milei no fue hecho para el tango / ignacio adanero

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En la teoría política, existen un conjunto de nociones utilizadas para referirse a procesos donde se entremezclarían cuerpos extraños: se habla de entrismo, cooptación, infiltración, transformismo; todas nociones que presuponen actores, sujetos o clases como entidades cerradas que al entremezclarse desdibujarían sus identidades previas. Es el corazón del pensamiento marxista de principios de siglo pasado, superado por futuras teorizaciones bajo el concepto nodal de hegemonía. Vamos a servirnos de cierta utilidad que aún ofrecen para analizar una tensión observada entre el presidente Javier Milei y algunas clases sociales o segmentos de ellas que intentan marcar, acotar e influir en el gobierno libertario (“ayudarlo”, en los términos del periodismo oficialista). Vamos a concentrarnos en un momento específico de dicha dinámica. La noche del 10 de diciembre, noche de asunción de Javier Milei a la presidencia, donde fue recibido por ciertas clases políticas, económicas y culturales ilustradas de la ciudad de Buenos Aires mediante un ritual de bienvenida muy curioso: una ceremonia en el teatro Colón donde la orquesta de Raúl Lavié interpretó el tango Balada para un loco como modo de homenaje al nuevo presidente; a puertas cerradas, sin televisación abierta, y donde cuesta hallar imágenes de dicho bautismo (salvo para la aristocracia porteña). ¿Qué hay de curioso en un homenaje cuya ofrenda es una obra magnánima de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer? Esbocemos alguna respuesta.

Desde sus orígenes rudimentarios, el tango siempre fue una expresión cultural cuyo ambiente se mostró hospitalario para con los marginales (sobre todo, los marginales de la transición): liturgia poblaba de cafishios, malevos de callada prepotencia, otarios y prostitutas de fusil en liga; el tango siempre se nutrió de hombres y mujeres que experimentaron conflictuadamente el proceso de modernización económica, política y social argentina de la primera mitad del siglo XX. Como señala Emilio De Ipola (1985), hasta consolidarse como expresión strictu sensu de la canción rioplatense, el tango fue testimonio doliente del largo ciclo de crecimiento económico anclado en la producción agrícola y el desarrollo dispar del aparato productivo argentino. En sus letras, boliches y cafetines, se observan las marcas de una confusa ebullición social que refleja choques culturales, asincronías y contradicciones, de allí que en él no existan paraísos imaginarios ni idealismos políticos. Sus tristezas se expresen mediante regímenes de enunciación refractarios a los valores triunfantes de la legalidad moderna, como el machismo, la exaltación de la venganza o la perenne satanización de la mujer (excepción hecha hacia la madre).

Lo curioso de este proceso, señalan autores como De Ipola o J. Ribera (1976), es el sinuoso camino que tras largas décadas llevó al tango a ocupar el lugar privilegiado que hoy ostenta entre los atributos de la argentinidad. No fue sino hasta que otros fragmentos de clase marginales (marginales pertenecientes a las clases altas acomodadas), quienes filtraron letra, baile y melodía permitiendo recepcionar definitivamente la expresión cultural rioplatense, lo que hizo de la milonga una música aceptada. Sin ese beneplácito, el ascenso del tango hubiese sido imposible. El circulo cerró con la ciudadanización en los tiempos de Yrigoyen y Alvear, dando las clases medias una afección al conjunto de historias y desdichas narradas con belleza por los poetas de Buenos Aires (quizá, fue el único momento histórico en que las clases medias se mostraron abiertamente receptivas al tango, pues nunca dejará de ser llamativo cierto carácter esquivo visible en el modo que ellas internalizan las letras de tango, siempre figurándoselas como ajenas).

