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AL PRIMER HOMBRE

Hoy por la tarde
hemos llorado con Albert 
en un tren a Buenos Aires
por un pasado que fue de los dos
de abuelas y madres en la oscuridad
con un pañuelito arrugado sobre el mueble
como toda fortuna.

Hoy Albert me contó su dolor
y su vergüenza de haber sentido vergüenza
y lloré por él y por mi abuelo,
que también vino a morir como una sombra oscura
cruzando el mar
desde un pasado de arenas y de bandidos.

Los dos hemos llorado, doblados de dolor
por esas extranjeras que amó sin saber por qué
por esos extranjeros que amé sin saber por qué
por nuestros ancestros de rodillas
limpiando lentejas sobre el piso rojo
en el centro del cono de luz impiadosa,
por el hilo enroscado en el aparador vacío,
la mirada mustia con reflejos de miedo,
el látigo, la sal
y el grave silencio masticando pobreza sobre el plato.

Mi llanto fue de un solo tipo: el de los aprendices y agradecidos.
Tan grande fue el amor y el respeto.
que sentí por Albert en esta tarde.


UN MAL COMIENZO

Porque hubiese podido arriesgar el puesto en una sola jugada,
trasmutar el hastío y el ejercicio fiel
en fantástica química de energía sangrante,
alzando el arco que tensaron las nociones más tercas,
intacta en el pantano de la pura poesía. 
Pero avancé por la senda cotidiana,
la de las noches seguras y los días contados. 
Éste ha sido, sin dudas, un pésimo comienzo.  


NO REGRESES

La vuelta tiene el pelaje de la tentación
y la ralea de una nuez corrompida y vacía.
Sigue comprometiendo tu quimera,
a los tropiezos torpes del futuro, 
para alumbrar, como única jugada, 
tu apuesta más extrema, tu ambición.
Si vuelves, ya no hallarás atrás lo que dejaste:
los otros son también camino inapelable, 
trayecto fijo, destino de cometa,
relumbrando sentencia hasta el sitio común,
donde deberán pesar su mejor parte, y tú, la tuya.

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