agrotóxicos: mirar el modelo a los ojos / julieta santo

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Cuando pienso en el campo, lo que es muy frecuente, escucho un crujido. Algo que se rompe bajo los pies. Tierra que no huele a tierra. Un modelo que se resquebraja.

Pero no hay un solo campo, claro está. ¿Qué es “el campo”? Si hay en realidad muchos campos, múltiples formas de hacer agricultura, infinitos enfoques, técnicas y búsquedas.

Pero cuando escucho la palabra, el recuerdo, la imagen, el sonido, todo me lleva a ese crujido gris. Es que el modelo productivo dominante borronea otras representaciones posibles y engulle a los campos que no caben en ese campo: el de los commodities, los paquetes tecnológicos y los empresarios especuladores. Forzándolo a un terreno más práctico y salvando distancias, es lo que sucede después de consumir con frecuencia publicidades de una marca: reemplazamos en nuestra memoria el nombre y la imagen real del producto por lo instalado a través de los ingenios del marketing.

Paisaje

Sin embargo, no todo es culpa de las estrategias publicitarias. Desde alrededor de 25 años atrás, nacer y crecer en ciudades y pueblos fumigados permite alimentar esta imagen única del campo vacío, opaco, idéntico. Si hay variaciones, son mínimas. Soja, maíz, trigo, quizás alguna que otra vaca pastando sobras de veneno. Quedan pocos árboles, la mayoría, al borde de rutas y caminos. Otros, perdidos en pequeños montes que siguen en pie, en resistencias palpables que tejen junto a yuyos, roedores, insectos, reptiles y aves. Hacer la prueba y pasar de un sector de siembra convencional a un monte sirve para entender que sólo el sonido alcanza. Un par de pasos y el oído atento son suficientes para desnudar un contraste donde se juegan la vida y la muerte.

¿Dónde van los animales a descansar del sol cuando el verano roza los 40°? ¿Dónde toman agua los pájaros agotados de volar? Cuando encuentran, ¿qué toman, además de agua?

El paisaje pareciera completarse con una avioneta que vuela bajo. Segundos después, un olor ácido y que se adivina artificial se cuela por las ventanillas del auto que pasa por la ruta. En otras coordenadas y simultáneamente, el mismo olor toma la forma de una bofetada tóxica en la cara y los pulmones de familias de zonas rurales, o se mezcla con el desayuno en las periferias urbanas.

En las escuelas todavía se enseña que en esta región se le debe todo al campo. Es casi como si existiera un manual para la educación en las zonas de sacrificio arrasadas por el modelo extractivo. Así como en las provincias donde buscan instalarse empresas mineras, acá el discurso es que “el campo” trae progreso, abundancia y trabajo. Las preguntas que todavía no entran a las aulas son ¿para cuántos trae progreso, abundancia y trabajo? ¿Para cuántos, problemas?

Los agrotóxicos, también disfrazados con eufemismos como agroquímicos o fitosanitarios, son sustancias utilizadas en los campos de cultivo convencional para controlar plagas o fertilizar, entre otros dudosos beneficios que los campesinos nunca pidieron pero que ahí están, generando dependencia económica y hasta, podría atreverme, emocional. “No podemos producir sin agroquímicos” es una afirmación arraigada entre productores agropecuarios. El miedo es a perderlo todo.

Pero no es igual en todos los casos. Hay miedos a perderlo todo que refieren a una cuenta bancaria abultada. Hay miedos a perderlo todo que, con otras prioridades, se preocupan por la vida que le queda a la tierra, por cuánto más puede aguantar. Y hay otros, más inmediatos y dolorosos, que hacen temer por la salud y la vida de los seres queridos.

¿Por qué venenos? ¿Por qué agrotóxicos?

Se trata, en definitiva, de sustancias diseñadas para matar, lo que está admitido en las descripciones de los envases. Son fungicidas, herbicidas, insecticidas. El sufijo “cida” es, al menos, contundente.

En Argentina se utilizan decenas de combinaciones de agrotóxicos a diario y en cantidades exorbitantes. Sus nombres son, en su mayoría, difíciles de pronunciar, pero sus efectos se comprenden a la primera lectura: cancerígenos, alteradores o disruptores hormonales. Uno de los más conocidos, el glifosato, hace siete años que está caratulado como “probablemente cancerígeno” por la OMS (Organización Mundial de la Salud)iii.

