¿Y MI MEDIA NARANJA DÓNDE ESTÁ?

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Encontrar la media naranja es una ficción, ficción que puede concretarse en el momento del enamoramiento. Es decir, cuando nos enamoramos, efectivamente sentimos que el otro nos completa, que hallamos justo lo que nos faltaba. Bueno, esto es una ilusión, y como tal, refiere a una deformación óptica: no vemos las cosas tal cual son, sino tal cual somos y tal cual nos sentimos en ese momento. De modo que el otro no es tal, sino que es según como el amante lo ve. 

Cuando uno se enamora, tiene esa especie de afectación corpórea de sentir que «no le entra tanto amor en el cuerpo», y de que al otro, que es «todo lo que deseamos durante años», hay que demostrarle todo este amor. Así, en el enamoramiento, lo que sucede es un proceso que se llama idealización, donde el amante cede su amor —incluso gran parte de su amor propio— al amado. De modo que el sujeto merecedor del amor, es engrandecido, realzado psíquicamente, es decir, está elevado al lugar del Ideal, mientras que el amante queda degradado. Ahora bien, como todo lo se eleva demasiado, en algún momento cae. En algún momento el príncipe se destiñe, la princesa se vuelve real y el amor romántico, con su consecuente historia mágica, se desvanecen. 

A grandes rasgos, a esto refiere la fórmula Lacaniana de la «No Relación Sexual», es decir, que no hay posibilidad de hallar complemento con el otro, no hay proporción, común medida (Lacan, 2018). ¿Qué quiero decir con esto? Que es una ficción, que uno le aporta al otro lo que le falta y que este otro me da a mí lo que me falta. No hay reciprocidad en el amor, ni mucho menos completud. 

Esta ilusión de hallar la completud, la media naranja, es sostenida y promovida por la cultura del consumo, que fomenta diferentes ideales, uno de ellos es el amor logrado, que se ve acrecentado por la aspiración del amor que es la fusión amorosa: hacer de los dos amantes, uno. Bueno, esto es un mito. La realidad es que no se establece tal fusión más que de una forma imaginaria. Uno cree que los amantes son uno. Pero no hay tal unificación, ya que lo diferente que cada sujeto porta, no se disuelve en el amor. 

Para decirlo con otras palabras: las piezas no encastran, siempre queda una hiancia que marca la incompletud que hay entre los amantes. ¿Y cómo se expresa este desajuste? Se expresa en la heterogeneidad de pensamientos y sentimientos, es decir, no se establece una paridad de sentires: el amado no ama al amante tal como el amante lo ama a él. Por más que sea el mismo sentimiento, diverge, porque aquellos que lo experimentan son distintos. Y tal como decía Sigmund Freud (1914) si hay dos que siempre piensan igual, es porque uno está pensando por ambos, y —agrego yo— uno de los sujetos suprime su propia posición a sumisión del partenaire

Entonces, los encuentros entre los sexos son fallidos: encuentros donde un cuerpo nunca termina de encajar con el otro, donde una palabra no termina de cerrar en el que escucha, donde una acción hecha por el amado no era justo lo que el amante quería que haga, donde el orgasmo no es de a dos, y donde los goces no son los mismos. ¿Se comprende lo complejo del asunto? El mal-entendido que se suscita en el entredós no es azaroso, no le pasa a algunas parejas y a otras no, es por estructura, refiere a una hiancia que se establece a partir de la entrada del sujeto al mundo del lenguaje, de modo que el mal-entendido se hace presente en todas las relaciones. 

Hay fricciones, hay diferencias. Los vínculos fallan, pero aún así, hay relaciones sexuales y se establece un tipo de lazo que llamamos amor. Este lazo se crea al menos entre dos singularidades, de allí que aquel del cual nos enamoramos nos resulta enigmático. Ya que es diferente, y como tal se presenta con sus enigmas. 

El enigma que el otro porta daría la impresión de que debe ser develado, pues está oculto, ahora bien, ni el mismo sujeto sabe qué es lo enigmático que él tiene. Por eso, hay algo de él que jamás va a poder descifrar el amante. Por más que el amado quiera, mediante la palabra, hablar y hablar, contar cómo es, mostrar quién es, ese enigma subsiste. Porque es un enigma que concierne al deseo, a lo más propio de sí mismo. 

Tanto el amante como el amado son distintos y esto que los hace diferentes, se presenta como un no saber qué hacer con el otro sexo. No sabemos qué hacer con el otro, no hay reglas universales que estipulan qué es lo que ‘corresponde’ hacer y lo que no. Frente al no saber, frente a lo enigmático del otro sexo, el sujeto construye en un entredós un saber-hacer que se funda como lazo, se manifiesta como un nosotros y se instaura como posibilidad de relación sexual. Esto es el amor, que se pone en juego como un arte, refiere a una invención. 

Si el amor conlleva creación y construcción, en algún punto el amor muta en función de los intereses, proyectos, anhelos, pensamientos de cada uno de los miembros de la pareja. Ahora bien, cuando uno de los sujetos se estanca en este proceso de invención, la pareja entra en crisis, porque ya no es entredós, ya no hay un nosotros.

Por tanto, y para ir concluyendo, el amor en tanto lazo se sostiene en una dialéctica, que implica la invención, estructuración, desestructuración y reestructuración de las convenciones, acuerdos, pactos, proyectos que hacían a la relación. Pero esto no es un contrato de amor, es un saber-hacer con las diferencias que se suscitan en las parejas. Esta saber-hacer se construye en la singularidad, en el caso por caso. Ya que no hay un saber que designe universalmente cómo lograr construir ‘ la mejor relación‘ , ‘el amor más perfecto’. No se trata de universales, sino de la contingencia del amar y del encuentro sexual. De allí que cada sujeto, siguiendo su modalidad de goce, escribirá su propio modo de fallar frente a la No relación. 


Bibliografía.
Freud, S. (1914). T. XIII. Bs. As., Argentina: Amorrortu.
Lacan, J. (2018). Seminario XX: ​»Aún”. ​ Bs.As., Argentina: Paidós.

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