
I–
¡Qué vas a ser diputada vos!
Natalia Zaracho regresa a su casa después de una jornada de laburo en el Congreso Nacional. Cuando está cruzando el puente olímpico que conduce a Fiorito observa desde el auto que la policía está golpeando sin límite alguno y con toda la crueldad que puede ser posible a un adolescente que a duras penas se podía mantener en pie, arrasado, consumido, en su sentido más mercantil. La percepción del hecho para Nati no requirió ninguna interpretación, se bajó y les pidió que paren, que dejen de pegarle al pibe. La respuesta fue, “no te metas”, pero sí se metió y así fue como terminó detenida en la comisaría de Villa Diamante en Lanús. No la podían meter presa porque lxs diputadxs nacionales tienen fueros, pero esa normativa fue imposible de cumplir por lo que ella encarna. ¡Qué vas a ser diputada, vos!, le dijeron los policías.
II-
¿Quiénes pueden sentarse a tomar un cafecito?
A pocos días de la asunción del nuevo presidente Javier Milei, el militante, dirigente social y político Juan Grabois se estaba tomando un café con el padre que actualmente está muy enfermo. Un tipo que venía caminando la calle con cierto nerviosismo lo intercepta filmando con su celular vociferando los precios de lo que estaba consumiendo en la mesa, diciendo que estaba sentado en un bar de “Palermo chico” y sosteniendo: “No sabemos de qué labura, ni nada”. Genera una situación violenta y de provocación para hacer un espectáculo en la calle, pero después se va corriendo. El objetivo de producir el espectáculo de la “violencia” está cumplido y Juan Grabois intenta defenderse, sin embargo, actúa sobre aquello que constantemente defiende con el pico: ejercitemos ante las situaciones más extremas la no violencia, más que resistir desde una oficina, es hacerse respetar.
Guillermo Moreno, en el programa de Pedro Rosemblat y con la voz de peronista de vanguardia de aquellos que siempre se atribuyen ser los verdaderos, dice: «¿Cómo no le va a dar un revés? En nuestra época se los invitaba a pelear. Esto los va a envalentonar”. ¿De verdad, Guillermo Moreno, creés que la valentía y el coraje consiste en la violencia?
La crítica al discurso adultocentrista y de los que “saben cómo son las cosas” –que en estos casos se acompaña de una acusación de “progresismo” a cualquier fibra que apele a la sensibilidad popular no violenta. No hay que olvidarse que el progresismo no hace ningún esfuerzo y lo único que propuso es el refuerzo de retornar eternamente a una afirmación cómoda de sí mismos bajo la ilustrada afirmación de “yo no los voté”.
Una acción política que tensione esa fibra adultocéntrica, afirma la materialidad de las voces y prácticas que producen conexiones entre las generaciones arrasadas por el neoliberalismo, es una de las únicas cosas que pueden llegar a frenar la transformación acelerada de cada músculo en mercancía.
III.
Militancia popular de la no violencia y transfeminismos
Por último y en estas historias sobre la irrupción masiva de la violencia irrestricta aparece una maestra lesbiana en el conurbano bonaerense, precisamente en Lomas de Zamora, se sube a un colectivo de la línea 561. Llegando a la universidad una mujer la ataca brutalmente a golpes con insultos que referían a su identidad de género y a su oficio como maestra: la mujer le decía: “Maestra hija de puta, las putas tortilleras como vos me tienen harta”. Nadie dijo nada, solamente un pasajero frenó la golpiza porque llegaba tarde al trabajo. La embestida contra los gestos, los movimientos contra los cuerpos que se sustraen a la indiferenciación anestésica es casi total. Como dijo el cineasta Pier Paolo Passolini: “Quiero que mires a tu alrededor y tomes conciencia de la tragedia ¿Cuál es la tragedia? La tragedia es que ya no existen seres humanos: no se ven más que artefactos singulares que se lanzan unos contra otros”.
Estas explosiones de odio que intentan dinamitar la sensibilidad popular tienen una vasta historia: desde «viva el cáncer» hasta el grito policial de “¡qué vas a ser diputada vos!”
