¿Por qué, si estamos en una era liberada, si hemos dejado atrás la “etapa prepermisiva”, aún hoy hablamos de sexo compulsivamente?
En la etapa prepermisiva, cuando los adolescentes hacían el amor a hurtadillas para que los padres/dueños de la casa no se enteraran, terminado el asunto y hecha la despedida, los amantes no veían la hora (cada uno por su lado) de contar su experiencia. Eso que se ocultaba por un lado al Gran Otro, ahora debía ser revelado ante… el Gran Otro. Las mujeres cuchicheándolo con pudor, los varones declamándolo con detalles en algún encuentro con amigos.
La tesis clásica diría: en épocas de mayor represión, se trataba de buscar un espacio para mostrar con palabras lo que se tenía que ocultar en los hechos.
Pero las cosas no parecen haber cambiado hoy día, en tiempos en que los adolescentes hacen abiertamente el amor en la casa de sus padres y en el que uno de los géneros más frecuentes de las redes es el de los famosos que cuentan sus experiencias eróticas, ya no en la sección “para adultos”, sino junto a la oferta de recetas con palta o harina integral. Lo que está permitido en los hechos aún tiene que ser representado para poder existir.
Quizá entonces debamos asumir que, por “abierta” que esté hoy la sexualidad, la relación sexual continúa siendo, para decirlo en “lacanés”, inexistente… Por mucho que se coja, el encuentro “total” sigue siendo imposible. La compulsión a nomeclar y categorizarse (ser bisexual, ser fluido, ser poliamoroso, ser pansexual…) más que el signo de liberación parece ser, ahora dicho en foucaultiano, la permanencia de la necesidad de construir un régimen de verdad sobre lo que sin discurso parece no existir. Es la textura del discurso entonces la que le da representación a un goce que, aunque ya no esté interdicto por la palabra de curas y sanitaristas, permanece castrado.
Tomás Lüders es Profesor de Sociología y Semiótica. Investigador especializado en discurso e identidades políticas.
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