notas sobre un panteísmo post humanista / federico areste

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“La razón o causa por la que Dios, o sea, la naturaleza, obra, y la razón o causa por la cual existe, son una sola y misma cosa” (Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico, Parte cuarta)

El acontecimiento de la novela

Para saber bien de qué van la historia y sus personajes, uno va y lee el texto. Las veces que quiera. De las maneras que quiera. Por eso, advertimos al lector: lo que sigue no tiene que ver con ninguna reseña. La intención, más bien, es la de ensayar un cruce posible entre ficción literaria y filosofía. Puntualmente entre “Quiebra el álamo”, la primera novela de Roberto Chuit Roganovich, ganadora del Premio Futurock Novela 2022, y la filosofía de Baruch Spinoza.

En alguna nota el autor dice que lo importante para pensar lo conceptual del texto, es la idea de acontecimiento. Pensando quizá en la idea filosófica de algo radical que satura y rompe los límites de la metafísica moderna. Algo nuevo que ocurre y escapa a las categorías de nuestro entendimiento. Justamente esto es lo que pasa en la novela. Lo que acontece no es algo externo. Lo mismo que en la filosofía de Spinoza, acá tampoco hay trascendencia. Lo que sucede es inmanente. Lo que irrumpe en el pueblo al borde de las sierras es parte de un universo que es única sustancia, divina y eterna. Este es el acontecimiento que se muestra. Las piedras aparecen y rompen el orden conocido. Y es a partir de ese orden trastocado que se va transformando la vida de los personajes en un sincronismo espantoso y demencial. Como en Spinoza, lo que existe está terroríficamente relacionado.

Todo en todas partes al mismo tiempo

Este panteísmo que construye la novela, sobre el que se estructura narrativamente, hace que los acontecimientos no modifiquen sólo el lugar, el paisaje, la geografía específica donde transcurren los hechos. Lo que cambia es el universo entero, la extensión misma de la realidad y todo lo que forma parte de ella. Porque justamente la naturaleza está en todas partes, es una sola. Deus sive natura. Por eso lo que acontece tiene la potencia de una revelación divina. Todo cuanto es, es en Dios, dice Spinoza. Aparte de Dios nada puede ser ni concebirse.

Lo inmanente se aproxima y justifica la espera de los personajes, nuestra espera, la de todos. Pero de lo divino también desconocemos sus causas. Para Spinoza sólo podemos aproximarnos a los efectos de lo que acontece. Podemos sentir que en la historia que cuenta la novela lo que existe va a terminarse, va a volverse otra cosa. No podemos saber bien qué es esa otra cosa ni por qué está pasando lo que está pasando: ¿será el fin de toda la humanidad? ¿la posibilidad de otro comienzo?

Dice al final el narrador de la novela, hablando de los habitantes del pueblo donde las cosas pasan: “Van a ir a pie hasta abajo del monolito, van a abandonar a sus familias porque hay algo muy hondo que los empuja. Cuando lleguen ya van a ser otras personas, van a pedirle a las piedras que los adopten o disuelvan, que los vuelvan líquido […] que los devuelvan a una especie distinta de útero, pedir perdón, encontrarse con Dios, luz cegadora”.  De nuevo lo divino. Una revelación que afecta los cuerpos y que no se puede entender.  ¿Qué puede un cuerpo?, se pregunta Spinoza en la frase que le da más fama. Qué podrán los cuerpos después del apocalipsis, se pregunta la novela. ¿Cómo seremos capaces de afectarnos unos a otros? ¿prevalecerá la tristeza o la alegría?

El acontecimiento ocurre, decíamos, dentro de un plan común de inmanencia donde todo está geométricamente vinculado. Porque el plan spinoziano, para Deleuze, es un diagrama de secciones e intersecciones dónde cada cuerpo afecta a los demás. Y esos encuentros entre los cuerpos pueden ser buenos o malos, depende de los nuevos niveles de composición o descomposición que se configuren a partir de esos vínculos. Si hay aumento en la potencia del cuerpo, el encuentro es bueno. Si hay disminución, es malo. Alimento y veneno. Spinoza desarrolla una cartografía de los cuerpos donde ninguno puede separarse de sus relaciones con el mundo.  Y un cuerpo, en este sentido, puede ser cualquier cosa:  un animal, un sonido,  un alma o una idea, una comunidad, una piedra.

Estética y tragedia

Las piedras quiebran los álamos, son una cosa más de la naturaleza y de Dios, pero a nosotros se nos siguen negando, y acá está, también, el hecho estético borgeano: la revelación queda suspendida, se nos niega, y en esa negación misma logra captar nuestra atención. Si bien como especie no podemos comprender lo que está pasando, podemos sentir esa profunda extrañeza con los personajes. Podemos compartir el pánico de Fernando y de Graciela. Podemos sentir los efectos, nunca tener conciencia de las causas. Y acá está, también, lo trágico. Porque ese sentimiento, por más potente que sea, nunca nos alcanza. Necesitamos y queremos entender lo imposible.

Algo distinto pasa, en cambio, con el resto de los cuerpos que habitan el universo de la novela. Ellos parecen entregarse sin resistencias al nuevo orden porque se sienten parte él, no necesitan nada más que esa certeza: “El bosque tiembla […] Tiembla por la piedra y los animales: por los pájaros, los topos, los cuises, que empiezan a salir de donde duermen, que hacen ruidos con la boca y ya no están enemistados porque ha llegado, así lo sienten, la forma final de la gravedad”. Nosotros no podemos darnos ese lujo.

La razón de la alegría

Por última vez: piedras y animales, naturaleza viva, nosotros y Dios. Hasta acá el panteísmo de Spinoza. Un universo único e infinito, eterno, interconectado. Y acá también podemos pensar el acontecimiento político que es la novela y fantasear algunas preguntas. Porque sólo nosotros, gracias a nuestra conciencia trágica, somos los que tenemos la posibilidad de resistir y de imaginar otro mundo posible, de no conformarnos sin más con lo que acontece. Los únicos capaces de idear una nueva forma de comunidad. Es como si las piedras en su hacer ruinas al pueblo y a toda la cultura occidental nos dieran otra oportunidad de volver a ligarnos con la naturaleza. Otra posibilidad de volver a empezar con la potencia de la razón y la alegría.

 ¿Podremos?

Bibliografía

Deleuze, G (2013). Spinoza, filosofía práctica. Buenos Aires: Tusquets.

Roganovich , R (2022). Quiebra el álamo. Buenos Aires:Ediciones Futurock.

Spinoza, B (2011). Spinoza I. Madrid: Gredos.


Federico Aresté es argentino, categoría 90. Nació en El Socorro, al norte de la provincia de Buenos Aires. Estudió Filosofía en la Universidad Nacional de Rosario. Al día de hoy ejerce la docencia y escribe. 

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