En el tranquilo laboratorio de investigaciones genéticas del Instituto Devenir, Emma encarnaba el paradigma de la estabilidad y el orden. Como un híbrido creado meticulosamente para explorar la resistencia genética a condiciones extremas, veía su existencia como un sistema lineal. Cada día seguía un patrón predefinido y esperado, donde las variables de su entorno estaban cuidadosamente reguladas.
Noches solitarias en su cápsula de crecimiento, observando el mundo exterior a través de pantallas digitales, y la creciente melancolía de sentirse desconectada de su entorno, desafiaban el orden establecido por los científicos que la crearon. Pequeñas fluctuaciones en su rutina diaria, como variaciones en la luz solar simulada o ajustes en los nutrientes proporcionados, comenzaron a tener efectos inesperados y significativos en su estado emocional y físico, a pesar de su aparente insignificancia inicial.
El laboratorio, con sus constantes flujos regulatorios de energía e información, se convirtió en un microcosmos de adaptación y evolución para Emma. Algunos aspectos de su ser híbrido demostraron flexibilidad ante los cambios controlados por los científicos, adaptándose a las nuevas condiciones impuestas por el entorno artificial que la rodeaba. Sin embargo, otros aspectos de su naturaleza genética eran más susceptibles a bifurcaciones y cambios abruptos, revelando una inherente complejidad.
Los deseos latentes de Emma por explorar nuevos horizontes de experiencia y libertad más allá de los confines del laboratorio y las expectativas científicas comenzaron a agitar los estados estables cuidadosamente diseñados por sus creadores. Los impulsos internos de autonomía y exploración rompieron con la previsibilidad y orden inicialmente establecidos, llevándola a estados emocionales y físicos caóticos y desconcertantes.
En un confuso devenir entre el control y la libertad, la previsibilidad y el caos, el cuerpo híbrido estaba entrelazado con las decisiones y experimentos de aquellos que la crearon. Su historia no solo desafió las expectativas científicas, sino que también exploró las profundidades de la identidad y la búsqueda de significado en un mundo artificialmente construido, pero dinámicamente cambiante.
“Pero que una delicada lanzadera haya unido el cielo, la industria, los textos, las almas y la ley moral, eso es lo que sigue siendo ignorado, indebido, inaudito.” (Bruno Latour, 2007)
La reflexión sobre los paradigmas epistemológicos se revela como un eje esencial para comprender cómo concebimos y construimos el conocimiento. Las múltiples formas en que han sido entendidos y estudiados los diversos campos del saber a lo largo del tiempo y cómo éstos fueron constituyendo diversos sujetos inspiran este breve ensayo. A través de la selección de distintos autores se pretende trazar un camino con una inclinación y preocupación por el estudio de las estructuras que conforman la construcción del conocimiento, entendiendo que son estas bases las que nos constituyen, definen nuestra identidad y determinan quiénes somos.
Ruptura de estructuras: residuo y desviación
Con el advenimiento de las teorías poscríticas, las discusiones en torno a la construcción del conocimiento comenzaron a profundizar los debates. El sujeto, quien había estado bajo las sombras de las estructuras que subyacen y se producen en el devenir y la historia, va a comenzar a tener valor como productor de realidad. A su vez, esta relación entre hombre y realidad va a ser dialectizada a partir de la noción de discurso, la cual no busca descubrir y describir sino producir su propio objeto, transformar y organizar el mundo en el que vivimos. Como muchos autores han descrito, el discurso está mediado por el entramado de significados, conceptos y estructuras constitutivo de la experiencia humana: el hombre como animal simbólico, el hombre que construye y manipula símbolos para crear el mundo.
Esta nueva perspectiva postestructuralista dio lugar a varias discusiones en torno a las ciencias y la construcción de conocimiento, dominados hasta hoy por un paradigma positivista basado en las lecturas de verdades universales, donde se buscan las respuestas y las afirmaciones, para poder llevar a cabo formulaciones que prevean futuros comportamientos. Necesitando detener y ordenar el mundo, sin tener en cuenta el lugar y el tiempo, aislándolo de las condiciones iniciales, reduciendo su complejidad para poder universalizar y negar cualquier otra forma de conocimiento que no sirva para el mantenimiento de la racionalidad hegemónica.