Demos un paso más, pues hemos dicho que el auge del tango coincide con cierta masificación conducida, y en gran medida controlada, por un sector de las clases dominantes del ciclo agroexportador que nació en 1880 y (gobiernos radicales o crisis del ´30 mediante) duró hasta mediados de 1945, cuando se consolidaron los principios de un nuevo orden social tras la irrupción del peronismo. Es este nuevo ciclo político, paradojalmente, el que marcará la última gran década del tango, pues la combinación de un conjunto de causas hizo de la década del ´50 un período de eclipse para la música nacida en los prostíbulos portuarios. Vale decir que esa decadencia del tango no fue una decisión adoptada en las oficinas culturales del gobierno (de hecho, el justicialismo obligaba a las radiodifusoras a transmitir un 50% de música nacional), sino que razones sociales, económicas y culturales contribuyeron a desdibujar una identidad popular que había marcado las vivencias del antiguo ciclo: con los avances industrializadores, la integración obrera y las sucesivas conquistas sociales que desmarginalizaron a amplios sectores rurales y urbanos, el tango fue perdiendo su acervo social de antaño y al no ser una música de protesta social o contestataria, sino una forma peculiar de procesar un proceso tortuoso como el pasaje de la Argentina tradicional a la Argentina moderna; el tango ingresó en un extraño declive cuya muerte definitiva aún no se consuma.

Es la agonía del ciclo 1945-55 la que marcará el destino endogámico del tango, de allí el vuelo exitoso que tomarán algunos clásicos como Naipe Marcado (“¿dónde te fuiste tango que te busco siempre y no te puedo hallar?”) o Los cosos de al lao. Pero sobre todo es la emergencia de una obra como la de Astor Piazzolla, la cual emprenderá una cruzada como modo de vivenciar aquella agonía, la que marcará su revolución como una manera brillante de otorgarle vitalidad a una expresión cultural que había mostrado signos inequívocos de agotamiento bajo el gobierno peronista. Es este último detalle el que merece ser rescatado para retomar el hilo del análisis: el tango no es sólo una música expandida en base a la absorción de sucesivas marginalidades, sino que se caracteriza por una ligazón al proyecto oligárquico decimonónico y por ende a fragmentos de las clases entroncadas a aquel. El hecho de que su eclipse coincida con los tiempos del peronismo es un dato elocuente, pues refiere a una suerte de patentamiento que las clases dominantes efectuaron sobre algunos atributos del patrimonio de la argentinidad, por ejemplo, apropiando (y luego reabsorbiendo) vanguardias musicales de la música criolla. El propio Piazzolla experimento distintas etapas que podrían relacionarse con lo anterior: hasta su consagración magnánima en Europa durante los tiempos de la dictadura que lo colocarían en el podio junto a Bach o Vivaldi, debió afrontar embestidas del establishment argentino.

Ahora sí, entonces, saquemos conclusiones tentativas y volvamos a la noche del 10 de diciembre de 2023. Noche de homenajes con que la oligarquía argentina y sus desprendimientos ilustrados eligen recibir al presidente Milei. ¿El escenario?, el teatro Colón. ¿La modalidad?, a puertas cerradas. Un intento de seducción que, a la luz de los párrafos anteriores, explica el ingenioso intento de abordar un ciclo político cuyas características pueden resultar vertiginosamente peligrosas para los valores dominantes de las clases ilustradas porteñas. A los ojos de la casta política liberal concentrada en Buenos Aires, Javier Milei reúne las características de una persona marginal: anarco-capitalista, sin portación de apellido, sin estructura política y sin raigambre en los partidos tradicionales; victorioso pese al pronóstico de muchas otras castas (la periodística, la intelectual-académica, la empresarial, etc.). ¿Cuál fue modalidad de recepción?, cantarle un tango. Y el tango, como vimos, “no es peronista”. Su declive coincide con los ascensos de la clase obrera y “el populismo”. El tango hospeda a marginados sociales, aún si estos cargan con ideologías extrañas en lugar de facas. Balada para un loco es un tango elocuente del declive e intento de restauración:remite a cierta imagen distópica de una Buenos Aires donde luces y sueños de “todos” los que creían en ella “subidos a la ilusión super sport” hoy observan el andar de su belleza muy distinta; una Buenos Aires que ya no luce como antaño según la descripción de un piantao que regresó para caminarla.

