árbol de navidad / carolina sticotti

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El oficial de justicia nos dice “Este es el último desalojo del año, yo no desalojo gente en navidad”. Mientras escucho aliviada esas palabras anoto fechas y direcciones de los desalojos que se agolpan para después de la feria judicial.

Me sorprende ese extraño “humanismo” de quien ejerce un trabajo ingrato y violento. Tomo esa frase como una declaración de principios a medias, que tranquiliza un poco la conciencia de ese hombre al que otras veces vi ejercer ese poder ajeno casi con orgullo, como si ese poder fuera propio. Pero de todas formas acepto la tregua, ese alivio momentáneo que nos permite tomar aire.

Los días siguientes empezamos a contactar a las familias que serán desalojadas en febrero.

Luján, mamá de 4 y abuela joven me dice “ya desarmé el arbolito, pensé que me desalojaban esta semana”. Yo le digo que no, que se quede tranquila, que recién va a ser a finales de febrero, que las fiestas las va a pasar en su casa, que vuelva a armar el árbol de navidad. Y siento el gusto amargo en la boca.

Es tan poco para decir que siento vergüenza. El agradecimiento de Luján se sienten casi como una cachetada.

Quisiera poder más. Quisiera no aferrarme yo también a esa pizca de humanidad chiquita y berreta.

Carolina Sticotti, trabajadora social, trabaja en atención primaria de la salud y es militante territorial.

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