
“La justicia es como las serpientes: solo muerde a los que están descalzos”
Javier era un pibe del barrio Villa Casey. Todo le faltaba. Desde chico, ya estaba inmerso en la órbita de los jóvenes infractores a la ley penal.
Nuestros logros —y los suyos— no fueron muchos, pero hubo uno que todavía nos emociona: terminó la escuela primaria a los 17 años. Esa noche, en la ceremonia, llorábamos todos. Se había puesto su camiseta de Boca y sus mejores llantas. No se animaba a subir a recibir el diploma. Quería irse rápido. Todos lo miraban y aplaudían, pero él no estaba acostumbrado. Estaba incómodo. Nadie lo miraba, nunca.
Hasta que un día apareció en las noticias por haber cometido un delito.
Ahí sí lo miraron.
Viralizadamente lo miraron.
Marketineramente lo miraron.
Punitivistamente lo miraron.
Todos sabíamos que terminaba preso o muerto. Terminó preso, que es más o menos lo mismo si uno conoce las cárceles de nuestra provincia. Ahora sí, el Estado se va a ocupar de él.
Esto no es garantismo.
No es romantización de la pobreza.
No es bajada ideológica.
Se trata, ni más ni menos, que de oportunidades. Se trata de humanidad. Se trata de empezar a ver que el flagelo de la pobreza, la marginación y la inequidad generan violencia y delitos. Es ahí donde hay que apostar y mejorar condiciones.
De lo contrario, editaremos videos mostrando gente robando, les pondremos música tenebrosa y conseguiremos muchos likes… pero no resolveremos nada a futuro. Porque la inseguridad se combate con redes estatales, no con redes sociales.
Es hora de empezar a involucrarse en los barrios populares.
Es hora de que lleguen las escuelas, la cultura, el deporte, la salud.
No por caridad, sino por obligación: por una cuestión de derechos.
El centro está ordenado y cuidado.
En la periferia, todo falla.
Y ahí, donde falla todo, nacen muchas de las historias que después terminan en expedientes judiciales.
Solo cuando hay un piso mínimo de dignidad, el reproche penal puede ser genuino.
De lo contrario, el Poder Ejecutivo aplaude al Poder Judicial por hacer su tarea, mientras mira para otro lado respecto a la suya: garantizar que cada chico sea, antes que nada, un ciudadano con derechos y oportunidades.
Ya lo sabemos:
“La justicia es como las serpientes: solo muerde a los que están descalzos.”
Es hora de que el Estado empiece no solo a poner zapatos, sino a garantizar derechos.
Menos redes.
Más territorio.
Más trabajadores sociales y menos community managers.

Omar Guerra. Abogado y Diplomado en Estudios y Políticas de Juventud en América Latina. Se desempeñó en el ámbito público y privado en las ciudades de Rosario y Buenos Aires. Radicado en la actualidad en Venado Tuerto, trabaja en el área de Justicia Penal Juvenil, dentro de la órbita del Ministerio de Gobierno, Justicia, DDHH y Diversidad de la Pcia. de Santa Fe.

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