—No ves que todo el tiempo nos estamos yendo, desde que llegamos acá todo es pérdida. Vinimos a perderlo todo. Fíjate. En cualquier juego se juega para ganar.
—La pregunta es: ¿Para ganar o para no seguir perdiendo? —me contesta Jessi
—Para perder menos, un poco menos. Estoy seguro. —Y me quedé hablando solo.
—No sé para qué discutimos. Recién los de la casa de la esquina estaban a los gritos también.
Jessi se acerca hasta el borde de la terraza y mira hacia abajo, trata de ver algo.
—¿Qué pasa?
—Hay una mujer tirada en la vereda.
Marca un numero corto en su celu y se lo lleva al oído, da explicaciones y dice gracias varias veces y corta. Se acerca rápido al borde y grita hacia abajo:
—¡Ya vine la ambulancia, recién llamé, ya viene!
Me asomo también —chusma, morbo, no sé si para ayudar—.
Un golpe de sirena, la patrulla, las luces azuladas escandalizan al barrio, rompen su rutina.
Yo había empezado a escribir sobre la casa de la esquina con sus golpes, sus gritos; ahora lo hago sobre esta mujer tirada en el piso.
Apenas sentada entre el cordón de la vereda y el árbol se toca las piernas que le tiemblan, de a ratos se queja, lamentos suaves que se mezclan con las voces entrecortadas de la radio de la patrulla.
—¡Ya llega la ambulancia! —vuelve a gritar Jessi.
La mujer tiene los pantalones manchados con barro —había llovido a la mañana—. Un viejo y otra mujer se acercan a mirar. El hombre se arrima más, está muy próximo, encorvado, la observa como si mirara un pájaro tirado muriendo en el piso.
La espera corrobora lo que me venía dando vueltas en mi mente: que siempre nos estamos yendo, de un lugar a otro. Todos de una manera u otra estamos deseando lo mismo. Todos estamos esperando una ambulancia.
En ese momento se escucha cómo se acerca, metiendo miedo, con la sirena chillona que no calma a nadie y las luces verdes rebotando en las paredes de la cuadra.
Estuvieron los vecinos en ayudar a la mujer, le dieron agua, le hablaron, la contuvieron.
Yo no podría cuidar ni a un pez en su pecera, ni cinco minutos a Nemo.
Una vez tuve un perro y otra más también y los regalé; también tuve una gata y la terminé dando Es muy posible que no pueda cuidar nada ni a nadie.
Ya oscureció. Los pájaros se callaron. Abajo todavía se entremezclan las luces de la patrulla con las de la ambulancia. Las medicas atienden a la mujer.
Jessi ya se desentendió de la vereda y está acostada mirando su celular. Yo me sigo preguntando cosas, si nosotros comprendemos algo si…
—¿Vos vas a cuidarme cuando sea viejita, me vas a cuidar si me quedo ciega alguna ves?
Me da risa su pregunta, creo que aún falta mucho para eso.
Pero sé que me equivoco. Puede pasar de un momento a otro.
Hay un instante en que todo abruptamente se vuelve frágil, incomprensible. De repente un cambio de rumbo, un accidente.
Tenemos que salir a comprar algo para comer. Necesitamos aire. Bajamos a la calle.
La ambulancia y el patrullero ya no están, pero la mujer sí, en una silla contra la pared. Apenas detiene su mirada en nosotros, un instante en el que sentimos incomodidad, y da vuelta la cara.
Nosotros nos tomamos del brazo —como hacían nuestros mayores— y comenzamos a caminar.
La paso a Jessi del lado de la pared como para protegerla, a veces puedo hacerlo.
Aspiro una bocanada de aire y exhalo el vapor frio. Levanto la vista hacia la noche, veo que está muy oscura, la imagino helada allá arriba. Apenas encuentro un par de estrellas diminutas muy lejos perpendiculares a nosotros, frágiles, temblando.
Nos agarramos de la mano, Jessi como siempre tiene su mano fría, caminamos hasta el chino y en la poca distancia que nos separa de casa presiento que seguiremos juntos, al menos por un tiempo.
Leonardo Beneyte Giner Arquitecto y escritor. Nacido en Bahía Blanca, el 16/03/65. Estudié con el escritor y formador de escritores el Marplatense Daniel Boggio, en talleres literarios en los que asistí a lo largo de cinco años en la biblioteca de las Naciones Unidas en la década de los noventa en Mar del Plata. Boggio maestro de escritores como: Miguel Hoyuelos, Mauro De Ángelis Ignancia Sansi, Fernando Del Rio, Aly Corrado Mélin, Santiago Fioriti y tantos otros. A él, si algo aprendí del escribir, le debo las herramientas y amor para hacerlo. A él, a Abelardo Castillo y Raymon Carver.
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