A 13 años de la muerte de León Rozitchner, un texto a propósito de la lectura de Diego Sztulwark sobre “El espejo tan temido” en la Universidad Experimental.
SUJETOS SIN IZQUIERDA
“Una aventura soñando que las cosas iban a ser diferentes. Y no, no son. Son todas igualitas”. Laura Bonaparte (Tiempo perdido)
León asumió sus combates teóricos desde la originalidad de su intuición, de su arbitrariedad y de su ensoñación maternal. En “El espejo tan temido” (el artículo se publicó en abril de 1986, en la reaparecida revista Crisis, deshojando la dictadura) podemos reconocer algunos fundamentos que ya estaban planteados en “La izquierda sin sujeto”, texto escrito varias décadas antes, en 1966, al influjo de un tiempo de enfrentamientos (verbales y materiales), detrás del que también —conviene recordarlo— anidaba una gran esperanza.
Esa recurrencia expresa la continuidad de una preocupación en la subjetividad política de las tradiciones de izquierda: el problema de cómo construir y desarrollar una fuerza de naturaleza diferente a la de la realidad-mundo que se desea transformar. Realidad y materialidad histórica que también nos ha constituido a nosotros. Entonces algo más: insertos en un proceso de cambio, debemos estar dispuestos también nosotros —cada uno— y quizás comenzar por ahí, a ejecutar esa transformación en nosotros mismos.
León abre ahí “un diálogo con el infinito”. Casi una metafísica (él se enojaría con esta afirmación) para confrontar, desde luego, con el campo enemigo; pero desplazando valientemente esa mirada crítica, severa, necesaria, sobre el propio universo ideológico; así es que les va a decir a la revolución cubana, al peronismo, a la guerrilla argentina, a la izquierda cultural, a la militancia política: tenemos un problema. Estas ideas, esta sensibilidad declamada, no se encarnan en nuestra vida cotidiana. Estamos “bien inficionados adentro de aquello de decimos combatir afuera”. Y si esas categorías prevalecen, hay algo fundamental que se resiste al cambio. Y esa permanencia, dice León, es la que también impide la emergencia de aquello que, se supone, queremos suscitar afuera.
Así, nos autorizamos a “preguntarnos por la coherencia del mundo exterior, sin preguntarnos casi nunca por la nuestra”, “eso que la política en su solicitación habitual no moviliza y que la cultura, como otro modo de ser que nos compromete en todo, sí”.
Muchos de aquellos paradigmas han cambiado. Hoy, un habitar tecnológico, una era digital que promueve sujetos sin izquierda. Sin embargo, cuarenta años después, aquel interrogante aturde: “¿qué hemos aprendido?”.
“Es como si habiendo pasado tanto en un nivel, nada —en verdad— nos hubiera pasado en el otro”. ¿López Rega hablando de Bienestar Social en el gobierno peronista, mientras organiza una horda de asesinos? ¿A Galimberti no le decían “loco” antes de ser dirigente de JAEN y Montoneros, socio de Born y empleado de la CIA? ¿El odio mediocre y destructor de Patricia Bullrich no estaba presente cuando era Carolina Serrano y militaba combatir por la justicia social? (“aquellos cuerpos que pagaron con su vida el error de creerle a esos conceptos”) ¿Gorriarán Merlo no era violento antes de integrar el ERP? ¿Tienen algo en común el Firmenich adolescente que corría a cadenazos a los pibes “comunistas” del Nacional Buenos Aires con el veterano que decora su living español con una antorcha y una estatua de la virgen de Lujan? ¿El cacique sindical que habla de derechos laborales y edificó su jefatura gremial en las cuevas del Batallón de inteligencia 601 en la dictadura? ¿El referente del momento kirchnerista que convalida en acto el amor al dinero y al consumo como ideal? ¿La abyección degradada de la casta política? ¿Scioli?
No hablemos de una santidad imaginaria. No “seremos como el Che”. Apenas quizá el I would prefer not to (preferiría no hacerlo) de Bartleby el escribiente. Quizá otras “formas de negociación, que es lo que generalmente hace cada uno, para mantener una disposición crítica, comiendo todos un bife”, diría el Toto Schmucler.
Aquella saludable mirada de León sigue alumbrando una zona excluida de nuestros comportamientos habituales, en el tantas veces trágico desencuentro de nuestras tradiciones teóricas con la realidad.
MARCELO SEVILLA
Nació en 1964 en la localidad de Cavanagh, Córdoba. A los ocho años se mudó con su familia a Venado Tuerto. Tuvo una activa participación en varios movimientos culturales: grupo Luz, La Biblio, Facultad Libre de Venado Tuerto, Babel (libros-artes-café), Revista Ají. Fue jugador y Director Técnico nacional de fútbol. Participó en diversos semanarios periodísticos, revistas culturales y de divulgación; en ediciones varias de libros de autor, programas de radio (Aparecidos, Te amaré Ramírez) y televisión (Ideas en la Ciudad). También en la producción de contenidos y productos en materia de comunicación. Escritor de cuentos, relatos, crónicas y poemas, que fueron publicados alternativamente en diversas plataformas. En 2017 publicó su primer libro La llanura hacia ninguna parte. Éste, su segundo libro (la 1ra edición publicada en 2021), relata la historia —esa historia— surgida en la experiencia sociocultural gestada desde la Biblioteca Florentino Ameghino de Venado Tuerto (La Biblio), que unió teatro, fútbol, música, educación y arte, entre otras disciplinas. En 2023 publicó Un siglo de fútbol, su último libro.
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