
Lo peor no era la ausencia de su mujer —pensaba el bueno de Bernardo Gonzalez. Lo peor eran las sombras de su recuerdo acechándolo a cada baldosa de la casa, y el no poder dejar de pensar qué diablos estaría haciendo ella ahora. No hubiera podido ser peor si se hubiese muerto nombrándolo como afligido viudo —se lamentaba el hombre.
Sin embargo, tras algo más de treinta años de matrimonio y a punto de entrar ambos de lleno en la cincuentena, a su esposa no se le había ocurrido mejor idea que la de abandonarlo a traición y sangre fría. Los niños ya son adultos y tienen sus vidas, le dijo para justificarse, y tal vez ha llegado el momento de iniciar nuevos caminos por separado, sentenció sin titubeos e hiriéndolo de muerte.
Desde la partida de Eulalia, Bernardo se había acostumbrado a vagar entre días clónicos, a ir del trabajo a casa y de casa al trabajo como si de un autómata se tratase. Respiraba por inercia y, con los meses, había logrado aprender a sonreír de forma mecánica e impostada, torciendo los labios en una mueca tan angustiosa como la del mismo Joker. El piso ya le comenzaba a resultar demasiado espacioso para él sólo, y el absoluto silencio que lo amortajaba todo no hacía más que recordarle que ella había decidido, de forma cruel y unilateral, dar carpetazo a tres décadas de convivencia enmudeciendo, hasta secarla, el alma del que había sido su hogar.
La jornada laboral y el contacto con los compañeros de trabajo y algunos amigos, le servían de paño frío para sobrellevar las horas hasta tener que regresar, de nuevo, a la casa. Una vez ahí, cruzado el umbral, la ausencia de Eulalia era un gancho, despiadado, aporreándole el corazón.
A fin de poder combatir aquel silencio insoportable, Bernardo González desempolvó a Alexa, la asistente personal en forma de altavoz inteligente que la propia Eulalia le había querido regalar por su último cumpleaños; presente que hasta la fecha había permanecido olvidado en uno de los cajones del mueble del comedor.
A medida que Bernardo se fue familiarizando con aquel curioso artilugio, se convirtió en costumbre saludarla al llegar a casa y preguntarle por la previsión meteorológica para el siguiente día en Barcelona, a lo que el cachivache respondía con su robotizada voz femenina “Hola Bernardo, mañana se espera una jornada despejada en toda el área metropolitana, y las temperaturas rondarán entre los catorce y los veintitrés grados”.
De forma paulatina, Alexa se estaba convirtiendo en la compañera de piso ideal a quien Bernardo no cesaba de preguntar sus dudas sobre meteorología, deportes, cine, historia… Hasta que un día, tal vez por la sobredosis de tristeza que se empecinaba en habitarlo, el hombre le dijo con un hilo de voz al aparato: “Alexa, dime algo bonito”, a lo que la máquina respondió para asombro de este: “Bernardo, eres un ser humano excepcional”. Oídas estas amables palabras, al hombre se le iluminaron los ojos de inmediato, reconfortado por el inesperado mensaje con el que su robótica compañera acababa de obsequiarlo y, entusiasmado, volvió a inquirirla con un pedigüeño “Alexa, dime algo bonito”. La máquina tornó a responderle con una nueva frase e idéntica y solicita presteza. “Bernardo, eres la luz que ilumina los días de todos aquellos a los que tienes cerca…”.
Tras este impensable descubrimiento, el hombre se habituó a solicitar a la máquina frases hermosas sobre su persona y comenzó, de esta manera, a llegar a la oficina con un semblante algo más relajado y feliz. Con el paso del tiempo, llegó a explicar a modo de chascarrillo a sus compañeros de trabajo, la chocante anécdota protagonizada junto a su asistenta personal electrónica. Aquella historieta se convirtió en motivo de bromas y risas entre sus colegas y amigos y, así, Bernardo Gonzalez fue recuperando el semblante risueño y la sonrisa natural en los labios. Tal vez contar aquel disparatado pasaje de su intimidad le había servido de pretexto para reconciliarse con las bromas y el buen humor, aunque lo cierto es que aun a día de hoy, cuando Bernardo Gonzalez llega a su casa después del trabajo y abre la puerta de su silenciosa morada, no puede resistirse y requiere en voz alta y un punto de melancólica esperanza en el tono: “Alexa, dime algo bonito”.
Nace en Tortosa en 1977. Tras estudiar Derecho en la URV realizó un postgrado en Derecho concursal en la Abat Oliba y otro postgrado en Práctica jurídica en el ICAB. Se instaló en Barcelona, dónde ejerció como abogada y acabó trabajando en el Departamento Jurídico de una Multinacional dedicada a los seguros. En el 2021 publicó su último libro “Canción bajo el agua”.
En 2019 publica su primera novela, Bienalados, un trabajo muy influenciado por el realismo mágico de corte más clásico con el que ha cosechado críticas muy favorables. Con anterioridad había ganado pequeños premios literarios de poesía y publicado algunos relatos breves. En 2021 publica su segunda novela Canción bajo el agua, nombrada por la revista Hola como una de las 22 mejores novelas románticas de todos los tiempos y por el periódico La República como una de las 5 mejores novelas románticas publicadas en 2021

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