picante / jeremías aisenberg

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La oreja es el único sentido que no elige. Una vez que escuchas, ya no podes dejar de oír. Una cruz más pesada que la fuerza de voluntad.

Cuando el análisis se juega por los puntos, pica. Cuando la terapia se vuelve un cuidado paliativo, cuando ya no podes hacerte el boludo, el sordo, el apolítico. Cuando la salsa, finalmente, está condimentada, la cena encuentra tu mesa.

Servís tu mejor juego, los ahorros de toda una vida, la carrera que tu abuela inmigrante soñó en el barco. Cocinas por años un saber abstracto. Salís con el pecho inflado a recibir huevones en el diván. Estás listo para no retroceder frente a la cirrosis.

Como pasa al entrar en la Mafia, lo haces jodiendo, en broma, pero sin darte cuenta, te vas poniendo serio.

Los pasillos se van tornando cada vez más angostos. No estás en Italia, caminas sin rumbo en barrios populares.  Las rectas no existen, te vas asfixiando al interiorizarte. Queda feo hacerse el lindo, por eso, y sin esperar ser bien recibido,  puedo decir: Todo amor es villero. 

Escuchar no es un beneficio, un don, un regalo divino. Porque uno escucha lo mal-dito, la desproporción de una almendra, el cáncer de un día soleado. Se oye la mala dicción de este espectáculo continuo.   

Como toda droga, al principio siempre pega bien. Te acerca amigos y abre puertas sin llave. Te vuelve una piedra brillante, un poco menos libre.

Pero como toda gilada, después de un tiempo, comenzás a pasarla mal. Deja de ser divertido. Querés bajarla con algo. Buscas anestesias de silencio, baches sin sonido, reposeras de ignorancia.

La gente se confunde y con razón, cuando imagina que saber escuchar es una virtud, una ventaja que permitiría a alguien mirar más allá de la mesa dulce. Cambiaría todos mis oídos, mi mejor caña, mis filosos anzuelos, con tal de dormir sin gotas y, soñar cada tanto, con algún que otro angelito. 

Cuando la oreja te rasca. Cuando escuchas a los que hablan. Cuando un día sin importancia mojas tu pan en la olla y, sin dejar de reírte a carcajadas de vos mismo, repetís el único concepto  que entendiste: “PUTAPARIÓ”.

Jeremías Aisenberg

Psicoanalista y Escritor

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