la mosca / exequiel maffei

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Domingo por la tarde. El único día de la semana que por aquel entonces podía permitirme no pensar en mis pacientes.

Me levanto de la cama, por primera vez en el día sin la convicción de volver enseguida. El piso se siente algo frío al caminar, algo lógico considerando la época del año. Algo lógico estando descalzo.

Me dirijo a la cocina, abro la heladera y saco la porción de pizza que había quedado de la noche anterior.

El queso, aún más frío que el piso, estático como si todo lo demás estuviera fuera de foco.

Muerdo recordando su sabor. Saboreando la diferencia. Como el excedente de un proceso. Una deuda de experiencia, y el pago de la misma a la vez.

Como cada mañana, lleno el termo con agua para luego verterla inmediatamente en la pava. Veo mi reflejo distorsionado en su metal. Un yo distante. Como si me viera encerrado en un lejano recuerdo.

Al pasar el agua de un recipiente al otro, algunas pocas gotas no fueron contenidas.

Una mosca queda empapada cerca de una de las hornallas de la cocina. Me detengo a observar su caminar ¿Sus alas estarán pesadas?

Mueve las patas con cierta dificultad.

Tras un par de intentos de prender la hornalla con el encendedor gastado que estaba a mano en la mesada, dejo abierto el gas mientras saco del segundo cajón la caja de fósforos.

La mosca camina y con cada paso mayor dificultad. Pienso en ayudarla. Tendría que posponer unos segundos la actividad en la que me encontraba. El mate, siempre, es algo previo a los acontecimientos vitales.

Enciendo la hornalla, sabiendo que debería estar al mínimo, así el agua comienza a calentarse y las llamas no amenazarían a la mosca.

Me doy cuenta, al momento de elevación de la llamarada, que la posición necesaria para liberar el gas de la perilla de la hornalla, es la posición del máximo de la llama.

Soy rápido, pero no tanto. Se me acelera el pulso. Ya con la llama al mínimo, muevo la pava para corroborar que ella esté bien. Inmóvil como un infarto.

Mueve una pata. Pienso: “Tal vez, se secaron sus alas”; “Tal vez se abrió un infierno”.

Vuelvo a poner la pava decidido a buscar una hoja de papel en donde poder apoyarla para trasladarla fuera de la casa. Corroboro nuevamente. La mosca está muerta.

Tendida con sus patas hacia arriba, una de ellas pegada a la chapa de la cocina, como si el agua que la acompañó en su último trayecto la hubiera hundido hacia el futuro.

“¿La quemé?, ¿Se ahogó?, ¿Fue el gas?”

Hace sólo quince minutos caminaba los primeros de sus últimos pasos sobre la cocina. Tal vez sintió el frío al estar, lógicamente, descalza.

Probablemente minutos atrás sobrevoló el árbol del patio, ese donde mis gatos suelen ver la posibilidad de escape a otros mundos.

¿Fui yo una fuerza sobrenatural que dejó, por decisión o desidia, una vida encaminarse hacia su final?

Se me cierra el pecho y en un laberinto de pensamientos veo como el aire se me escapa, más allá, lejos de mi alcance. Cómo mi reflejo en la pava.

Exequiel Maffei es Psicoanalista, músico y escritor entrerriano. Ha publicado en 2017 “Relatos de una mente abierta”, un libro de reflexiones y cuentos.

Desde el 2015 ha publicado seis álbumes como compositor y músico solista.

Actualmente reside en la ciudad de Tandil donde se dedica a la atención clínica y la coordinación de talleres a la par de sus actividades artísticas.

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