No sé cuántos días llevamos de confinamiento hasta la fecha, he perdido por completo la noción del tiempo y la verdad es que poco me importa. Estamos los cuatro en casa: Iván, los niños y yo, o lo que viene a ser lo mismo, y según las fotos que me afano por colgar en las redes: la viva estampa de una familia feliz.
Aparecemos sonrientes haciendo pasteles o dibujando mensajes de apoyo al personal sanitario en cartulinas coloreadas sobre la mesa del comedor. Nos asemejamos bastante a una distopía perversa de aquel anime ochentero de “La familia Robinson” y esa idea me reconforta y me abriga. Nuestro piso en el corazón de Barcelona se ha convertido en la isla que la náufraga tribu habitó tras el hundimiento del mundo en el que viajaban.
El planeta entero se tambalea ante la amenaza de un microscópico virus, y yo jamás me había sentido más cómoda que en medio de este apocalíptico escenario. No recuerdo la última vez que Iván había permanecido a mi lado, y al de los niños, durante tanto tiempo seguido. Cuando no era una cena de trabajo, era un compromiso con el jefe, o una reunión a deshoras, o tal vez un ineludible congreso en la Conchinchina. El caso es que siempre ha habido un motivo o un pretexto para llegar más tarde, o posponer una escapada en familia, o directamente anular una cena en casa.
Una no es ciega, pero aprende a no ver si eso le evita mirar de frente lo que le espanta, y a fuerza de tanto desviar la mirada se acaba convirtiendo en una taimada especialista en el autodestructivo arte de simular que todo va bien.
Por una babélica idea de dignidad, siempre he fingido ser la prioridad de mi marido y que, junto a nuestros dos hijos, formamos una familia envidiable e idílica. Ahora, y sólo gracias al confinamiento decretado por el gobierno estatal, estoy logrando lo que jamás había conseguido a pesar de mis múltiples esfuerzos y estrategias: que no haya fisuras en mi relato. Iván no sale de casa más que para bajar la basura, el resto del tiempo vive aislado del mundo junto a nosotros. Las llamadas de trabajo han cesado y por primera vez en años ha empezado a dejar olvidado el móvil en cualquier rincón de la casa. Yo, por mi parte, aprovecho para organizar decenas de actividades domésticas con él y con los niños. Disfruto colgando nuestras fotos en las redes y exhibiéndolas en abierto, por si existía alguna duda de que no fuéramos la familia feliz que en ellas se muestra. Sé que es muy posible que en alguna parte, alguna mujer las esté mirando y le duela comprobar cómo Iván no deja de sonreír junto a nosotros.
Ignoro cuánto va a durar este parón del mundo, esta tregua que el destino me presta para que por un espacio reducido de tiempo sienta que nuestro piso sigue siendo un hogar, y que Iván nos pertenece, aunque sólo sea por una orden de confinamiento decretada por el gobierno. Resulta ofensivo que haya tenido que venir una pandemia para poder retenerlo a nuestro lado. Cuando todo esto haya pasado y la vida vuelva, poco a poco, a retomar su cauce habitual esta paradisíaca isla con sus juegos inventados, sus dibujos de aliento y sus pasteles horneados se desvanecerá, desparecerá por arte de la misma magia que la quiso hacer emerger como un oasis en medio de mi autoimpuesta ceguera y sólo quedará, otra vez, el inmenso naufragio del regreso a la realidad.
13 Respuestas
Àngels Homedes
Un relato muy bueno, muchas gracias Fátima
Eloi Babí
Esta “Isla Pandemia” (el título ya es un hallazgo) se hace interesante por su realismo y su punto de vista. Muchas personas pueden sentirse identificadas con la situación que describe. Por cierto, qué buena la comparación con la familia Robinson, además de otros detalles que enriquecen el relato. Gracias, Fátima, por contar un cuadro tan certero de lo que se está viviendo en la privacidad del confinamiento.
Àngela Folch
Fàtima me entusiasma tu estilo de prosa, tu adjetivación y en definitiva tu dominio del lenguaje. Desde que leí Bienalados te sigo en las redes sociales donde puedo disfrutar de microrelatos como éste. Muchas gracias!
Y también con muchas ganas, espero la publicación de tu próxima novela!
Marta Pardos
Original planteamiento de la situación actual y de cómo afecta a cada uno de singular manera. Me encanta el ritmo de tus narraciones y la estética del lenguaje que como siempre, mimas al detalle. Un placer leerte!!
Javier Aguirre
Real como la vida misma,la cara oculta y particular de cada encierro feliz. Felicidades y gracias a la revista también. SIGUE ESCRIBIENDO!
Mariayelena
Muchos nos sentimos muy identificados con esta realidad, la de un desastre, que como todas las cosas en la vida nos da una parte positiva.
Gracias Fatima
Joan Catala
Muy acertada y original la visión,pone en plano una realidad que existe pero que intenta ser obviada. La letra pequeña del confinamiento. Desearía que al terminar la pandemia esa isla se convirtiera en península.
Lucía
Bueno, ha sabido plasmar la cruda realidad, que en la actualidad estamos viviendo todos, unos mejor y otros peor.
Pero lamentablemente, visto desde ese prisma, está bien enfocado. Me encanta la descripción de la situación. Aunque más de una, a veces tiene ganas d perder a su marido de vista lo antes posible….
Muchas gracias, me has sacado una sonrisa.
Jacoba
Muy entretenida la narración,a ver q pasar@….felicidades Fàtima!
Eladio
Tremendo micro teatro en el que muchos estan/estamos viviendo. Me intriga la versión del infiel, tampoco lo debe estar pasado bien. Un placer leerte, y un placer que me sorprendas otra vez.
Vanessa
esta lectura me ha provocado amor y dolor, ha removido todas mis emociones …. para cuando Ivan? estoy deseando ver su caida….
Trinchera
Una relato tan triste como la vida de muchos. Solo fachada. Muy bueno.
Ana Isabel Sarbach
Muy bueno y espejo de muchas realidades