tener voz no alcanza / lorena culasso

con No hay comentarios

Tener voz no alcanza

y cuando hablamos

tememos que nuestras palabras

no sean escuchadas

ni bienvenidas,

pero cuando callamos

seguimos teniendo miedo.

Por eso, es mejor hablar

recordando

que no se esperaba que sobreviviéramos”.

Audre Lorde

Vez a vez las escucho profundizar en la huella indeleble; escocer la herida que, de a ratos, deviene cicatriz… Y otras veces, simple y profusamente, sangra.

Vez a vez, el relato nos depara un nuevo descenso al terreno pantanoso del recuerdo-olvido, algo –por momentos– bastante similar al infierno.

No es una consulta, son muchas. Las historias, aunque singularísimas, bien podrían sintetizarse en algunos elementos que insisten.

  • Ellas, niñas de entre 3 y 7 años.
  • (Al menos) una figura familiar abusiva – léase padre, padrastro, madre, tío, tía, abuelo, abuela, vecino.
  • Un escenario conocido.
  • Y una pregunta que las encuentra: ¿cómo es/fue posible eso que pasó? Con esa doble conjugación del verbo que nos deja de cara a lo traumático. Lo que fue junto con lo que sigue siendo. A ese devenir cascada del que habla Rebecca:

Avanzamos hacia algo que nos hizo daño, o nos alejamos de ello, o lo bordeamos, o bien algo o alguien nos lo recuerda; ese deslizamiento en el tiempo, como si la escalera a la que salimos se hubiera convertido en una cascada, es el desorden del trauma y la noción temporal que este impone. (Solnit, 2021, p. 277)

Trauma y tiempo. El envés de un mismo movimiento. En el centro, ellas, sus recursos, sus luchas, sus recuerdos, sus terrores…

Dice Tkach (2011), siguiendo a Silvia, que el trauma es una vivencia que produce afectos penosos como el “horror, la angustia, la vergüenza, el dolor psíquico y la sensibilidad de la persona afectada”. Un acontecimiento que produce efectos y “cobra una idoneidad determinadora que puede desbalancear los modos habituales de funcionamiento y, sobre todo, que tiene carácter inligable, inmetabolizable en el interior de los sistemas psíquicos”.

Afectos penosos y efectos más que reconocibles en los relatos sufrientes de esas mujeres que consultan. Afectos que, también –y es necesario decirlo–, nos afectan a quienes escuchamos. Es tiempo de perderle miedo a la afectación que nos genera la palabra de quien demanda ayuda. Ni somos pantalla, ni somos cirujanxs, ni somos la luna de un espejo; somos apenas (y a penas) personas que se predisponen a escuchar… con toda la mar detrás.

Si, como dice Ana, la crueldad es parte de la condición humana… ¿Dónde cobijarse si no hay refugio en los brazos de quien dio vida?¿Por qué creer que en los brazos ma/paternos encontraremos el resguardo necesario ante el dolor? Esa promesa del paraíso perdido, del retorno a la vivencia primaria de satisfacción, no es más que una construcción fantasmática.

No todxs les ma/padres prestan cobijo.

Algunxs porque no pueden, no saben, no tienen las herramientas; no se las han transmitido o no las han tomado.

Otrxs, porque no quieren y elijen la distancia como forma de preservación de la cría.

Y unxs tercerxs, porque tienen “oscuridad en los ojos”. Una oscuridad que impide mirar a sus hijxs como semejantes.

En sus historias, las de ellas, insiste la ausencia de quien, aun estando, se desdibuja. Alguien que no escucha, no mira, no quiere ver, mira hacia otro lado. Incluso alguien que, aún mirando, decide no accionar. ¿Hay peor vacío que el de los brazos huecos de esas personas de quienes depende nuestra existencia?

Pienso en esas niñas, me estremece saberlas pidiendo ayuda a gritos silenciados.

Pienso en los muchos adultos que tampoco pudieron/supieron/quisieron mirar.

Pienso en la niebla y en ojos vendados.

Pienso en la cobarde sordera.

 ¿Dónde pedir ayuda si el patriarcado ensordece la escucha y nubla la mirada?