En cada respuesta que damos, quienes defendemos la sensibilidad popular no violenta en los tiempos más turbulentos que se avecinan, tenemos que reforzar y producir nuevos afectos que permitan amplificar nuestras respuestas sobre él ni una menos y el nunca más, aquellos sintagmas que ordenan nuestras vidas y que reactualizan con su verdadero significado que no somos nosotros los que no vamos a poder caminar tranquilos, son ellos, los genocidas que robaron bebes, desaparecieron personas y sus herederos que siguen digitando el saqueo de las condiciones dignas de vida del pueblo trabajador y excluido.
No tenemos nada de qué avergonzarnos quienes caminamos las calles como militantes; vergüenza es, como sostuvo Primo Levi, ser nazis, vergüenza es tener una sed de aniquilación de casi la totalidad de lo humano.
Sensibilidad transfeminista no violenta: conversaciones del porvenir.
En las percepciones se pone en juego una multiplicidad de dimensiones enormes para la política de los transfeminismos populares: hay desplazamientos sutiles que no podemos pasar por alto, la percepción de ese hecho de crueldad desencadenó una acción política que venimos llevando adelante desde tiempos incalculables. Lo que podría pasar por alto como un hecho más de la violencia empobrecedora hacia nuestro pueblo se tradujo en un afecto, en una percepción que denuncia y actúa para desenmarañar lo que siempre nos ocupó como militantes populares: desactivar los efectos continuos que tiene la violencia sobre ciertos cuerpos y subjetividades para crear espacios de respiro, organización y cuidados colectivos para la emergencia de otras subjetividades políticas que puedan discutir y ocupar lugares reservados para lxs que no habría ninguna sospecha de que fueran diputadxs o que pudieran estar tomando un café por ahí.
Los transfeminismos populares actúan sobre transformaciones perceptivas para destituir del trono ciertos interrogantes que supieron transformarse en interrogatorios sobre el sujeto del feminismo. Cuando digo sujeto del feminismo, no me refiero a aquella base material sobre la cual pesan una innumerable cantidad de explotaciones, sino a la referencia a la subjetividad política “femenina” como un compendio de formatos punitivos, tal como denunciaron históricamente los feminismos negros.
Ya no más la centralidad en indagaciones sobre los cuerpos que pueden ser sujetados por los feminismos y los requisitos que moralmente deben contener para ¡y qué paradoja! ser contenidos en él. Ya no más la ilustración sobre el decálogo de los comienzos feministas y las olas de visibilidad de agendas sectoriales. Lo popular disloca el acto inaugural de lo que existe como feminismo y en este sentido adquiere valor la pregunta ¿Por qué se ha nombrado, discutido y habilitado a través de ciertos términos? Es así como comienzan a aparecer pliegues y genealogías de lo popular a partir de una ética de la no violencia. ¿Por qué comienzan a aparecer estas genealogías con toda la fuerza? Es posible que una de las respuestas sea que logramos a fuerza de despliegues colectivos permanente la sostenibilidad de la vida a partir de los cuidados en territorios arrasados por la crueldad neoliberal.
La ética de la no violencia militante es la formulación indispensable para escuchar voces que durante mucho tiempo existieron, pero se hicieron inaudibles por la vergüenza o el miedo a estar descolocadas en los debates, en los tiempos y espacios. La construcción del espacio en esta ética se torna fundamental: los cuidados, además de reproducir la vida ante el sometimiento de la violencia del capital, fueron trazando formas de sensibilidad que hicieron audibles y perceptibles determinados hechos, conexiones y voces que estaban sepultadas. Es así como en Argentina luego de la aprobación de la ley del aborto, se evidenció una gran falencia: ¿Qué hacemos ahora? Esa pregunta en una situación de perplejidad dejó al descubierto la desconexión de esa lucha con las condiciones materiales de las mujeres, lesbianas, travestis y trans de sectores populares. Esta desconexión no impidió que lo popular irrumpiera para exigir el reconocimiento salarial y no solamente discursivo de los trabajos de cuidado.
