recibiendo algo que el otrx dona, su presencia, su tiempo, su mirada, su escucha, y los niñxs-alumnxs como sujetxs activxs necesitan ser miradxs, pero también tener habilitado un lugar para mirar. 

Quizás resulte necesario en ocasiones permitirse salir de un formato que exige cumplir con determinadas pautas rígidas donde muchas veces no se tiene en cuenta ni al niñx ni a lxs mismxs docentes, y repensar las prácticas actuales y los sentires que las acompañan.  El rol docente posee relación con la calidad de la educación y la salud mental de lxs mismxs resulta un aspecto que debe ser tenido en cuenta, puesto que la labor docente tiene como prioridad a personas en formación y su objetivo es guiarlos en ese proceso. Entonces, proteger y preservar su salud mental en estos contextos, permitiría prevenir los efectos negativos que pudieran darse si esto no es tenido en cuenta. Para ello, es fundamental brindar espacios de reflexión destinados a sostener a quienes sostienen. Darles la palabra y que posean estos espacios de cuidado de sí, desplegar tramas sociales de sostén colectivo, transformar el desamparo en motor de cambio, ya que somos y nos reconocemos con otrxs. Resulta un desafío posible transformar el sufrimiento en deseos de saber y en propuestas creativas, y que lo que se aprenda hoy pueda constituir un motor para nuevos aprendizajes. 

Pensando la “vuelta”

Es esencial saber de antemano que cuando se vuelva no se volverá a la misma escuela, es decir, hablamos de volver, pero no a lo mismo. Más que a qué escuela volvemos, se podría pensar hacía qué escuela nos dirigimos. Y con ello es necesario reflexionar sobre las condiciones  necesarias para que lxs niñx puedan habitar el colegio de manera presencial, teniendo en cuenta este contexto.

Si pensamos en la “vuelta” hoy, quedamos ubicados de alguna forma entre la falta y el exceso. Falta de seguridad plena respecto a las condiciones y exceso de medidas que serían necesarias para poder sostener la presencialidad. Protocolos que afectan no solo a niños, niñas y adolescentes, sino también a lxs docentes, padres y a cada integrante de la comunidad educativa. Entonces, se vuelve necesario nuevamente, pensar qué ocurre en el plano vincular, teniendo en cuenta lo enunciado más arriba, que se aprende en el lazo con el otro. Pero ¿qué ocurre cuando ese otro es un posible contagiador?, ¿se puede aprender con miedo? En relación a esto último, y yendo un poco más lejos, no olvidemos el atravesamiento de lo mortífero, tan presente en estos tiempos. 

Entonces, resulta esencial que estén garantizadas las condiciones de cuidado para que la escuela no se transforme en un lugar peligroso. El cuidado en este momento, implica tener en cuenta qué otras cuestiones habrá que garantizar. Trabajar desde lo intersectorial, ya que para pensar el regreso a clases presenciales, hay que pensar por ejemplo, en el traslado, en cómo van a estar planteadas las condiciones de seguridad e higiene, el alcohol en gel, el agua en los baños. Políticas públicas acerca de las condiciones en que se encuentran los edificios de las escuelas. En las que ya se encontraban muchas hace tiempo. 

Será necesario anticipar, aunque no se sepa con certeza, lo que va a suceder. Es decir, enunciar  los “posibles posibles” y que esto nos permita identificar intervenciones medianamente adecuadas, sin olvidar detenerse en cómo se va a trabajar, en cómo lxs docentes van a enseñar, cómo lxs alumnxs van a aprender, pero sabiendo que con miedo esto se dificulta.  Se deberá reflexionar también, sobre cómo posibilitar un encuentro. Pensar en cómo recibirán las escuelas, como esperarán a sus alumnxs: si con dudas, con exigencia, con apuro por terminar contenidos y “recuperar el tiempo perdido”, o por el contrario, alojando, con ternura, afecto, pensando en lo que fueron los momentos sin contacto social, haciendo realmente que el retorno pueda ser habitado y sentido.

Allí resultará de suma importancia el dar voz a lxs chicxs, escucharlos, generar espacios donde pongan en palabras todo lo traumático acontecido, donde puedan decir qué les pasó en todo este tiempo, a ellxs y a sus seres queridos, hablar de emociones, sentimientos, miedos que pudieron sentir, y no hacer de cuenta que nada ocurrió y seguir enseñando matemática sin más. Que esto habilite de esa forma la tramitación, que se pueda construir la posición de un sujeto de aprendizaje, abriendo espacios para que esto ocurra. Que advenga no un objeto pasivo que sólo absorbe contenidos, sino un sujeto activo que pueda decir. Darle la palabra a lxs alumnxs para saber qué hacer con eso, y como adultxs poder sostener. Pensar la escuela como práctica subjetivante, y  posibilitadora de que todo esto acontezca, potenciando los lazos sociales y también la posibilidad de disfrutar del aprender con otrxs. Eso seguramente, constituya un desafío, así como  promover el deseo de aprender y el deseo de enseñar, revisando las propuestas y revalorizando el rol del docente. También será importante poder pensar en el otrx no como posible contagiador, sino como semejante, como par, como amigx. 

Lo anterior hace referencia a poder garantizar el bienestar emocional de lxs alumnxs y no preocuparse únicamente por su rendimiento académico. Esto puede traducirse en no esperar a que lleguen y estén listxs para continuar allí donde dejaron, ni seguir como si nada, sino por el contrario, darles también lugar para pensar qué pasó en este tiempo, dónde estaban en ese momento cuando todo comenzó y dónde se encuentran ahora. Hacer, estar y ser en el encuentro con otrxs. No esperar tampoco que de pronto se establezca una nueva normalidad, sino pensar en construir nuevas cotidianeidades.  

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