DIEGO, YO Y LUGARES COMUNES

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“Si yo fuera Maradona, viviría como él” 

El fútbol es uno de los juegos más bonitos que se haya inventado, tal vez el  más bello. Tan es así que muchos lo han comparado con el arte. Cuando murió el más grande de estos artistas se me ocurrió pensar en algunas  imágenes que tuvieran relación entre el genio y este admirador que alguna  vez y hace tiempo jugó a la pelota. 

Tenía un par de opciones. Una fabular y, como muchos, decir que fui testigo  o estuve en un lugar en el que todos hubiesen querido estar. La otra caer  en lugares comunes. Diego da para las dos. Ojalá pudiera gambetear a los más comunes de los lugares y meter alguna fabula. Es probable que ni lo uno ni lo otro.  

La primera de las imágenes está en la fantasía del pensamiento. Aquella  que en los picados estuvo en la misma situación que yo, cuando le tocó  intervenir en la “pisada” y poder seleccionar a los de su equipo. Con una  diferencia, seguro que, en la mayoría cuando el que elegía era otro, ha sido  el primero en ser escogido, porque como dice una canción “Las pisadas, las  rabonas, son los chiches que los viejos no te podían regalar. Y en la villa se  juntaban los pendejos para verte gambetear”. Jamás le pasó como a uno  que le ha tocado esperar esa decisión final con algún que otro cosquilleo u otra movilización interior, esperando ser el primero o uno del medio y, sobre todo, deseando que nunca se produzca la humillación de ser el último. 

Yendo al grano, es altamente probable que la primera vez que haya visto a  Diego fuera en la revista “El Grafico”, antes de su debut en primera. Ya se  hablaba de él, desde vaya a saber cuánto tiempo. De los “Cebollitas”,  cuando lo que deseaba era jugar un mundial. De Fiorito a La Paternal en bondi. 

En una cancha, seguro que fue en la de Ñuls, que me quedaba más o menos cerca. Creo que fue en el 76 o en el 77. No estoy seguro de haber pagado la entrada, generalmente iba en el segundo tiempo cuando abrían las puertas. De algo estoy convencido, quería ir a ver a ese virtuoso del que todos hablaban y del que había visto por tevé alguna imagen borrosa en blanco y negro. No recuerdo el resultado y ni siquiera el año. Un amigo me dijo hace poco que fuimos juntos y que llovió ese día. No recuerdo ninguna  de las dos cosas. Sí que vi a un malabarista de la pelota o con ella. Recuerdo su tristeza por quedar afuera de la lista del mundial 78, cuando tenía diecisiete. 

Cómo olvidar las mañanas del 79, cuando nos levantábamos a las 4 o las 7 para verlo a él y a los otros pibes en el mundial juvenil de Japón. Era el  tiempo en que leíamos Humor y no le dábamos bola al Gordo Muñoz que vociferaba que “éramos derechos y humanos”, pretendiendo el repudio a la  visita de la CIDH, motivada por las violaciones flagrantes cometidas por la  dictadura genocida. 

Salteando recuerdos, cuando llegó a Boca en el 81, en la cancha de Central, allá fui para verlo brillar con la azul y oro bostera. La imagen me dice que,  como siempre, descolló. Alguna información me recordó que erró un penal y  que perdimos 1 a 0. Todavía era humano. 

Unos meses después tuve revancha, lo ví de nuevo, esta vez en la cancha  de Ñuls, ganamos 2 a 0 con goles del talentoso “Chino” Benítez y el rústico  Pasucci. El tipo brindó su arte y más que seguro en muchos pasajes con la  lengua afuera, como era su costumbre cuando enfilaba y pasaba jugadores  como poste. 

Después todas las imágenes que traía la tevé. En Barcelona donde no lo  trataron nada bien y el mundial del 82, casi un fracaso, con expulsión  incluida. 

Las de Nápoles, donde se convirtió en San Maradona a la par o por encima de San Genaro. La camiseta azul del Napoli volvió a ser triunfadora después  de varias décadas. De la mano del mejor de todos los tiempos, el sur  aceitunado le había ganado al norte blanco y opulento. 

