2001: la tormentosa historia nacional / roque farrán

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La tormentosa historia nacional: 2001 en lo singular como en lo colectivo

En estos días de rememoración histórica y colectiva del 2001, donde cada quien toma la palabra en nombre propio para decir lo que piensa, debo confesar que me he estado resistiendo un poco en recordar. Si bien han acudido a mí imágenes fugaces de aquella época, una y otra vez, las he dejado pasar. Creo saber de qué se trató, conozco los relatos y experiencias repetidas. ¿Qué habría de significativo ahí?, me pregunto, ¿qué podría ser más relevante que otras épocas, otros momentos clave en los que también se anudaban lo singular y lo colectivo?

Pienso que nací en 1977, en plena dictadura militar, tengo presentes los relatos a través de las cartas de mi madre: la pensión, los calores agobiantes, las amistades cordobesas, el terremoto de San Juan, etc. Pienso en 1982, el traslado forzado de Córdoba a General Alvear que marcaría a fuego el desajuste familiar, la guerra de Malvinas, el nacimiento de Mariano. Pienso en 1987, el nacimiento de Luciana, la primera separación de mis viejos, y el levantamiento militar en que se suicidó un compañero de ellos porque pensó que volvían. Pienso en los 90 y el arrasamiento subjetivo que significó el menemismo, cuando empecé en la universidad de Córdoba, dejé la primera carrera y atravesé un impasse decisivo. Luego 2006, recibido y sin causa, la muerte de Mariano y el neoliberalismo cordobés que lo consumía todo. 2014, la inseguridad como dispositivo fogoneado contra el gobierno nacional, la muerte del viejo y del abuelo, el disparo en plena calle, el nacimiento de Camila. 2020, ya sabemos.

¿Y entonces qué? Como dice un amigo, Juan “el negro” Conforte: “Cada argentinx debe sentir en el fondo, que cada crisis personal, coincide con una crisis del país, que cada derrumbe social, es su propio derrumbe; descontarse de ese terrible destino es una tarea infinita, porque la inercia tiene la fuerza de la corriente de todos los ríos crecidos y enfurecidos que nos atraviesan.”[1] Por tanto, me fuerzo a recordar y vuelvo a contar para descontarme del fatal destino y despejar la causa de la resistencia.

En 2001, después de muchas angustias y pesares, podía decir que me encontraba bastante bien: me sentía mucho más seguro, me iba excelente en la facultad, había encontrado una carrera que me gustaba y una pareja con la que compartíamos casi todo. Sin embargo, ya presentía que eso no podía durar demasiado. Sobre todo, sentía la falta que me marcaba la política a cada paso: participaba de asambleas, movilizaciones, cortes de ruta y trabajos en algunos barrios populares, pero siempre con algo de temor, con inhibición, como si se tratase de una obligación o un mandato.

Recuerdo un corte de ruta en que había perros y policías que formaban un cordón apretado a ambos lados. Antes de ir había hablado por teléfono con mi viejo y me había dicho con gran preocupación que nos cuidáramos, algo raro en él, nunca me había dicho cosa semejante. Subimos al colectivo desde ciudad universitaria, iban amigos y compañeros de distintas agrupaciones, cuando llegamos y vi la escena montada tuve miedo: pensé que íbamos derecho a la boca del lobo. En el corte había ollas populares y cierta distención entre la gente, los dirigentes confiados sabían lo que hacían, cuando le pregunté a un amigo sobre las posibilidades de que nos reprimieran me aseguró que no iba a pasar. Sin embargo, la manifestación de fuerza era ostensible: de haberlo hecho no hubiésemos tenido ninguna chance.

Al poco tiempo vino el estallido concreto, lo vimos por la tele porque el punto álgido fue en Plaza de Mayo: las Madres y Abuelas resistiendo contra la caballería, la represión descontrolada, las muertes. Desde la distancia, sentí el enorme entusiasmo que abrieron luego las asambleas barriales, las fábricas recuperadas, la movilización callejera, etc. Pero otra vez, en la vida como en la política: sabía que eso no podía durar demasiado. Algunos años después, cuando todavía no pensaba que el kirchnerismo fuese una novedad, aunque saludaba los valerosos gestos de Néstor, pude conectarme con un fondo de inmensa tristeza y tardé un tiempo en encontrar su causa, procesarla y recuperarme.

La escritura ha contribuido a despejar en buena medida las causas y cauces de la historia en que nos hallamos metidos. La dolorosa historia nacional, donde desembocan los tempestuosos ríos que nos atraviesan, es, al fin y al cabo, un mar inmenso donde hay que aprender a navegar: pilotear en las tormentas, surcar con goce las olas y orientarse por la naturaleza cuando se plancha. Los instrumentos de navegación cambian, nosotros con ellos, en lo singular como en lo colectivo. El mar, no obstante, permanece.


[1] https://www.cba24n.com.ar/argentina/ten-compasion–una-cronica-del-2001-de-cordoba-a-capital


Roque Farrán es filósofo e Investigador del Conicet, sus últimos libros publicados en 2021 son La razón de los afectos y Militantes ¡ocúpense de sí mismos!

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