Tener voz no es suficiente. Compartimos con los animales la capacidad de emitir sonidos. La escucha y significación de lo dicho, es otra cosa. Así lo piensa Rebecca, quien distingue 3 elementos fundamentales ante la voz femenina que se anima a (d)enunciar: audibilidad, credibilidad y relevancia.

No alcanza con la escucha. No basta con considerar creíble lo que se dice. Es crucial prestar importancia a quien está hablando.

Nos advierte Eugenia, “La verdad se construye en lo que somos capaces de oír”, hacer silencio adviene necesario puesto que es “…condición indispensable para escuchar. Lo uno implica a lo otro. Una verdad desatendida” (2019, p. 90). Ciertamente, una verdad desatendida, desoída, desmentida… incluso por quienes se dicen psicólogxs. Especial mención a lxs psicoanalistas que confunden hacer silencio con quedarse calladxs.

Pienso en las veces que los acontecimientos de tantas mujeres han sido interpretados como fantasías.

Pienso en la complicidad que eso genera con quienes perpetran violencia.

Pienso en el acallamiento de lo acaecido, guardado en secreto bajo llaves durante tanto tiempo.

Pienso en la culpabilización que luego se hace de ese silenciamiento.

Declaraciones, explicaciones, testimonios, denuncias, ampliaciones, audiencias, notificaciones, juzgamientos.

Dudas, nuevos recuerdos, angustia, impotencia, incertidumbre, descreimiento, desesperanza.

Un desfiladero que deja nuevas marcas en el cuerpo.

¿Dónde, entonces, enunciar lo que sucede sin quedar expuesta, con la piel hecha jirones y el alma estrujada?

Como profesionales, ¿somos realmente capaces de escuchar los relatos del horror? ¿Prestamos oídos, nos predisponemos al silencio respetuoso necesario ante quien habla? ¿O tal vez, censuramos y nos precipitamos haciendo callar?

¿Somos capaces de navegar la tormenta a la par de quien la vivió?

Pienso en Lila, cuando habla de la dimensión personal y colectiva del trauma. Y creo en la potencia política de ofrecer palabras a eso que daña no sólo a quien lo sufre (y lo carga), sino al tejido social todo que constituimos.

Por eso escribo. Por el coraje que han tenido ellas de compartir su historia, no sin miedo, no sin reparos, no sin desconfianza.

El coraje puede vencer al miedo. De nosotrxs depende alojar a quien nos abre las puertas de su desgarradora historia.

Ojalá tengamos la valentía de la ternura.

Referencias bibliográficas

Almeida, E. (2019) Inundación. El lenguaje secreto del que estamos hechos. DocumentA/Escéncias Ediciones.

Berezin, A. (octubre 2003) La crueldad: un recorrido. Revista Topía. https://www.topia.com.ar/articulos/la-crueldad-un-recorrido

Feldman, L. (junio 2022) Política del síntoma, política del trauma. Lo profesional también es político. Lobo Suelto. https://lobosuelto.com/sintoma-trauma-profesional-lilafeldman/

Solnit, R. (2021) Recuerdos de mi inexistencia. Lumen.

Tkach, C. (2011) De lo que nos dejó Silvia Bleichmar a los psicoanalistas de niños: la pasión por lo real. Revista Generaciones No 1, EUDEBA.

Ulloa, F. (2011) La salud ele-Mental. Con toda la mar detrás. Libros del Zorzal.


Lorena Culasso. Nací en Rafaela (Santa Fe), allá por el ’84. Ciudad donde también estudié Psicología. Actualmente, además de ejercer la profesión en el ámbito clínico, soy docente universitaria. Trabajé varios años en el área social. La lectura y la escritura son actividades presentes desde muy pequeña en mi historia. Por eso se las transmito a mis alumnxs, como sustanciales para pensar y pensarse. El año pasado participé del Taller “El coraje de narrar”, en búsqueda de ensayar y construir formas para comenzar a compartir lo que escribo. Y aquí estoy. Soñando con ser escritora.



Si te gustó la nota, te enamoraste de Ají
y querés bancar las experiencias culturales
autogestivas hacé click aquí.

¡Compartí este contenido!

Dejar un comentario