
Lo mío viene siendo hasta ahora más que nada un somero pispear, ejercicio puramente amateur de eso que llaman atención flotante. Pero si alguno en cambio está siguiendo el mundial de Qatar con la compenetración debida, podrá decirme si me equivoco o estoy en lo cierto. Me parece que ya no ocurre, como en mundiales anteriores, y ese cambio según creo es para bien, que la cámara fisgona enfoca a tal o cual en la platea y al saber los enfocados que están saliendo en la pantalla (en la pantalla del estadio) y por ende en la televisión (en los televisores del mundo entero) estallan en alborotos de entusiasmo, saluditos a la cámara, perentorios empujoncitos de aviso, saltitos de excitación. Y eso incluso cuando el equipo por el que hinchan, por el cual han viajado y por el cual se encuentran ahí, se esté comiendo una goleada histórica, o tenga un tiro libre de gol a favor en el minuto final del partido, o en el minuto final del partido tenga un tiro libre de gol en contra; es decir, con otras palabras, con un estado de ánimo visiblemente ajeno a lo que esté pasando en el juego, afuera o a contramano de su clima y su tensión; como si fuesen, no los hinchas, sino unos que accedieron a regañadientes a acompañar a un hincha (bueno, dale, vamos), como si estuviesen ahí de paseo (¿cancha, museo o zoológico? ¡Cancha!).
Me parece que, afortunadamente, en el mundial de ahora eso no pasa más. No sé si se debe a que esas imágenes que se transmiten ya no se pasan en el propio estadio, a que los directores ahora ponchan (así se dice) con mayor velocidad, o a que los concurrentes se han cansado de monigotear para la televisión y desisten con sensatez de hacer el papel de pavos a escala globalizada. Yo no estoy en este momento en Qatar (¡tranquila, Valeria, tranquila!), pero creo haber percibido que, al verse apuntados por la cámara, los hinchas ahora reaccionan con total indiferencia, o devolviendo una mirada seca (una que, sin precisar palabras, dice con nitidez: déjame de joder, estoy mirando el partido).
Tengo la impresión de que se acabó por fin ese alborozo de los hinchas por verse de pronto en la pantalla. A cambio, los que miran más, los que miran mucho más que antes, son los propios jugadores. Levantan la vista y se fijan. ¿Qué miran? ¿Qué es lo que miran? Para ellos salir en la tele no es motivo de alharaca, trabajan un poco de eso, les pasa todos los días. No se miran por lo tanto a sí mismos, gozosos de reconocerse; para ellos es natural. ¿Mirarán acaso la hora, como hace años la miró Monzón en un clinch en el Luna Park? ¿Mirarán, si es que la pasan, la repetición de una jugada, la jugada que acaba de ocurrir, la jugada que acaban de hacer, para ver lo que pasó, para entender lo que ellos mismos hicieron? Comprenderlo, interpretarlo, no en el corazón de la plenitud de la vivencia, con la que sin embargo cuentan, sino bajo la opción de una perspectiva de extraposición, una visión extrapuesta y diferida, esto es, desde afuera y después, un poco después pero después. Como si se dijera: ya no en primera persona, la más atendible, sino en una tercera persona inaudita que, en cierta forma, al parecer muchos de ellos ya prefieren.
Me pregunto si llegará el día (desde el punto de vista tecnológico, ya es perfectamente posible) en que los jugadores se miren en la pantalla pero no después, ni un poco después, sino mientras juegan, en el momento mismo en que juegan; como quien dice: en vivo y en directo. Jugar y verse jugar, hacer y verse hacer, las dos cosas al mismo tiempo, hasta unir el hacer y el mirar en el sentido en que lo viene pensando Ranciere. La experiencia y su representación: imbricadas, simultáneas, entrelazadas hasta lo indiscernible.
A medida que repetía la narración de su memorable gol a los ingleses, Maradona fue dejando de contarlo a partir de su propia vivencia (vivir/ contar), a la manera de un Hemingway, para pasar a contarlo en verdad a partir de los relatos ajenos (contar lo que otros contaron), esto es: a la manera de Borges.
Martín Kohan. Escritor. Anda dando vuelta tanto gil que se publicita escritor. Y Martín Kohan, tres libros de ensayo, tres de cuentos, diez novelas dice que en un sentido estricto nunca descubrió haberlo sido. Que su relación siempre fue con el escribir y no con el ser escritor, que para él eso nunca representó una ambición o un deseo. Egresado del Colegio Nacional de Buenos Aires. Enseña teoría literaria en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de la Patagonia. Cree que por haber elegido la literatura resignó un aprendizaje, integración, sociabilidad, disfrutes compartidos. Al estar tanto tiempo solo, leyendo o escribiendo, dejó que discretos pasaran por un costado. Entre sus tantos libros se encuentran El informe, Los cautivos, Dos veces junio, Ciencias morales, Bahía Blanca y el último, de cuentos, Cuerpo a tierra. En la infancia tuvo una perra: Yenny. En la adultez, un gato: Dumas. Kohan prefiere la ropa de Adidas, es fanático de Boca como su hijo Agustín y al acostarse, antes de quedarse dormido, implora que no lo atraviese el insomnio.
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