
Organizada en doce rounds, la novela de Ber Stinco se centra en la vida de Israel Aguilera, un empleado del corralón municipal en La Carlota, puesto que le dieron cuando al padre lo echaron por borracho, que sueña con ser reconocido como boseador y nos hace parte de ese micromundo que sentimos que el autor conoce muy bien.
En la vida de Israel “el Pinchila” Aguilera, se cruzan otros personajes que se van desarrollando como en capas, según se relacionan en mayor o en menor medida con él: el flamante secretario de gobierno Octavio Rossi, su representante, empeñado en sacarlo campeón con el apoyo del Intendente Rinaldi; Sergio, el entrenador; el pastor Juan y la pastora Susana; el Pastelito, el joven down integrante del coro del templo que vende rifas para el pastor; los compañeros de pensión del hotel Italia, el Amilcar y el Mandingo.
Dos peleas se necesitan para tramar la novela, una en Arias contra el Motoneta Zárate, que les da la ambición necesaria para retar a un campeón y (tratar de) hacerle pegar el salto a Israel, desafiando al Pardo Narvaja en el estadio cubierto de Newell´s Old Boys de Rosario. Entre pelea y pelea, conocemos más de la ciudad: el barrio Central Argentino, el barrio del Congo donde el Gordo Cadena le disputa al Mandingo el kiosco de la droga; la bailanta, la Turca y el Patota, una leyenda de la timba; el primer piso del club social donde solo los selectos juegan al poker, donde algunos perdieron hasta la casa.
Y nos metemos más en algunas vidas, en la de los pastores, que después de formarse en Entre Ríos y en Brasil, vinieron a La Carlota porque les dijeron era “tierra de nadie” para levantar su templo donde Israel es ayudante, en la del intendente y las diferencias con su hijo, en las ambiciones políticas de Rossi y Rinaldi, en la personalidad de Rossi.
Contrastan un grupo de personajes que se mezclan por momentos, salidos de otro ámbito, otra clase, un Charly arquitecto, un amigo Ulises, Paula y María Inés, el Sanatorio Arroyo en Rosario, y sobre el final entendemos la relación necesaria.
Hay descripciones que suman a la composición de los personajes: “el Patota llevaba un traje blanco de verano y una chomba color salmón. Fumaba un puro y tenía algunos dientes enfundados color plata”. Israel entrena con botitas adidas compradas en un outlet, “más aptas para tennis que para boxeo, costaban solo 570 y eran botitas, Israel adoraba las botitas, porque los boxeadores usan botitas”.
Pero lo que más los define es la manera de hablar, y este es un gran logro en la escritura. Algunas voces son interiores, como la de Israel cuando repite en su cabeza con la voz de Osvaldo Príncipi “el Israel Aguilera señores, el Israel Aguilera señores”.
La mayoría están dadas en diálogos:
Rinaldi: “Me exigen un centro trans y que gay friendly esto y aquello… cuánto puto trans tenemos acá? Tengo la secretaría de acción social hasta el upite de gente que quiere morfar, y yo como Estado tengo que salir a campear a los dos o tres trabas que andan dando vueltas y armarle el piringundín de la inclusión y el desarrollo y la pindonga?”
Rossi: “Ya sé que no sos boludo, negrito, pero sos negro. Y los negros hacen esas cosas, se compran el BMW, se pasean tomando champagne con el gato teñido… El ABC del negro con plata, y todos esos terminan mal…”.
La particularidad de los sobrenombres, tan característicos de los pueblos o las ciudades chicas: El Pinchila era el Pinchilita cuando su papá era el Pinchila (que ahora es el Pinchila viejo), al Gordo Cadena le dicen así porque “te caga a cadenazos”. Las bromas, las anécdotas: el Mandingo es petiso, pero no tanto para ser enano porque para enano es alto, y terminó jugando al fútbol donde era ayudante de campo porque no había jugadores; a Israel cada vez que se enteran que es boxeador le cuentan la del mecánico que mataba novillos a trompadas; el Carloncho, el infalible de cábala-mufa del fútbol llevado desde Venado Tuerto sólo para saludar a los contrarios y hacerlos perder. Las referencias específicas a lugares —los carnavales de plaza San Martin, el Bar Marconi en la esquina del Hotel Italia, las rutas, los clubes, las calles—, da por resultado un verosímil: el lector siente que todo esto realmente sucede, que uno puede ir a La Carlota, o seguir la ruta a Arias o a Rosario, y encontrarse con estas historias.
Durante la narración suena una música también, la que acompaña a los personajes de La Carlota es la de Los Palmeras, el Toro Quevedo, Lia Cruzet, a veces Larralde. Está presente en la carpeta “Israel música” en la computadora del club, con la que escuchaba en los bailes de la zona, en la bailanta, en la voz de la Turca, en Amilcar que canta, en Rossi. Los personajes “distintos” tienen otras músicas, el hijo del intendente tiene su banda, Charly, el arquitecto de Rosario escucha Jobim. Y en el título del libro también —Por tu culpa más que un loco, inmediatamente cantamos unas líneas de una canción de Leonardo Favio—.
El desenlace nos aleja de La Carlota y nos vamos a Rosario y después a la isla, y la trama se cierra, o apenas se diluye pero en un ambiente distinto, más duro. El Paraná parece tener para mostrar otras personas, más oscuras, con historias más densas, como si la analogía con el Chocancharaba “un río marrón de llanura que luce como un cachorrito del Paraná” aplicara también a estos nuevos personajes que apenas se muestran y acompañan a Israel al final.

María Gabriela Polinori. Nació en Venado Tuerto el 21 de Mayo de 1965. Vivió en Santa Isabel hasta los 22 años. Profesora de Inglés (IES N7). Licenciada en Lengua Inglesa (Universidad del Salvador). Vive en Venado Tuerto y es docente en el Instituto Superior de Profesorado N7. Autora de Relatos en tetas. Forma parte del Staff de Revista Ají como correctora.
Dejar un comentario