¡sindicatos de la educación, destapemos la olla ya! / agustina iglesias

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Hace varios años muchos, la educación no solamente experimenta una crisis, sino que es uno de los espacios paradigmáticos de la profunda destrucción del neoliberalismo. No me interesa demasiado profundizar en los diagnósticos, creo que hay parvas de textos extensísimos sobre estos temas, la pedagogía, entre otras disciplinas dentro de las ciencias sociales se dedicaron a teorizar y profundizar al respecto, sosteniéndose en diagnósticos, caminos, formas, etc.

El objetivo del artículo no es descriptivo, no implica el desarrollo de una teoría, sino que intenta volver a abrir unas preguntas sobre el “campo de la educación” en miras hacia el pueblo, que hace muchísimo tiempo que no resuenan pero que pujan por salir hacia afuera de forma sintomática.

Lo importante del texto es volver a afirmarnos dentro de la discusión política y para eso me interesa traer a un educador popular de tradición fuertemente humanista, conocido por su militancia cristiana, pero principalmente por su amor hacia el pueblo.

Claudio Hugo “el Pocho” Lepratti desde aproximadamente 1991 trabajaba en las cocinas donde se preparaban las meriendas y los almuerzos para las escuelas de la ciudad de Rosario y tiempo después empezó a estudiar para ser profesor de filosofía. El Pocho decía que su principal compromiso era contra el hambre del pueblo y la no violencia.

El 19 de diciembre de 2001 el Pocho estaba en la escuela N° 756 “José Serrano” del barrio Las Flores de Rosario. Cuando la policía le apuntó con un arma, dice la frase que marcó una época: “Bajen las armas, acá solo hay pibes comiendo” y termina siendo fusilado por el policía Esteban Velázquez. Paradójicamente el policía sostuvo que confundió al Pocho con un francotirador y terminó siendo condenado a 14 años de prisión por la lucha de los familiares y movimientos sociales.

El 2 de agosto del 2018 Sandra y Rubén en la escuela primaria N° 49 “Nicolás Avellaneda” de Moreno, estaban preparando el mate cocido para que los pibes tengan algo calentito antes de comenzar la escuela y se produjo una explosión que terminó con la muerte de ambos. El macrismo abandonó más que nunca las escuelas, pero estos docentes y compañeros dejaron ahí su vida por no abandonarlas.

Estos dos hechos tienen una conexión fundamental para pensar el presente: la lucha de los docentes con las patas en el barro en contra del hambre significó un espacio de persecución para los gobiernos neoliberales: apuntándolos o abandonándolos. La correlación de este abandono es una destrucción a pasos agigantados de una de las cosas más importantes que tiene un pueblo: la educación. Pero con hambre no se puede pensar.

Durante el gobierno de Milei la pobreza aumentó más de un 14% y están desfinanciando los comedores escolares, el Fondo de Incentivo Docente y todos los programas que corresponden a la educación. Las respuestas son simplemente que las provincias deben hacerse cargo de la educación como si esos fondos nacionales jamás hubiesen existido y todavía siguen sin restituirlos. Nunca existieron, es una metodología totalitaria que impone la eliminación total de una historia de lucha previa, pues no se reconoce en ese proceso ningún grado de humanidad a nadie.

Las derechas imponen parámetros inalcanzables para un pueblo que son las “pruebas estandarizadas” en lengua y matemática. Amenazaron con publicar los resultados violando la privacidad de los datos de las “deficiencias”, términos que el neoliberalismo utiliza para referirse a la educación en los sectores más postergados de nuestra patria.

Además de esto, surgió públicamente el caso de Natalia Zaracho, diputada Nacional proveniente de Villa Fiorito, quien numerosas veces dijo en los medios de comunicación que tuvo que dejar la escuela a los 14 años para salir a trabajar. Los principales comentarios en las redes sociales la acusan de “analfabeta”. La funcionaria copetuda Diana Mondino, sostuvo que Naty es “la evidencia del fracaso de los años anteriores” por no haber terminado el secundario.

El incremento de los niveles de racismo y fascismo para referirse a la educación del pueblo es exponencial y al mismo tiempo sigue en marcha un plan de vaciamiento progresivo –y actualmente acelerado– de las escuelas, que si bien venimos acarreando hace años, no va a retroceder a menos que volvamos a las discusiones serias y elementales que necesitamos los trabajadores de la educación (aunque a muchos no les guste llamarse así, ¡lo somos!) en conjunto con nuestro pueblo.

Volvamos al Pocho.

Necesitamos retomar debates estratégicos y esenciales. Uso esta última palabra porque en la consideración táctica de que prestamos un servicio esencial, nos suprimen de cualquier referencia a la comunidad organizada. Necesitamos volver a ponernos a la par de nuestro pueblo y de cualquier trabajador que es esencial para la vida de una comunidad. Los trabajadores de la educación tenemos una historia de conflicto para la identificación con la clase trabajadora y esta táctica de considerarnos prestadores de servicios nos aleja aún más de la conciencia histórica que muchos compañerxs supieron construir, aunque su vida se haya ido en eso. Dejemos de hablar a los históricamente convencidos –que necesitan escuchar que el paro tuvo un 80% de adhesión– y volvamos a dar estas discusiones fundamentales para el movimiento obrero.

Es necesario revisar las prioridades: si queremos saber cuánta adhesión tuvo en números un paro para trasmitirlo a los convencidos o construir una pueblada en la educación que nos acerque aún más al dolor que tienen las familias por estar cada vez más lejos de las escuelas y que sus pibes no terminen concluyendo sus procesos de alfabetización al “costo” de ser solamente un número deficiente.

Tomemos al hombro el trabajo de un sinceramiento y escuchemos a las familias de los barrios más excluidos con la educación pública. Que nuestra principal medida de fuerza sea la que llevó adelante el Pocho: atrincherarnos en los comedores, recorrer los barrios con las familias, escuchar sus historias de exclusión de las escuelas, preguntarnos por qué la escuela media termina siendo un ámbito desértico para nuestros pibes que terminan con un balazo de la policía o con problemas de consumo. Volvamos a los rincones más recónditos de los barrios en donde el abandono es total, en donde la educación ya no es un horizonte para las familias.

Volvamos a disputar el sentido de la alfabetización al neoliberalismo, destapemos la olla y hagamos de la emblemática carpa blanca una carpa a cielo abierto para escuchar y sentir el dolor de las familias. Que nuestro paro sea volver a preguntarnos sobre los éxodos de la escuela, que cuando cada docente vaya a laburar se pregunte qué pasará con ese pibe que está afuera de la escuela, que está empujando un carro, intentando sobrevivir al aniquilamiento voraz que estamos viviendo.

Hagámonos de una cartografía para recorrer cada centímetro de nuestros barrios y escuchemos al Pocho cuando decía: “Creo que cada persona es un mundo, una geografía, sobre la que ella misma, y sólo ella, tiene las herramientas para operar”.

Agustina Iglesias, docente de Filosofía y militante popular en Lomas de Zamora

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