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Preguntas, respuestas y sombras

“Si te tomás un vaso de glifosato seguro te va a ir mal, pero lo que les echan a los cultivos es una dosis mínima”, me respondieron hace tiempo, en una conversación. “Me dijeron que todos usamos venenos para insectos en nuestras casas, que eso es más tóxico que los agroquímicos y nadie se queja”, comentó una vecina venadense preocupada por las fumigaciones cercanas a su casa. No era la primera vez que escuchaba esa respuesta evasiva.

En una experiencia laboral, una mujer me contaba, después de entrar en confianza, que padecía múltiples problemas de salud. Un cóctel de afecciones respiratorias, metabólicas y de la piel. Le pregunté si vivía en una zona rural o en los alrededores. Me dijo que sí: su casa estaba al lado de un campo fumigado.

Nicolás Arévaloiv, de 4 años, era parte de una familia correntina. Su casa estaba ubicada frente a un campo donde se fumigaba con el herbicida endosulfán, ahora prohibido. El niño jugaba junto a su prima Celeste, de 7 años, cuando entraron en contacto con un charco de agua mezclada con el veneno. Ambos terminaron internados. Nicolás murió a los pocos días y Celeste, después de estar internada por tres meses, sobrevivió.

Las sombras del modelo, al decir comprometido de Fabián Tomasiv, ya son tantas que resultan inevitables. Aunque los medios hegemónicos les corran el micrófono y la cámara, se expanden y cuentan historias, al tiempo que abren un creciente reguero de conciencia.

La dosis de cada día

El veneno es, muchas veces, traicionero. No se huele ni se detecta en la boca, pero está. Es que las derivas de los agrotóxicos llegan a humanos, animales y otros seres vivos por aire (dispersión del veneno por el viento), agua (contaminación de napas y cursos de agua), alimentos, y a través de productos no alimenticios de uso cotidiano. Un ejemplo: el algodón.

La defensa de los grandes de la industria del agro no incluye respuestas demasiado convincentes. Desde el sector suelen insistir en que se exagera, que nadie estaría vivo si la situación fuera tan grave. Lo que mató a Nicolás en Corrientes fue una dosis letal, en un caso puntual pero no aislado. Lo que consumimos todos los días, sin embargo, son pequeñas dosis de distintos productos y fórmulas que se acumulan en ese inesperado campo de experimentación en que se han convertido nuestros cuerpos. Las cifras que revelan la presencia de cáncer y enfermedades endocrinas y metabólicas en la población son cada vez más altas. Los pueblos fumigados están vivos, pero profundamente enfermos.

Agroecología

Denis, productor agroecológico de Venado Tuerto, cuenta que producir sin agrotóxicos implica estar atento constantemente, mirando que no fumiguen cerca de sus campos, especialmente cuando el viento viene en dirección a su casa.

A pesar de eso, o gracias a su estrecho contacto con la tierra, analiza la situación con la lucidez de quien reconoce la raíz del problema. “Son modelos impuestos por el sistema (…). El productor convencional no tiene la culpa de estar aplicando cantidad de venenos porque está a la deriva de los saberes que trae el ingeniero agrónomo, que le está vendiendo en realidad un producto de Bayer como vende un médico una pastilla”, reflexionó.

Si de buscar responsabilidades se trata, tiene claro que hay que enfocar donde el poder está más enquistado y no señalarse entre pares, ya sean productores o ingenieros. “El ingeniero agrónomo tampoco tiene la culpa, porque él fue a la facultad y se hizo un experto estudiando. (…) Salió de ahí diciendo lo que creía que estaba bien, que era tirar venenos y usar un pack de insumos que tiene una huella de carbono y un impacto para el medioambiente fuertísimo. Los que tienen la culpa son los pocos poderosos del planeta”, sintetizó.

Esos pocos poderosos, las famosas o a veces anónimas manos que concentran dinero y poder, consolidaron un modelo y una forma de vida identificados con la modernización y el progreso. ¿Quién no querría modernizarse y crecer? De la mano y con el deliberado aval de sucesivos gobiernos, sus prometedoras fórmulas que traerían crecimiento ilimitado se fortalecieron en un discurso único, marcadamente arraigado hasta hoy.

