QUE NADIE LA OLVIDE

con 5 comentarios

Agosto se cierne, un año más, sobre las cuadriculadas calles de mi ciudad adoptiva,
Barcelona. En esta ocasión, las aceras vaciadas de transeúntes y de procesiones de
turistas arrastrando nutridos equipajes, como estrambóticos caracoles deformes,
recuerdan que el pequeño virus sigue al acecho manteniéndonos en jaque.

A determinadas horas del día, la despoblación de las avenidas es tal que resulta
inevitable que no acuda a la cabeza la escena de “Abre los ojos” en la que Eduardo
Noriega deambulaba, huérfano y como sin brújula, por una deshabitada e
irreconocible Gran Vía.

Inverosímil realidad, que parece extraída de una distopía de serie Z, escrita por  un
guionista tarado, pretencioso y falto de cualquier clase de talento, por la que jamás
habríamos pagado un céntimo para entrar a verla en el cine. Y ahora, sin embargo, por
obra y desgracia del pequeño virus coronado, nos hallamos en el interior de esa
delirante y enfermiza escenografía. Enclavados en la corteza de una ciudad a medio
desecar, en aras de llegar a convertirse en su propio exoesqueleto, tostándose al
inclemente sol de agosto sobre la improvisada parrilla del asfalto recalentado.

Barcelona desposeída de su alma por el embrujo de un microscópico e inclemente
hechicero venido del lejano Wuhan. La ciudad con sus arterias vacías, con los teatros y
los museos a media asta, con el tapabocas también puesto mientras un desorientado

Colón, incluso más de lo que ya lo estaba Noriega en el celuloide, en medio de las
Ramblas sigue señalando con su metálico dedo hacia un futuro irresoluto y borroso.

Un decorado desierto y mudo, en el que se han silenciado los conciertos y acallado a
las representaciones, pero la cultura, aunque maltratada y herida, sigue latente,
ejerciendo, a través de las redes, de las plataformas digitales o los recitales con aforo
reducido, las veces de estoica resistencia. Ella también planta cara a este despropósito,
con sus titiriteras armas ambulantes de comedia y sensibilidad. Apuntalando las almas,
echándole imaginación a los motores de la desvencijada esperanza, alimentando los
sueños que anhelan un mañana no tan distinto al maldecido ayer, entreteniendo a las
mentes para que no acaben enajenándose en esta desaparición de lo físico…Obrando
el milagro de lo imposible.

Cuando todo esto haya terminado, que nadie olvide quien fue el médico que guareció
nuestros espíritus y quién nos mantuvo entretenido el pensamiento mientras las
palomas se apoderaban de la Diagonal. Solo ella nos sacó de viaje durante el
cautiverio. Solo ella nos contó cuentos para que lográramos conciliar el sueño cuando
las avenidas se tornaron en pesadilla.

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5 Respuestas

  1. Joan Catala
    | Responder

    Así sea y que no se olvide la gran labor de la cultura, en sus mil formas, en estos tiempos de pamdemia.

  2. Eloi Babí
    | Responder

    Excelente escrito en homenaje a la cultura en pleno contexto coronavírico. Por cierto, qué buenos hallazgos y juegos de palabras irónicos (“pequeño virus coronado”, entre otros) contiene este texto poético y a la vez realista y emotivo.
    Bravo a Fátima Beltran por el contenido y estilo de esa pequeña pero brillante creación en elogio de la cultura.

  3. Vanessa P.
    | Responder

    Muy buena reflexión. La cultura/arte nos ha mantenido distraidos cuando hacía falta. Merece su reconocimiento. Felicidades por el artículo.

  4. María Díez
    | Responder

    ¡Bravo!Estoy con lo que dices. Muy buen artículo.

  5. Jacoba
    | Responder

    Un gusto leerte de nuevo. Completamente de acurdo con tu reflexión sobre la cultura. Me quedo con lo del pequeño hechicero venido de Wuhan.
    Saludos

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