Como ya sabemos, la acreditación va a ser indispensable a la hora de producir este tipo de conocimiento, por lo tanto, los procedimientos tienen que garantizar su calidad de manera mecánica para que la producción sea beneficiosa, fijando el flujo en una sola dirección, sin tener en cuenta las fluctuaciones del devenir de la realidad. Esto implica instrumentalizar la realidad para responder meramente a los intereses económicos.
Podemos decir entonces que nuestro conocimiento se encuentra erigido por un ensamblaje que está en crisis; aquellos pilares que sustentan la neutralidad del paradigma dominante hoy en día no pueden ser pensados de la misma manera: el principio de incertidumbre, las estructuras disipativas, el principio del orden a través de las fluctuaciones, van a desestimar el método mecánico que estructuraba la construcción del conocimiento hasta ahora. Aunque estos conceptos similares fueron desarrollados siglos atrás: desde la Teogonía de Hesíodo que nos habla del caos como génesis hasta el epicureísmo podemos seguir la evolución del indeterminismo que explica los movimientos y desviaciones de los átomos.
Pero resulta muy importante ahora diferenciar entre objetividad y neutralidad; acá no estamos de acuerdo con el relativismo puro, necesitamos verdades, necesitamos certezas, y esta diferenciación es crucial para comprender cómo se construye y se aplica el conocimiento. La objetividad implica la capacidad de observar y analizar los hechos utilizando evidencias y métodos. Se busca llegar a conclusiones que puedan ser verificadas y aceptadas por otros, sin estar sesgado por opiniones personales; mientras que la neutralidad ignora las influencias sociales, políticas y culturales que pueden afectar la producción y aplicación del conocimiento.
Otra crítica más a la neutralidad: negación de la condición humana
Aún así seguimos intervenidos por un conocimiento que es producto del lema de una objetividad neutral, que busca constantemente la lógica perfecta construyendo entonces una verdad objetiva y universal, independiente de interpretaciones subjetivas o contextuales, de esta manera el hombre es capaz de producir así una realidad que lo niega. Porque, claro, no somos inmutables. Las recientes teorías, como nombramos anteriormente, han demostrado que somos sistemas complejos con propiedades y dinámicas que no pueden explicarse simplemente por las características de esas partes por separado sino que somos producto de interacciones no lineales, de autoorganización y adaptabilidad.
Los modelos que se consideran inmutables y ordenados se integran en nuestro habitus, convirtiéndose en parte de nuestra identidad y relacionándose con lo que somos. A lo largo de nuestra vida, los contenidos que consumimos favorecen un tipo específico de conocimiento, que organiza y estructura nuestra percepción de la realidad. Por lo tanto, las teorías no pueden pretender ser neutrales. Un claro ejemplo de esto es la influencia de las grandes corporaciones en la investigación en psicología y psiquiatría, donde se privilegian las intervenciones farmacológicas en beneficio de las empresas farmacéuticas en lugar de dar lugar a los enfoques terapéuticos integrales. Esto revela que somos víctimas de comprensiones rígidas que no consideran el cambio y la evolución de las relaciones, lo que refuerza un modelo potencialmente perjudicial y alienante, limitando otras narrativas biográficas y contextuales.
El sujeto contemporáneo se siente solo en sus luchas y desafíos, creyendo que sus experiencias son anómalas o insuficientes porque el conocimiento que se produce no valida la complejidad de las emociones humanas y las transformaciones.
Por lo tanto lo que somos está íntimamente ligado a una producción del conocimiento que se orienta a la manipulación del conocimiento mismo como una mercancía; nuestros problemas psicológicos, emocionales, sociales y culturales actuales pueden ser entonces una manifestación observable de la existencia de estas estructuras subyacentes, esto si pensamos en los términos en cómo se produce, distribuye y se incorpora el conocimiento en nuestras sociedades contemporáneas.
Considerando todo esto, podemos afirmar que los intereses económicos no solo afectan nuestro capital económico, sino también el cultural, social y simbólico. En el ámbito de la construcción del conocimiento, estos intereses se manifiestan a través de las financiaciones y la presión por resultados que muchas veces priorizan el beneficio económico sobre el avance del conocimiento. Estas perspectivas, aunque se presentan como “neutrales”, desplazan la discusión con una inclinación pasiva ante un sistema individualista que divide las ciencias sociales de las ciencias naturales. Desde esta perspectiva, la verdad no se construye mediante la mediación entre teoría y práctica y se niega todo tipo de responsabilidad social en la producción de su conocimiento.
