la vida que resta / diego tatián

con No hay comentarios


Hace algunos años, Giorgio Agamben escribió un libro llamado “El tiempo que resta”. Tomo prestado ese título, tan hermoso y cargado de sentido. El tiempo es siempre un resto con el que se debe hacer algo. La expresión “lo que resta” designa tanto “lo que queda” (por ejemplo después de una desgracia, de una obra de la muerte, de una destrucción), como “lo que falta”. La ética es quizá el ejercicio de una responsabilidad por lo que queda, en las dos acepciones de esa encrucijada.
En una vida cualquiera, los restos del destrozo que inflige el tiempo devoran poco a poco el tiempo cada vez más reducido de lo que todavía falta. Librado a su propia espontaneidad, el tiempo cierra, se cierra. Frente a esa fuerza, la ética es una vida a contratiempo, contra el tiempo; arte de mantener abierto lo que falta y demorar durante el mayor tiempo posible que los restos de lo destruido lo invadan todo, y no dejen ya nada por venir. O solo dejen melancolía. (También la política es —aunque no sólo— un trabajo por mantener abierto lo que aún no sucedió). O bien: arte de transformar esos restos en abono de “lo que falta” y en nacimiento de una curiosidad por lo desconocido. Arte de convertir la memoria en porvenir, la herencia en invención, la experiencia en experimentación.
La persona que en la fotografía está abajo en el centro es Krikor, mi abuelo. Se trata de uno de los restos más antiguos de un relato familiar que se pierde poco antes de esa fotografía, en un genocidio más atrás del cual no hay nada —nada resta—. En esa fotografía, tomada en 1922, Krikor tiene 19 años. Tras haber logrado sobrevivir a ese genocidio contra los armenios que comenzó en la primavera de 1915, fue alojado en un orfelinato de algún lugar de El Líbano, donde aprendió el oficio de Sastre, donde se hizo comunista y de donde debió huir hacia algún confín remoto del mundo por haberse hecho comunista. Allí fue tomada esta fotografía. Después de haberlo perdido todo, lo que resta para Krikor es, apenas, su vida. Pero impresiona en la mirada una confianza en lo que falta, aunque no se tenga nada —nada más que la vida que resta—.
Spinoza llamó “conatus” a esa fuerza —que es un deseo, una curiosidad, una generosidad, una valentía, una preservación— de lo que resta.


Diego Tatián. Doctor en Ciencias de la Cultura por la Scuola di Alti Studi di Modena (Italia) y en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba.

¡Compartí este contenido!

Dejar un comentario