CIENCIA, TECNOLOGÍA Y SOCIEDAD II

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Qué puede pensarse de aquí a futuro

Si bien es cierto que en nuestra región las dos grandes potencias, México y Brasil, han tenido una reacción a esta crisis muy distinta de la de la Argentina, hay un marco geopolítico que no ofrece sólo dos alternativas. Si uno observa, hay otras: Medio Oriente, Extremo Oriente, Rusia. Cada una es distinta. Hay luchas, hay tensiones, hay movimientos muy fuertes en nuestra región que realmente son muy preocupantes, pero eso no significa que vamos derecho hacia ahí. Diría incluso que los Estados Unidos de América están un poco en retirada de su hegemonía. Por eso estos problemas sistémicos no parece que van a resolverse a través de instituciones como la ONU o la OMS. Justamente, porque esas, que son instituciones de la hegemonía estadounidense post-Segunda Guerra Mundial, están en declive, porque Estados Unidos pareciera estar retirándose de su larga hegemonía, y China, que es una potencia emergente, no es capaz o no quiere asumirla, por resumir algo muy complejo de una manera muy simplificada.

Conocemos bien las dificultades pero también las fortalezas de la Argentina; entre ellas, contamos con un sistema científico-tecnológico funcionando. Hay que poner en juego ese deseo y esa necesidad una vez más. Por otro lado, creo que no podemos esperar una vacuna, no podemos esperar que la ciencia y la tecnología tal como están en el mundo sean la respuesta. Pero con una salvedad: creo que ese ethos en nuestro país funciona de una manera particular. Nuestros científicos tienen un ethos bastante específico. Probablemente por nuestro modelo de sistema universitario, que es único por su combinación de gratuidad e ingreso irrestricto. Ésa es una fortaleza a la que se puede apelar, y de hecho se apela a ella todo el tiempo; hoy como siempre nuestros científicos están poniendo el cuerpo.

Ahora voy a hablar desde mi biografía intelectual: provengo de una línea muy crítica de la ciencia y tecnología. Y aun viniendo de esa línea, hoy sostengo que tenemos que tener mayores conocimientos y mayor acceso a esos saberes, para que puedan ser apropiados y puestos en circulación. Hoy sabemos que habría sido muy importante que hubiera habido información de calidad desde el primer momento de esta pandemia; que las autoridades chinas no hubiesen acallado al oftalmólogo Li Wenliang del hospital de Wuhan; que desde la OMS no se hubiese dicho: “Qué bien lo que está haciendo China”. Los sistemas de alarma y notificación fallaron, como mínimo se demoraron. Debemos exigir que eso funcione mejor. Por otro lado, para todos sería muy importante tener información de calidad. El periodismo en el mundo, y particularmente en nuestro país, está en estado crítico. Nosotros, que tenemos en esta facultad la carrera de Comunicación, no hemos logrado incidir lo suficiente como para consolidar un campo para el periodismo profesional consistente, bien formado, que haga investigaciones en profundidad y que sea valorado socialmente. El tema de la posverdad puede ser cierto, pero hay defensas para eso. No digo infalibles —quién imagina que algo puede ser infalible —, pero hay defensas, y nosotros no las tenemos. En este contexto, una masa crítica de periodistas científicos sería muy útil hoy para entender qué está pasando. Yo, francamente, no sé qué leer. Y no me pasa sólo con el COVID. Ejercí el periodismo muchos años, por eso también me preocupa. En cualquier caso, también en este campo hacer una inversión es relevante para la sociedad. 

Pensando en el rol y las proyecciones de crecimiento de las llamadas “tecnologías abiertas” y los movimientos de ciencia ciudadana respecto de la democratización del conocimiento científico y tecnológico, considero que es muy importante en su aspecto creativo, productivo, inventivo, pero también como una forma de divulgación y popularización de la ciencia y la tecnología. No es que la ciencia y la tecnología nos van a salvar; pero si las ciencias y las tecnologías forman parte de desarrollos concretos en la vida de las personas, algo puede cambiar para mejor. Vengo siguiendo por mi trabajo en Conicet los movimientos de ciencia abierta, ciencia ciudadana o comunitaria, que se relacionan con el ethos DIY (do it yourself, hágalo usted mismo), en los que se favorece la apropiación por parte de actores no necesariamente expertos de herramientas y conocimientos científicos con fines comunitarios. Es notorio que en nuestro país hace una década y media esa movida viene creciendo. Ésa es una intervención concreta, que no me parece la única que necesitamos, pero que se da en la escala de la experiencia comunitaria y es muy valiosa. Después creo que a escala nacional, Argentina tiene que darse muchos otros planes; dónde hacer ejercicios de reflexividad sistémica. Me cuesta imaginar lo que es como algo ya dado. Como algo que ya cerrado. Veo siempre, o por lo menos me acostumbré a ver, zonas de mayor o menor ebullición; veo caldos, veo una gran cocina gigante llena de caldos, muchos de los cuales tienen muchísimos siglos, y tienen un gran sabor y son muy persistentes, y otros más recientes, con ingredientes completamente novedosos. Y entre ellos, a través de ellos, campos de fuerzas. Sobre todo en este momento, porque para mí la Gran Aceleración implicó la entrada en otro mundo. Está hecho a partir del mundo del pasado, por supuesto, pero mezclado y tensionado por componentes y fuerzas nuevas. La lógica cultural que en Occidente acompañó el despliegue de las últimas cuatro o cinco décadas incluye una crítica a la ciencia. Parte de esa energía es retomada por personas y por colectivos que construyen saberes muy interesantes, con valores distintos a los de la tecnociencia, con otro código técnico, como diría Andrew Feenberg.

Otro elemento a tener en cuenta es el profundísimo antiintelectualismo de los últimos años, no sólo en relación con la ciencia y técnica. El campo cultural, tomando “cultura” en sentido restringido, ha sido profundamente denostado. Diferentes estudios del libro y la lectura nos hablan de una regresión de la lectura en los más jóvenes. En cada reunión virtual todos tenemos de fondo una biblioteca; pero hoy el consumo de libros no es un consumo particularmente valorado entre los jóvenes. Uno puede decir que eso se sustituye con otros consumos culturales, como las series, y es cierto. Pero es más complejo. Porque hay habilidades que sabemos que vamos a necesitar en el mundo que viene, y muchas de ellas se entrenan con un tipo de actividad, de concentración, que hoy no está fácilmente disponible, o lo está, pero en un entorno muy, muy ruidoso. Esa es otra fuerza histórica, además del hedonismo, además del temor a la muerte. Y además del enorme desinterés por el destino del otro, que se fortaleció con esta aceleración y con el neoliberalismo. De esto ya hablaba Georg Simmel a fines del siglo XIX. Él decía que el “urbanita”, para vivir en la gran ciudad, tiene que defenderse del impacto que le provoca ver a otro ser humano librado a su suerte, para lo cual construye una capa de defensa intelectual frente a lo que emocionalmente implicaría un dolor ante el infortunio de un semejante. Vivir en una gran ciudad requiere, entre otras cosas, ese entrenamiento. Todos quienes han estado cerca de niños lo saben, porque los chicos todo el tiempo nos preguntan: ¿cómo está esa persona ahí en el piso? ¿Cómo hay un chico que pide comida? Es un entrenamiento gigante. Y las ciencias deberíamos poder hablar de esto también.         

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