Un relato de este tipo, por lo general, engrandece supuestos beneficios y bondades, y logra tocar las fibras sensibles del aspiracionalismo. Al mismo tiempo, no descuida un detalle y esconde con astucia hasta la más mínima falla. Por eso se hace tan difícil visibilizar los problemas, aunque sean graves y contundentes. “Como somos lugares núcleo, estar en contra de los agrotóxicos es ponernos en frente de una lucha fuertísima.

Al productor, dueño del campo, por más de que le están diciendo en este momento que tiene cáncer por culpa de eso, le cuesta entender, porque hace 20 años le cambiaron su vida”, aseguró Denis, dando luz a esas zonas problemáticas que nadie quiere ver. “Le dijeron: eliminá las vacas, eliminá los chanchos, chau a la huerta. (…) Ahora ponemos tres porquerías, sembramos en directa, tiramos veneno, no nos crece más yuyo y vas a ver la plata que te deja. Entonces ya hay una generación de gente que está trabajando pensando que eso es bueno”.

La decisión de producir de otra manera

Poner atención a la vida, al estado de la tierra, del planeta. Eso es lo primero que nombra el productor cuando le pregunto qué lo llevó a decidirse por la agroecología. La observación lo llevó a darse cuenta de “lo antinatural que se nota un campo cuando está recién fumigado”. También hace referencia a los casos de cáncer que hay en los alrededores de su campo, donde vive con su familia.

Sin fórmulas ni paquetes tecnológicos y apelando a la sencillez, puede definir de qué se trata la alternativa que elige. “Lo agroecológico es en sí un método utilizado por nuestros ancestros, por nuestros abuelos, hace 50, 70 años atrás. Se veía otra manera de cultivar, se trabajaba con las semillas de otra manera, con otro respeto. Uno cultivaba sus semillas para volver a sembrarlas y no estaba esperando que un semillero cree una modificación para que genere más cantidad de quintales. Lo que se busca, remarcó, es que el trabajo rural “vuelva a ser un poco más como era antes, cuando la gente del campo podía sacar su vida, y no solamente su plata”.

Frente al panorama, resistir y también celebrar

Entre los vientos fríos de agosto, llegó el día de celebración y agradecimiento a la Pachamama, nuestra Madre Tierra. Mirar a los ojos al dolor y desmantelar las injusticias es parte del ejercicio que estos tiempos nos piden, para poder abocarnos en cuerpo y mente a imaginar y trabajar por nuevos modelos posibles, regados de vida, salud e igualdad.

Después de la publicación de este texto, muchos podrán decir que faltó hacer referencia a cierto estudio o escribir sobre tal experiencia. Y tendrán razón. La evidencia es tan amplia como abrumadora y sigue brotando. Brota como “hierba mala” que, al igual que la resistencia, nunca muere. Para eso no hay veneno que aguante.

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“El concepto de ‘zonas de sacrificio’ (…) supone la radicalización de una situación de injusticia ambiental. (…) La configuración de zonas de sacrificio se refiere a un proceso –general y extendido en el tiempo- de desvalorización de otras formas de producción y de vida diferentes a las de la economía dominante. (…) (Se trata) de la degradación de los territorios, de la calidad de vida, ante la consolidación de modelos de maldesarrollo. Con el paso del tiempo, lo que queda para las comunidades locales son los impactos ambientales y sociosanitarios”. (Svampa y Viale, 2014)

ii Informe: “Alimentos contaminados con agrotóxicos en Argentina” por Naturaleza de Derechos.

Febrero de 2021.

Disponible en: https://drive.google.com/file/d/1sI9AJismeSWTG5c2YSuBXC3hZXMjExQn/view

iii

“Confirmado: la OMS ratificó que el glifosato de las fumigaciones puede provocar cáncer” por Darío Aranda para LaVaca. 2015.

Disponible en: https://lavaca.org/notas/confirmado-la-oms-ratifico-que-el-glifosato-de-lasfumigaciones-puede-provocar-cancer/

iv

“Corrientes: condenan a empresario hortícola por la muerte del niño Nicolás Arévalo, intoxicado con agrotóxicos” por Agencia de noticias Tierra Viva. 2020.


Julieta Santo: Comunicadora Social (Universidad Nacional de Córdoba). En continua formación y reflexión sobre ambiente, salud y territorios. Nutrida por los feminismos, la defensa de los Derechos Humanos y el rescate de la(s) memoria(s). Huertera y guardiana de semillas.



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