Y qué decir que no se haya expresado del 86 en México, de la más brillante  demostración de jugador alguno. Recuerdo todo, pero han quedado grabados a fuego los goles a los ingleses. El de la mano izquierda, la mano  de Dios. Y el otro, con la pierna izquierda, después de haber dejado  tendidos por el suelo a no sé cuántos británicos. La venganza a cuatro años  de las Malvinas. 

El cineasta italiano Pier Paolo Pasolini, escribió en 1971: “La gambeta es de por sí poética (aunque no siempre como la acción del gol). En efecto, el  sueño de cada jugador (compartido por cada espectador) es partir del medio campo, gambetear a todos y marcar. Si se puede imaginar algo sublime dentro de los límites permitidos es precisamente esto. Pero no  sucede nunca. Es un sueño (que he visto realizado sólo en la película Magos  de la pelota de Franco Franchi). Pasolini murió en 1975, once años antes  de que se produjera lo que él decía que no sucedía nunca.  

El mundial del 94 cuando la mafia de la FIFA le cortó las piernas. No olvido,  cuando después de ganar, esa enfermera lo llevaba de la mano a la  guillotina. Eso fue después de mear. 

La vuelta a fines del 95 a Boca. Y un partido que ví en la cancha. Ganamos 1 a 0 y el Rifle Castellano le atajó un penal. Esos penales errados eran para  engañar, para que no se dieran cuenta que era Dios. 

El último partido oficial, contra River cuando ganamos 2 a 1. Después, el  retiro y la pelota que no se mancha. 

Se lo ha definido como el genio del fútbol mundial, el más grande jugador y  malabarista de la redonda que jamás se vio, antes ni después. Insuperable, sin parangón. Al que yo le quedé debiendo. Deuda de alegrías. Hay quienes han hablado del Maradona futbolista y del que transitaba la vida fuera de la cancha. Aquel sí, este no. Pero el tipo (o Dios) era uno sólo,  querible y querido por todos los costados. De una inteligencia superlativa.  Siempre derrochando amor y lealtad a su pueblo. Políticamente incorrecto y del lado en que había que estar, con sus rebeldías y orgullo a cuesta.  Volviendo a las imágenes, aparecen todas las veces que lo vi en su palco,  en la Bombonera. Recuerdo una en particular, de la final con el Cruz Azul, cuando salimos campeones. Yo estaba en una platea unos pocos metros al  costado de ese palco y unos centímetros más abajo. Miraba el partido, pero no podía dejar de observarlo a él. Alentando como cualquiera de la popular. Salimos campeones de América ese día. Hacía frío, yo estaba con doble  campera. A él lo vi festejando ese título en cueros y colgándose del palco,  en actitud maradoniana

Otra imagen donde no estaba físicamente, pero en la que aparecía presente  todo el tiempo: la única vez que estuve en Nápoles (2017) pude ver en vivo  y en directo la devoción de un pueblo por este Dios. De la gente que lo vio jugar y de la mayoría que no pudo por su edad. Los balcones especiales de esa caótica y hermosa ciudad, las calles, los comercios, los bares y en cualquier lugar la figura de este Dios. No olvido a ese vendedor de suvenires que cuando me preguntó de dónde era y le dije, exclamó  ¡Maradona! Me hizo una seña para que me dirigiera a un lugar detrás del negocio donde tenía un altar de Diego. Y un poquito más atrás o al costado, no recuerdo bien, el baño, con esas mochilas arriba y con la cadena para  tirar. En ese lugar el Pipita Higuaín que hacía muy poco había sido  transferido a la Juventus del poderoso norte. El efusivo napolitano mientras  me hablaba maravillas de Maradona al que supongo que nunca vio jugar,  profería pestes del Pipita, al que llamaba el traditor

Última imagen. Estábamos en un picado, creo que en la canchita de atrás de la vía. Se hizo la pisada para ir eligiendo. Esta vez él era uno de los  electores. Cuando le tocó, me eligió, yo no lo podía creer. En pleno partido,  iban como diez minutos y casi no la había tocado. Entonces me dice:

—Flaco, vos movete por la izquierda, cerca del área, yo te la paso para que  entres en cortada y le pegues con derecha, vos lo haces bien. Unos minutos  después cumplió con su promesa y así fue. Me la dio en cortada, justita al  pie, enganché, pasé al cuatro de ellos y le pegué con derecha, junto al palo. 

Cuando la redonda iba a entrar, me desperté.

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