
El otro día, en un canal de deportes, se trenzaron dos periodistas (no importa cuál, no importa cuáles). La discusión subió de tono, tanto que uno de ellos en un momento dado amagó con pararse (no sé si para irse o bien para agarrarse a trompadas, pararse o pararse de manos; las dos cosas son posibles y creíbles por igual). El tema que los agitaba (en lo figurado y en lo literal) era si debían o no debían decir, siendo periodistas, de qué cuadro eran hinchas. Uno de ellos lo decía a viva voz y el otro se negaba a hacerlo, ante lo cual lo dijo el primero, y también a viva voz.
Los programas en los que se discute de fútbol me interesan ante todo por su tema, por su objeto, por su asunto. Pero también, aunque en menor medida, porque tiendo a pensar que el discurso de algunos periodistas de fútbol modeliza en cierto grado el discurso de algunos periodistas de política, si es que no también, al menos en ciertos casos, el discurso de algunos dirigentes políticos. De hecho, en el debate del otro día se aplicó el formato que terminó traspasando al campo del periodismo político: ¿en quién había más verdad: en el periodista que, sin decir de qué cuadro es, se compromete con la objetividad, o en el que lo dice y al decirlo deja en claro de qué lado está, para dónde tira, desde dónde habla? En el periodismo político se pasó a discutir lo mismo: si era más confiable el periodista neutral o si lo era el que se posicionaba y lo explicitaba y no pretendía hacerse pasar por independiente, sin serlo.
Sobre eso se ha dicho bastante. Pero en el griterío del otro día en ese canal de deportes, en el fragoroso intercambio del “¡no te lo permito!” y el “¡todos sabemos que sos de Boca: decilo!”, surgió una tercera figura que no era la del periodista o la del hincha, sino otra: la del barra brava. La introdujo el que, afirmándose como periodista, se negaba a pronunciarse como hincha y acusaba de hincha al otro. Hubo un punto en que esa acusación (“vos no sos periodista, sos hincha”) le resultó visiblemente insuficiente, y fue entonces que tronando espetó: “Vos sos un barra brava”.
Más allá de establecer quién tenía razón de los dos (yo por mí se la doy al de Boca, ¡pero él no quería decir que es de Boca!), me quedé con esta tercera alternativa que se intercaló en la dicotomía habitual de periodista neutral / periodista hincha, o su derivación más reconocible de periodista objetivo / periodista militante. Porque, a poco de pensarlo, resulta evidente que hay un tipo de enunciación en algunos periodistas y en algunos dirigentes políticos que no corresponde en sentido estricto ni a la pretensión de ecuanimidad ni a la voluntad de tomar partido, sino más bien a la condición desencajada de quienes, de una tribuna a la otra, provocan, desafían, “picantean”, amenazan, hostigan, intimidan, agreden, denigran, prepotean. Y desprecian, petulantes, al que “no se la banca” y protesta.
De los barras hay que decir que después le ponen el cuerpo a esa violencia que han proferido e incitado, en la línea de lo que Borges entendió como culto al coraje en su mundo de orilleros. Estos otros, ni siquiera. “Gritones pero blandos para el castigo, boca y atropellada nomás”, según se dice en un momento crucial de “Hombre de la esquina rosada”.
Martín Kohan:
Escritor.
Anda dando vuelta tanto gil que se publicita escritor. Y Martín Kohan, tres libros de ensayo, tres de cuentos, diez novelas dice que en un sentido estricto nunca descubrió haberlo sido. Que su relación siempre fue con el escribir y no con el ser escritor, que para él eso nunca representó una ambición o un deseo.
Egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires. Enseña teoría literaria en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de la Patagonia. Cree que por haber elegido la literatura resignó un aprendizaje, integración, sociabilidad, disfrutes compartidos. Al estar tanto tiempo solo, leyendo o escribiendo, dejó que discretos pasaran por un costado.
Entre sus tantos libros se encuentran El informe, Los cautivos, Dos veces junio, Ciencias morales, Bahía Blanca y el último, de cuentos, Cuerpo a tierra.
En la infancia tuvo una perra: Yenny. En la adultez, un gato: Dumas. Kohan prefiere la ropa de Adidas, es fanático de Boca como su hijo Agustín y al acostarse, antes de quedarse dormido, implora que no lo atraviese el insomnio.
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