Otra línea de conexión surge cuando hablamos de prostitución o trabajo sexual. Parecía una imposibilidad total discutir sobre el tema por la “sensibilidad” y el horror moral que significaba al feminismo blanco y de sectores predominantemente medios hablar de que hay una gran parte de la población de mujeres, lesbianas, travestis y trans que subsisten a partir del comercio sexual. Es más, aparece acá un fuerte coletazo neoliberal en donde hay una ausencia total de voluntad de quienes se dedican a eso, pues escapa de sus posibilidades de comprensión que están siendo explotadas. ¿Por qué hay en ese tipo de feminismo una propensión a la denuncia de explotación únicamente cuando se involucra la prostitución o el trabajo sexual? Silvia Friederici es muy clara al respecto: ante la ausencia de medios de subsistencia adecuados las mujeres siempre han tenido que vender el cuerpo. Pero ¡cuidado! No nos dejemos engañar por este discurso en torno a la sensibilidad de las agendas del feminismo. La sensibilidad de los transfeminismos populares trata de amplificar las conexiones entre las luchas y los campos perceptivos ante ciertos bloques ilustrados que aplastan las condiciones de vida materiales de las mujeres en función a una moral que está lejos de nuestras existencias. Entonces, ¿qué sentido tiene seguir discutiendo el acuerdo o desacuerdo con ciertas formas de trabajo, cuando en realidad existen y son cada vez más precarias? ¿les interesan las condiciones de vida o la moral que según ustedes engloban realidades que no resisten ninguna particularidad? A esta forma de llamarse feminismos, ¿le interesará la acción de Natalia Zaracho para actuar en contra de la violencia hacia los pibes de los barrios populares arrasados por la violencia policial? ¿o que los escraches masivos también tienen como contraparte un alejamiento punitivo de amplios sectores de nuestro pueblo?
El lugar militante de la no violencia adquiere su sentido en las prácticas de cada espacio y tiempo que va atravesando al feminismo sin determinarlo de antemano a partir de acuerdos o desacuerdos moralizantes. El desafío está en situar debates en la materialidad de las estrategias de acción que existen de antaño y que debemos recuperar en función a lxs que estamos y lxs que no están mediante lecturas singulares que nos permitan recuperar sus legados.
Mientras se intenta desde el poder real, económico y asesino homogeneizar “lo popular” como una imagen de violencia repetitiva hasta el cansancio, se desarrollan y multiplican cada vez más prácticas de la no violencia que intentan sostener día a día las vidas desde las relaciones complejas en las que están inmersas. La violencia intenta eliminar todo tipo de relación con algo que lo constituye. Los transfeminismos populares están situados en una búsqueda expansiva de genealogías de cuidados colectivos que combaten el hambre, la violencia patriarcal y las innumerables formas de destrucción de la vida con formas de organización comunitaria y desde abajo que, desde la más extrema precariedad, se rearman ante los desastres colectivos: las compañeras que se recuperaron del consumo problemático acompañan a otras, las que son tratadas de planeras y estigmatizadas por lo que hacen, dicen, no dicen, dejan de hacer, las que se dedican al trabajo sexual para llevar el plato de comida a su casa, las vendedoras ambulantes que se ayudan entre sí para mantener sus puestos de venta y no ser asesinadxs por la policía como le pasó a Beatriz Mechato, lxs cartonerxs que denuncian un modelo de consumo excesivo, lxs vecinxs que organizan espacios para gestionar su propia salud mental ante una sobrecarga de trabajos de cuidado. Los transfeminismos están en todos lados, no están encapsulados, no están denunciando ni pidiendo encarcelamientos masivos, estamos en el día a día de la disputa por la sensibilidad popular no violenta.
Juan Grabois, Natalia Zaracho y miles de invisibles irradian hacia su alrededor y más allá una necesidad de afirmar de todas formas posibles que quienes están fuera de lugar, no somos justamente quienes tenemos como objetivo firme y real una patria más justa, entendiendo que la justicia social es aquello que no se compra, no se valoriza, sino que se sustrae a la deshumanización y hace lugar a la potencia vital del pueblo que es una fuente de humanidad que no se reafirma constantemente a través del trillado amor propio, sino que se abre al otro, al que padece, al que creyó que el único afecto que nos pertenece es el sufrimiento.

Agustina iglesias. Docente de filosofía y militante popular en Lomas de Zamora
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