A casi 150 días de Javier Milei en el gobierno, son notorios los intentos infructuosos de una “alianza”, cooptación o entrismo que ciertas clases ilustradas (políticas, culturales, mediáticas e incluso militares) desean efectuarle al gobierno. El resultado es fallido. El proceso se escurre entre los desvaríos de una fuerza política inorgánica pues en paralelo a los augurios mediáticos de una “alianza” de centro derecha entre Propuesta Republicana (PRO) y Libertad Avanza (LLA), Milei mina de insultos a los miembros de la cámara de diputados o senadores, Macri toma distancia de los “destratos” a los miembros de PRO; y el radicalismo dice acompañar el espíritu de “La Ley Bases” sin desatender los frenos republicanos a los cuales Milei hace caso omiso. El propio Macri, no debe olvidarse, se desentendió de las designaciones de Patricia Bullrich como ministra de seguridad y de Luis “Toto” Caputo como ministro de economía. Algunos analistas sostienen que “La ley Bases” que está a días de ingresar para su tratamiento en la Cámara Baja es una cesión definitiva de Milei al proyecto oligárquico-liberal de vieja cepa; dando por tierra con la añoranza radicalizada del Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) imbuido de espíritu libertario.

La moneda está en el aire. Fue necesario volver a pensar el tango como una modalidad de recepción y cooptación al proyecto de los marginales. Se entendió por qué fuimos a pensar el sentido bautismal de la noche del 10 de diciembre de 2023. Hasta el momento, continúa ausente una alianza política sustentable que permita hablar de una fórmula política “exitosa” y perdurable. Sin andamiajes institucionales o formatos de ley, los triunfos de Milei se asemejan a los “pobres triunfos pasajeros” del tango Mano a mano. La casta política encuentra rendijas por donde bloquear o moderar el carácter ambicioso del reformismo libertario, pero más bien parece bailar el tango Desencuentro, desorientada y “sin saber qué trole hay que tomar”. A Milei no le cabe el tango Muchacho como a Mauricio Macri, “que todo lo ha conseguido pagando como un chabón”. Tampoco el Preludio para el año 3001 de Piazzola/Ferrer pues sus promesas de renacimiento se asemejan poco a revueltas de obreros del sur u odas para la pampa agro-exportadora. Corre el riesgo de desanclarse retóricamente de los actores que efectivamente piensan en una reconstrucción del proyecto oligárquico decimonónico para el siglo XXI. Balada para un loco, en consecuencia, fue una elección paradojalmente atinada de la aristocracia criolla. Tuvo un carácter premonitorio, fue un anticipo al diálogo entre sordos. Un aviso de lo que estamos presenciando: limitadas las pretensiones hegemónicas ancladas en la expansión política de una identidad libertaria (algo que no muestra tintes expansivos y que el proyecto oligárquico jamás permitiría por considerarlo marginal y peligroso), solo queda servirse de una noción anacrónica de hegemonía, aquella que piensa en alianzas (o forzamientos de alianzas) que serían la clave de un nuevo ciclo liberal (y no libertario) que dé con el golpe mágico. Sucede que las élites aún no pueden incorporar a Milei con tanta facilidad. Lo que a ellas les cuesta entender, a veces, es que Milei no fue hecho para el Tango.

Mi nombre es Ignacio Adanero.

Soy rosarino de nacimiento, pero el tango y otras pasiones fueron traccionándome hacia Buenos Aires. Tengo dos familias: mi familia de sangre y la familia lucyfuercista. Soy politólogo y siempre seré parte de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UNR). Fui docente adscripto en la Cátedra de Análisis Político y también miembro del Centro de Estudios Políticos Argentinos y Latinoamericanos (UNR). Escribo en diversos medios digitales pero sobre todo leo vorazmente obras clásicas. Creo que volver a las catacumbas nos ayudará a salir del desasosiego.

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