
Las personas caminan las calles de un lugar a otro, cada uno metido en lo suyo… de pronto alguien se encuentra con un amigo, o tal vez un conocido, se acercan, los ojos sonríen…
El objeto voz se apresura, las palabras, los sonidos, a veces los gritos. Y el cuerpo. Es sumamente llamativa la experiencia de los cuerpos en estos tiempos de pandemia generalizada, donde frente a la proximidad del cuerpo del otro surge intempestivamente un gesto esquivo, casi instintivo de autoconservación, de retirada, un paso atrás…, porque la distancia cuida, protege. El cuerpo es peligroso. Esa es la nueva normalidad que vivimos.
De tanto en tanto me interrogo por los alcances de la palabra normalidad y entiendo que cada época y quien habita el mundo, tiene su propia idea de normalidad.
La nuestra hoy, establece condiciones de vida muy distintas, sobretodo para la vida con otros, aunque no tanto para con uno mismo y la propia soledad. La normalidad de hoy toca los lazos y los afectos entre las personas. Si bien no a todas les comprende esta regla. El espíritu segregativo se desliza también en algunos que por diversas razones, ya sea sociales, discursivas, subjetivas, se encuentran por fuera de los alcances de las nuevas legalidades que se imponen, como es el caso de los enajenados, segregados, los fuera de discurso y de todo lazo, los errantes que vagabundean por las calles de las ciudades sin un mapa. En otros sujetos, la nueva normalidad de estar conectados a las pantallas, implica una posibilidad de enlazarse a otros y tener una vida que, de lo contrario, estarían condenados a la soledad de la locura. También hay quienes no tienen acceso a la virtualidad y tendrán que inventar modos de habitar la vida.
El nuevo amo que se impone es el significante pandemia, que arrastra otros dos: aislamiento y distancia social. Detecto tres momentos, aunque hoy encuentro uno que llama mi atención: el retorno. Para el mundo psi la palabra retorno no es sin consecuencias. Pero en este caso se trata de un retorno particular: vuelve el miedo, la incertidumbre, la angustia, el agobio, el cansancio del “¡otra vez lo mismo, que me toque y listo!”, la cercanía cada vez más evidente del virus. Encontramos respuestas subjetivas que recorren lo corporal y la materialidad del cuerpo puestas en un escenario de quietud y cansancio. Frente a la infinitización de lo mental, del mundo de las imágenes, en ocasiones no logra anclarse en el cuerpo del otro para dar soporte de “escritura”. El encuentro entre cuerpos debe ocurrir en algún momento, para que algo de este real que vivimos logre delimitarse, decantar y hacer metáfora.
El efecto retorno que puntualizo, supone también una vuelta a estadios anteriores, lo cual se constata en los consultorios, en la calle y en los espacios virtuales. Retorna un real, el trauma, la pandemia y la posibilidad de infectarse. Con ello insisten y se reeditan todos los fantasmas singulares. Cada sujeto, desde su historia tejida y tamizada por el análisis, teniendo cada uno un recorrido determinado, encuentra hoy una vuelta al mismo lugar: desde el sentimiento de pérdida de libertad, violación de derechos, enojos, celos, envidias, sentimientos primitivos que se creían desterrados a partir de la cultura, hasta la queja del “me desconozco, qué me pasa, yo no era así…” y la nueva regla del “quedate en casa” violenta a muchos. El trauma, el real que irrumpe en la figura de la pandemia, reedita lo más singular y desterrado de las personas. Reedita eso que vuelve siempre al mismo lugar, “que no cesa de no escribirse”.
El escenario de los cuerpos que se encuentran, evitan y esquivan en las calles los convierte en amenazantes, en cambio, en las pantallas, en la virtualidad on line, se vive “a la carta” y a salvo: allí podés elegir, tomar decisiones, jugar, hablar, amar, rendir exámenes, festejar cumpleaños. La nueva normalidad, ya naturalizada para algunos, resistida y rechazada por otros, está conquistando el mundo entero y sus implicancias pueden apreciarse en el modo en que vivimos y viviremos.
En esta secuencia, se avecina un nuevo problema y es que el pegoteo o adherencia con los objetos tecnológicos nos iguala e intenta que los seres hablantes ya no sufran más sus síntomas, que son los que singularizan y hacen que cada uno sea distinto al otro. En su lugar, hay prácticas de goce universales, que son otra cosa que los síntomas. Pareciera que estamos ante nuevos síntomas y nuevas formas que toma el goce… por lo tanto, una nueva clínica.
Esta normalidad epocal supone la homogenización que toca a todos los seres hablantes en su modo de vivir la pulsión. Si se ha elevado la imagen y la voz al cenit, entonces estaremos quizás ante un nuevo orden, otro cuerpo sexuado y otras subjetividades. La época construye también nuevos subjetividades.
“El hombre esta capturado por su cuerpo”, esto quiere decir que el cuerpo adquiere su peso por la vía de la mirada. Así, las pantallas y la virtualidad dan otro cuerpo. La apuesta será rescatar lo singular e interrogar qué goce de la vida cada uno puede inventarse anudando un poco lo imaginario y lo real, el mundo de las imágenes y lo real. La vida y el deseo pulsan, el cuerpo cobra vida, y será responsabilidad de cada uno ir a su encuentro.

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