libros recomendados / martín kohan

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No comparto, en general, las cosas que piensa Aldo Rico. Me interesan, las registro, las sopeso; y verifico una y otra vez que me encuentro en las antípodas. Incluso en aquella tan recordada afirmación, la de que “la duda es la jactancia de los intelectuales”, suscribo con entusiasmo la elogiosa inscripción cartesiana, pero discrepo en cambio de la atribución de jactancia; me parece menos un rasgo intrínseco de los hombres de pensamiento que un indicio de lo que, respecto de ellos, le sucede al hombre de acción: le parece que se ufanan de algo, le parece que lo sobran; no se pregunta si no será solamente idea suya, se la endilga sin dudar (precisamente, sin dudar) a los otros.

No comparto, como digo, las cosas que piensa Aldo Rico. La otra noche, sin embargo, entrevistado en la televisión por la periodista Viviana Canosa, tuvo a bien recomendar tres lecturas puntuales, y a esas tres recomendaciones adhiero. Dos libros de Martínez Estrada: Radiografía de la Pampa y La cabeza de Goliat, primero, y luego el clásico de Lucio V. Mansilla: Una excursión a los indios ranqueles. Canosa prefirió dejar de lado estas tres recomendaciones, no sé bien por qué razón; para quedarse únicamente con la idea de “cortar cabezas” (por aquello de cortársela a Goliat): algo ansiosa le consultó a Aldo Rico qué cabezas habría (o se podría) cortar en la actualidad.

Ahí la conversación tomó otro rumbo, más mazorquero, por fuera de las referencias literarias que Rico había propuesto. Y que dejaban, en cualquier caso, bastante tela para cortar. Por ejemplo por el lado de La cabeza de Goliat, ya que Rico alteró la identificación original de Martínez Estrada: Goliat = Buenos Aires, y la transformó a su antojo en otra bien distinta: Goliat = el Estado. O por ejemplo por el lado de Mansilla, dado que Rico acababa de esgrimir una breve pero enfática apología de Julio Argentino Roca, y la postura de Mansilla en materia de política indígena era en realidad la inversa de la que Roca sostuvo y ejecutó.

De Mansilla, Rico parece haberse quedado tan sólo con un aspecto, el de la expedición militar emprendida bajo su condición de coronel (y por eso lo subsume en Roca). Y de Ezequiel Martínez Estrada, con su característica acaso más emblemática: el fatalismo telúrico, el de la ineluctabilidad de la pampa (la idea de su chatura como destino nacional inexorable). Así, el militar que alguna vez se alzó en armas para arrancarle a la democracia argentina ciertas leyes por coerción, ahora ofrece por televisión una perspectiva del presente en la que visiblemente se combinan dos factores determinantes: la sombría resignación de un sin salida con la iracunda tentación de una salida por la fuerza. Parece contradictorio, pero no lo es. Quien exige una salida y a la vez sentencia que no la hay, fantasea con forzarla, insinúa que no existe otra forma.


Escritor.

Anda dando vuelta tanto gil que se publicita escritor. Y Martín Kohan, tres libros de ensayo, tres de cuentos, diez novelas dice que en un sentido estricto nunca descubrió haberlo sido. Que su relación siempre fue con el escribir y no con el ser escritor, que para él eso nunca representó una ambición o un deseo.

Egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires. Enseña teoría literaria en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de la Patagonia. Cree que por haber elegido la literatura resignó un aprendizaje, integración, sociabilidad, disfrutes compartidos. Al estar tanto tiempo solo, leyendo o escribiendo, dejó que discretos pasaran por un costado.

Entre sus tantos libros se encuentran El informe, Los cautivos, Dos veces junio, Ciencias morales, Bahía Blanca y el último, de cuentos, Cuerpo a tierra.

En la infancia tuvo una perra: Yenny. En la adultez, un gato: Dumas. Kohan prefiere la ropa de Adidas, es fanático de Boca como su hijo Agustín y al acostarse, antes de quedarse dormido, implora que no lo atraviese el insomnio.

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