Un rayo de sol: Movimiento y partículas
La alternativa no es abandonar la ciencia, quizás Latour nos puede ayudar a clarificar esto cuando dice que la realidad no es ni puramente natural ni puramente social, sino que es el resultado de la interacción entre elementos heterogéneos. La ciencia y la sociedad, la naturaleza y la cultura, ambas dicotomías están profundamente entrelazadas.
Podemos entender entonces que la constitución de la verdad y las certezas se encuentran en la mediación construida humanamente propia del orden social y de la actividad transformadora e intencionada donde la validez y la legitimidad del conocimiento no solo depende de criterios imperturbables, sino también de consensos y compromisos compartidos.
Dinámicas de experiencia humanas no lineales ni estáticas, fieles a nuestro devenir, que nos comprenda en un proceso de adaptación constante y evolución sin subrayar dicotomías sino entrelazando nuestra compleja existencia, en permanente dinamismo lleno de fluctuaciones, al igual que el vacío y sus partículas virtuales en flujo constante. En el materialismo del encuentro que desarrolla Althusser donde aborda la contingencia y lo aleatorio, podemos encontrar elementos que nos permitan pensarnos dentro de un mundo en constante transformación, donde no hay garantía de eternidad.
Lo único permanente es la redefinición de nuestra identidad conformada por aspectos biográficos, socioculturales y generacionales que interactúan siempre y se retroalimentan. De esta manera, nuestro conocimiento tiene que abrirse a mirar diversos mundos y que estos no nos limiten linealmente.
El deseo humano de ordenar frente a esta complejidad puede llevar a una dominación que oscile entre la estructura y el caos. Percibir la realidad como un campo de fuerzas en constante interacción, donde la solidez es una ilusión y el movimiento es la única constante. Desafiando la visión tradicional de la realidad como una estructura fija de estado cerrado y estático, y redefinirla como un plano dinámico y abierto que excede las jerarquías y categorías establecidas.
Si todo es acontecimiento y flujo y todo se disuelve en un magma de fuerzas y energías, donde somos la manifestación dentro de un sistema de relaciones interconectadas, y la solidez de las composiciones últimas se descompone en una dinámica molecular; entonces la realidad no se puede entender en términos de categorías fijas, sino como un continuo de relaciones en constante transformación permitiendo una percepción más fluida y plural de la realidad. Esta concepción nos ayudaría a entender la plasticidad que nos constituye, con capacidad de producirnos, de crearnos, de resignificarnos a nosotros mismos. Un estado necesario de equilibrio.
Ahí donde no hay luz…
El problema que venimos planteando acerca de este paradigma estático y estratégicamente normalizador, con su enfoque en la construcción del conocimiento que minimiza el éxtasis y el entusiasmo, se enfrenta a una crítica fundamental. Como Marx y Engels señalaron, la dignidad personal ha sido reducida a un valor de cambio, y la pasión se ha visto arrebatada por la frialdad numérica. La verdadera crítica y la autenticidad en la experiencia surgen de la capacidad de abrazar lo incalculable y la complejidad de la vitalidad.
Entonces… ¿Qué estamos ignorando? ¿Qué es aquello que no estamos viendo, que la razón como la venimos comprendiendo no puede alcanzar? ¿Quizás es cuestión de aceptarnos ilimitados, inacabables y complejos?
La herencia de la razón poética de María Zambrano da apertura a un saber dentro de un horizonte más humano en el orden de lo interior: ahí donde no hay luz, donde habita el caos antes que el éter. Un mundo psíquico en la oscuridad que supere la razón, como un enigma, nada simple ni sistematizado, pero que acabaría con muchos problemas con que lidia la humanidad.
Todo esto se basa en un aspecto esencial, donde la experiencia de vivir está intrínsecamente ligada al pensamiento. En este vasto universo nos enfrentamos a un gran desafío: cómo convertir nuestros pequeños actos y reflexiones en componentes significativos que ayuden a construir nuevas formas de conocer y pensar. Quizás en lo que consideramos insignificante se encuentra la posibilidad de abrirnos a un nuevo mundo, capaz de trascendernos y redefinirnos. Necesitamos con urgencia nuevas subjetividades que desafíen las ideas ortodoxas y fragmentadas que a menudo prevalecen en nuestros entornos académicos y sociales. Una manera más amable de hacernos a nosotros mismos.
Carolina Pérez es coordinadora creativa y editora de la revista Devenir
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