VIVA MÉXICO, CABRONES IV
Sin juez ni acusador
Poco tiempo después de haber enterrado a su hijo, María fue a visitar a su madre. Sin poder evitarlo, volvió a pasar por el punto exacto en donde había quedado tendido el cuerpo de su hijo Luis. Aún se podía ver la mancha oscura de la sangre derramada por las potentes balas del rifle de asalto ejecutor. Gruesas lágrimas volvieron a correr por sus mejillas.
Y es que no podía con el dolor y la impotencia de haberlo perdido así, de esa forma tan violenta, tan sangrienta. Tenía viva, y grabada con fuego en su mente, la imagen de Luis, tirado, con el cráneo destrozado y la masa encefálica desparramada sobre el piso de la sucia banqueta de la calle España, en el barrio de la pequeña ciudad capital donde vivían.
Ese pequeño estado mexicano se había vuelto un campo de batalla. Los delincuentes organizados, se habían declarado la guerra hacía unos meses atrás. Desde entonces las ejecuciones no cesaban. Diariamente morían alrededor de 10 personas en hechos de extrema violencia. Decapitados, desmembrados y asesinatos en público, era el pan de cada día con el que el pueblo se alimentaba.
El gobierno tenía meses haciendo oídos sordos al problema. No brindaba declaraciones que mitigaran un poco el miedo de la sociedad y el dolor de las víctimas, se escudaban presumiendo un trabajo de patrullaje intenso, pero la gente estaba cansada de no tener la empatía ni dirección de su gobernante quien, con actitud desfachatada, se la pasaba haciendo proselitismo en el resto del país, descuidando a su gente.
Ese fatídico día, Luis había salido de su casa a comprar refresco para acompañar la comida. Tan solo eso. Le tocó coincidir con la muerte al caminar por donde se supone podía hacerlo seguro: por las calles de su barrio. A unos cuantos pasos de la tienda de conveniencia a donde se dirigía, el destino lo alcanzó en forma de ráfaga de proyectiles, que iban a él, con la intención de no dejar testigos.
Al día siguiente del asesinato de Luis, en rueda de prensa, las autoridades dijeron que Luis no era una víctima, que era un delincuente. Que formaba parte de los grupos organizados y que por ello había sido ejecutado ya que las balas no eran balas perdidas, que habían sido dirigidas a él –dijeron- y por lo tanto no se consideraba daño colateral.
Ya en el velorio, María tuvo la oportunidad de hablar con un agente de seguridad amigo de la familia. Él le contó algunos detalles del trabajo de investigación. Le platicó que, aunque las autoridades no sabían con exactitud lo que había pasado, ya habían cerrado el caso pues con tantos y tantos muertos les era imposible llevar una línea de investigación segura con cada uno de ellos y que no podían esclarecer cuál era la relación, solo hacían suposiciones.
Suposiciones que nacían de la observación, si el ejecutado, visualmente cumplía con algunas características como color de piel, vestimenta y aspecto, automáticamente lo clasificaban como delincuente y hasta determinaban su actividad: si era adicto, halcón o vendedor, aunque no hubiera prueba alguna. La suposición era el método utilizado para definir la culpabilidad, y de su Luis, dijeron que seguramente trabajaba para ellos como halcón observador.
A María le dolió en el alma saber eso. –¡Pendejos!– Gritó. Ella sabía que Luis no era un delincuente, lo sabía en el corazón. Y no es que su amor de madre la cegara, conocía perfectamente los horarios de su hijo, su comportamiento en casa, su entrega en el humilde trabajo como lavacoches y su perpetua disposición para ayudar.
No, Luis no era delincuente. Los delincuentes no llegan a casa a dormir temprano, no participan con su familia en la cena, ni platican ni juegan con sus hermanos. ¿Quién podía conocer mejor que ella a su hijo? Luis no tenía malos sentimientos ni comportamientos.
María siguió caminando. Limpió un poco su rostro, quitando esas insistentes lágrimas y fue cuando comprendió que las retorcidas ideas de culpabilidad que le endilgaron a su hijo, iban a estar presentes en su mente para siempre en forma de odio. Recordaría por mucho tiempo el dolor de saber que Luis está enterrado y que las autoridades, quienes debían protegerlo, sin investigación, ni juez, juicio o acusador lo convirtieron en culpable y lo asociaron con criminales injustamente. Para María, esa será la gran mentira ruin con la que mancharon para siempre el recuerdo de un joven atento, amable y humilde.
María se volvió a desbaratar en llanto. Sintió en su corazón el enorme peso de la culpa naciente cuando se dio cuenta de que el único delito grave que ella y su hijo habían cometido, era el delito de haber nacido pobres.
*Nota del autor: El estado de Colima, se ubica al occidente de México, cerca de la costa del Pacífico central. Recientemente ha sido testigo de una guerra entre cárteles mexicanos, quienes se disputan el control de la “plaza” colimense. Esto tiene en vilo a la población, obligándolos a cerrar comercios, escuelas y a suspender algunas actividades sociales. Oficialmente el recuento de víctimas mortales a partir de finales de febrero y a mediados de junio del 2022, es de alrededor de 500 asesinatos entre hombres, mujeres y adolescentes.
Por Noé Hernández Anguiano
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