
A Francisco lo definen como el papa de los ateos, su figura ha transgredido los límites geográficos, políticos y de la fe. Logró ser inquisitivo con los retrógrados e interpelar a los sectores progresistas que se posicionan lejos del catolicismo. ¿Cómo puede ser que la muerte del máximo pontífice de la iglesia católica emocione a creyentes, agnósticos y ateos? ¿Qué lugar ocupa la fe en una humanidad que milita el individualismo y la liquidez?
Hace ya unos años, mi posición retrógrada en contra de la iglesia católica ha mermado, me acerco a los espacios religiosos por curiosidad, quizás un poco por morbo. Intento descifrar los códigos y las formas en las que ven el mundo. Aunque también voy a la Iglesia a algo fundamental: estar en silencio. Me toca como joven adulta vivir en un mundo convulsionado por la rapidez, ruidoso y brillante. Todo se termina rápido: el amor, el trabajo, la amistad, la felicidad. Nada alcanza y necesitamos más, mejor y más rápido. Ese runrún de mi cabeza del cual no puedo huir es detenido por pocas cosas, entre ellas el silencio absurdo que solo puede haber en una parroquia ¿Cómo puede existir en este mundo apresurado un lugar donde el tiempo pareciera poder acariciarse? ¿Cómo puede ser que la fe exista estoica e inamovible en un hoy que pareciera no creer en el futuro? ¿De dónde sacan esa fuerza los creyentes para creer que el mundo puede ser mejor?
He llegado a una conclusión: los envidio. Creer en algo tan poderoso en un escenario tan sórdido e imposible me parece como mínimo algo que envidiar. Porque también quiero creer que todo esto puede ser vivible.
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El mismo lunes que anunciaron la muerte del primer papa latinoamericano Jorge Mario Bergoglio, fui a misa. La catedral de La Plata es imponente sobre todo en la noche, un monstruo gótico que se alza en pico sobre toda la ciudad. Entré cientos de veces pero nunca la vi llena de gente. Hago un esfuerzo para escurrirme en el tumulto, tengo la misma percepción que en el último recital al que asistí.
El actual arzobispo de La Plata, monseñor Gustavo Carrara, no solo representante de los curas villeros sino que también quien encabezó la misa en defensa de Francisco durante septiembre de 2023 ¿Por qué? Porque nuestro flamante presidente de la nación, Javier Milei, dijo muy ligeramente que el papa argentino era “un imbécil y representante del maligno en la tierra ocupando el trono de la casa de Dios”. Carrara quien ya había sido elegido por el mismísimo Bergoglio comienza su homilía recordando a su amigo y contra todo protocolo, casi sollozando.
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Para quienes no hemos sido criados bajo el halo del cristianismo, la religión ha ocupado lugares diversos: la inquietud, el misterio, la burla e incluso la subestimación. La mirada ajena a quienes creen, especialmente a quienes son jóvenes, intentando entender cómo en el mundo hostil en el que vivimos aún pueden sostener la fe en algo. Existe una idea concreta sobre la iglesia católica donde solo abunda las idea de un sistema de antaño, lo retrogrado, la corrupción, la pedofilia. Las generaciones fueron alejándose paulatinamente por estas ideas pero consecuentemente se alejaron de algo mayor y esencial en nuestra cosmovisión argentina: la comunidad.
¿A dónde vamos sin el otro? ¿Dónde queda el prójimo en un mundo que solamente le interesa el éxito personal?
Lejos de los preceptos que abogan por un salvador que nos protege desde los cielos y unas ciertas normas a cumplir sinequanon, lejos queda la figura de Francisco. Porque un papa que aboga por los desprotegidos y que argumenta «La Iglesia debe ser como Dios: siempre en salida. Y cuando la Iglesia no está en salida, se enferma de las muchas enfermedades que tenemos en la Iglesia” Francisco piensa en una iglesia en movimiento, caminando junto a la gente y por ende equivocándose igual que ellos. Siendo humana y pecando. La idea, del dios más humano de los dioses no debo ni aclarar a qué otro símbolo nacional pertenece.
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Al lado mío dos chicos se rozan las manos, uno de ellos llora desconsolado y el otro procede a darle un beso en la nariz mientras le corre las lágrimas de los cachetes. Nadie parece percatarse. Al otro, una señora con lo que considero una mala gestión de ácido hialurónico, transmite la misa en vivo desde su Instagram. Lejos, varios barrenderos municipales aún con la pechera verde estridente, se agarran de las manos y miran hacia abajo.
El arzobispo termina y continúa el padre nuestro perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén. En ese momento se me acerca una mujer que no llego a percibir del todo, me besa, me dice algo de el señor este contigo y sigue su camino hacia el sujeto que está al lado mío para repetir la misma coreografía.Me quedé estaqueada ahí siendo víctima de una costumbre donde se besa literalmente a las personas que tenés al lado, no importa quien seas. En ese momento, me aborda otra certeza: sin el otro nada de esto se sostiene, se escucha el coro:
una cadena más fuerte
que el odio y que la muerte(…)
(…)Una patria más justa y más fraterna
donde todos construyamos la unidad
donde nadie es desplazado
porque todos son llamados”
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Estamos en un presente donde abunda la idea de una individualidad insoportable. La noción del otro queda relegada y ensimismada a un sistema que logra que nos hiper conectemos y que nos hiper informemos para al final del día no saber ni sentir nada. La fe y la iglesia, con toda la contradicción a cuestas, resiste esta idea donde debemos dejar de encontrarnos. Francisco o como lo llaman algunos el último hombre bueno, sostuvo la idea de que todos éramos hijos de Dios. Nadie quedaba afuera. Reconoció y miró a los ojos a quienes fueron ignorados durante siglos por esta institución magnánima. Volvió al núcleo duro a lo primario y a lo elemental: nadie puede ser feliz en soledad. Una idea de un mundo en donde todos podamos creer que queda algo por hacer.
Emilia Novo. Nacida el último día de primavera de 1996. Insoportablemente platense. Docente en Letras y Periodista de la Universidad Nacional de La Plata. No tiene poder de síntesis. Escribe para que el tiempo no se le escurra entre lo dedos.

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