anoche jugó el trinche / nahuel juárez

con 8 comentarios

Soñé que veía jugar al Trinche. Era alto, flaco, de pelo largo y bigote tupido, como en su paso por Colón de Santa Fe. Tenía un tranco lento y movimientos indescifrables, como sus pensamientos y sus elecciones. Desperté, después de ver algunas jugadas y escuchar un par de gritos, con la amarga sensación de que no lo volvería a ver jugando al fútbol, y así fue. El Trinche se convirtió, para el imaginario social del pueblo futbolero (el de los márgenes y las canchas de tierra), y para mí, en el representante por excelencia del hacer por deseo –algo escaso en estos tiempos–. Tarde o temprano sus pies lo llevarían al lugar en el que deseaba estar.

“No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la memoria humana se niega a callarse la boca. El tiempo que fue sigue latiendo, vivo, dentro del tiempo que es.” Esto dijo Eduardo Galeano y hasta pareciera que hablaba de Carlovich. Porque el Trinche es el germen de un personaje narrado por esa voz colectiva que mezcla certezas y rumores, futbolísticos o íntimos, y él –cuando estaba vivo–, narrador personaje, no confirmaba ni negaba las habladurías, sino que alimentaba la duda en base al olvido, como si quisiera darle una alegría a quienes narraban por él. Y es el público que lo vio jugar, y el que no –como es mi caso–, el que mantiene viva su historia.

Sartre decía que “cada hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”, y, en efecto, el Trinche eligió, en primer lugar, lo que quería ser como jugador de fútbol (respondiendo a su deseo) y, en segundo lugar, el personaje que quería ser para los otros (respetando el deseo colectivo), para esos narradores de la vida cotidiana que utilizaban, como principal herramienta, la transmisión oral, el boca en boca.

Me detengo un momento en el personaje que viaja, a través de las palabras, de oído en oído, sin haber sido visto por muchas de las personas que reciben sus hazañas por azar y eligen difundirlas por convicción, para resaltar el valor que toma este narrador colectivo, por quienes son y por lo que cuentan, que, incluso en este tiempo de sobreproducción de contenidos, de multiplicidad de medios audiovisuales y canales de difusión, de chequeo y verificación online, los porvenires del Trinche que esta voz colectiva narra, sobreviven por la fe de quienes las reproducen. Cada paso –y pase– del protagonista se toma como propio y se defiende con huevos y garra.

En mi sueño el Trinche no hablaba ni gritaba. Solo gesticulaba con las manos pidiendo que se acercara un compañero o indicándole que picara al vacío. Le alcanzaba con eso, con unos pocos gestos y cruzar alguna que otra mirada. Fiel a su juego dentro de la cancha, llevó esos principios al afuera, a ese afuera multitudinario lleno de feligreses y de ruido. Sin embargo, no son las cámaras, la fama o los lujos por lo que se decantaría el Trinche, sino por la sencillez, el silencio y la tranquilidad del hogar. No es la voz de Carlovich la que nos marca su deseo, sino sus acciones. No escuchamos al personaje contándonos su historia o explicándonos sus decisiones, directamente lo vemos actuar. No contamos con un narrador omnisciente que nos acerque sus pensamientos, sino que, como a muchos de los personajes de Hemingway, lo vemos en movimiento sin explicaciones o aclaraciones previas, y entendemos, al igual que con los cuentos de Hemingway, lo que sucede en el fondo, comprendemos, sin oírla o leerla, la interioridad del personaje.

Alejandra Kamiya, en su libro Los árboles caídos también son el bosque, le dio voz a una fotógrafa, y esta dijo lo siguiente: “Al principio había querido captar ese detalle, aquel gesto, pero con el tiempo y sin saberlo fui aprendiendo que a veces eso que yo buscaba mostrar era lo mismo que la gente quería ocultar.” En la foto de quipo del combinado rosarino que se enfrentó a la selección en abril del setenta y cuatro, donde el Trinche sale junto a Kempes, el primero, nuestro protagonista, no mira hacia la cámara, sino que la esquiva. Es un experto en encontrar lugares vacíos, hacía ahí va la pelota y hacia ahí va el jugador. Cuando alguien lo ubica en el foco enseguida se mueve hacia los márgenes. Hay algo que nos cautiva y creo saber que es, o por lo menos a mí, y es que, contra todo pronóstico de lo que debió haber sido por sus cualidades y características, eligió otra cosa, no lo contrario puntualmente, o lo esperado por el público o sus seguidores, sino el hecho de elegir la simpleza, y de nuevo, tanto dentro de la cancha como fuera de ella.

Juan Rulfo escribió: “Aprendí también que lo que no se conoce no se ambiciona y que, al final de cuentas, la única y más grande riqueza que existe sobre la tierra es la tranquilidad.” El Trinche lo sabía, y nosotros lo entendemos por sus acciones. Siempre sobrevino el deseo, su deseo, y no lo esperado por el resto, por esa masa amorfa que lo rodeaba. Se habló de él como “la historia de un desperdicio”, y hasta llegó a publicarse una nota que se titulaba: “El Maradona que no fue”, yo propongo: “Carlovich y el deseo”, porque el Trinche no quiso ser como Maradona, no quiso llegar a la fama, ni quiso ser lo que la multitud esperaba de él, sino que, hizo lo que tenía ganas de hacer: atender a su deseo.

Carlovich no se arrepintió de las decisiones tomadas o de los caminos elegidos, renegó del tiempo, del paso del tiempo que le quitó la posibilidad de seguir jugando al fútbol, eso lo escuchamos de él y, al final del Informe Robinson vimos, vemos –recomiendo que vean–, cuando le preguntaron qué daría por volver a tener veinte años (para jugar al fútbol), volver a escuchar a la gente, que se diga “esta noche juega el Trinche”, y, al igual que en mi sueño, el Trinche responde con unos pocos gestos, una mirada cargada de lágrimas, y silencio.

 “Hay lágrimas que bajan del alma al corazón y son invisibles. Hay corazones invisibles donde su rota imagen no se nota. Pero que están quebrados.” De nuevo, Juan Rulfo.

Soy Nahuel Juárez, nací en Baradero pero vivo en Rosario desde el 2009. Estudio Periodismo y participo en el Taller Alma Maritano de escritura creativa coordinado por el escritor Pablo Colacrai.
En 2016 publiqué mi primer y único libro Sería ser, editado por Escritor de la Legua. En el 2019 formé parte de la Antología Literatura en Flor, Rosario.
He llegado a instancias finales del Premio Itaú Cuento Digital, categoría General (2019-2022). También fui premiado en el IV Certamen Literario Osvaldo Bayer “Historias de Malvinas” 2022.
Algunos de mis cuentos fueron publicados en revistas digitales y en la actualidad realizo colaboraciones en la Revista MU de Lavaca.

¡Compartí este contenido!

8 Respuestas

  1. Mauro
    | Responder

    Excelente rescate del Trinche, bajo la mirada sensible y exacta de Nahuel ❤️

  2. Nahuel
    | Responder

    Uno que sin demostrar grandeza, brillo en su ciudad en cada retina que lo vio desplegar su gambeta y con eso le bastó para ser FELÍZ “EL ETERNO TRINCHE”
    Excelente relato!!!

  3. Martin
    | Responder

    Excelente piojo!! Gran escrito sobre el gran trinche

  4. RODRIGO
    | Responder

    “Carlovich y el deseo”, porque el Trinche no quiso ser como Maradona, no quiso llegar a la fama, ni quiso ser lo que la multitud esperaba de él, sino que, hizo lo que tenía ganas de hacer: atender a su deseo”.

    Crack nahuel. Tremendo escrito. Te felicito

    • Matias
      | Responder

      Felicitaciones Nahuel!
      Entretenido relato para recordar al Trinche.
      Gracias!!

  5. Matias
    | Responder

    Es una joya, amigo. Me dejó con una sensación de estar viviendo el relato, como si fuera un mito. ¡Felicitaciones!

  6. Agustín
    | Responder

    Me llegó esta nota por un amigo. Espectacular!
    Llegué a la leyenda hace por lo menos 15 años y traté de exprimirla al maximo los 2 años que viví en Rosario. Tengo sus libros, un poster y mi perro se llama Trinche (adoptado en Plaza San Martín).

  7. Mai
    | Responder

    En la época que vemos morir los mitos. Nahuel resucita a uno.
    Hermoso escrito

Dejar un comentario