políticas de infancias ¿cómo? ¿dónde? / paola sánchez ulldemolins

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“Los niños miran y miran

en la vidriera empañada

cómo se escapan los sueños

a través  de sus miradas.

Y mientras los niños sufren

los juguetes se preguntan

¿con tantos niños afuera?

Loa juguetes y los niños.

Vivencia

Cuando decimos niño, niña, por lo general tenemos en mente a una persona de corta edad, en crecimiento, que hasta hace poco no era ni siquiera una idea, un proyecto, un deseo, y que hoy tiene toda una vida por delante. Entonces nos encontramos ante un abanico: niñxs ricos, niñxs pobres, niñxs felices, niñxs desgraciados, niñxs que viven en la ciudad, niñxs que viven en el campo, niñxs de la calle, niñxs de su casa, niñxs de la guerra, niñxs cantores.

Sin embargo, niño, niña, niñe, no son sinónimo de todas esas imágenes. Para ser niñx hace falta infancia, y la infancia se construye desde los adultos en unas determinadas circunstancias y coordenadas. Sin adultos no hay infancia, y sin adultos que “estén deseantes” a esa tarea, menos aún.

Es decir que niñx e infancia ni son sinónimos, ni son conceptos que se incluyan mutuamente. Así mismo, pertenecer a una familia tampoco es garantía de nada, como bien dice la escritora Bilbaína Aixa de La Cruz: “Toda familia es una pequeña secta donde se cometen todas las tropelías. La casa familiar es el lugar donde se originan las violencias.” y sobre este concepto tan poco tratado y del que nos debemos mucho pensar y repensar sigue siendo, o estando en el foco de toda infancia. Alexandra Kohan en una nota sobre La Familia dice: “Siempre me pregunto por qué el modelo del amor en las amistades pretende replicar al de la familia. ¿Cómo es que la familia sigue siendo el modelo? Familia normal: oxímoron; familia disfuncional: redundancia. El problema de adjetivar a la familia”. Por eso creo que este tema en particular merece un apartado, que otro día abordaremos.

Para hablar de infancia debe haber un niñx y también, por lo menos un adultx que pueda crear una escena, una invención de esas tan audaces, en las que alguien parece saber qué es bueno para el otro, y lo que es más espectacular aun, actúa como si tuviera un plan. Porque, qué otra cosa es ser madres y padres sino esa suerte de engaño amoroso en el que le hacemos creer a nuestros hijos que sabemos para dónde vamos. La vida acaso nos mostrará que esos supuestos saberes acerca de qué es bueno o no para el otrx fracasarán. Pero fueron constitutivamente necesarios, en cierta medida y de alguna manera.

Desde la perspectiva del psicoanálisis, podemos decir que desde Freud a Lacan, del sujeto al Otro, queda trazado un camino que va del desamparo, la prematuración, la angustia automática y la agitación motriz —como respuesta general al caos inicial del “viviente humano— al que irá renunciando por los signos del amor y deseo del Otro, al identificarse con sus significantes, estar tocado por ellos, ser alojado en un lazo social, ser ilusionado con un porvenir dentro de la cultura, nutrido de afectos, gestos y palabras, y en este mismo movimiento irá posibilitando el lugar de existencia. Niño/a/e en tanto sujeto diferente de otro. Es que desde esta perspectiva psicoanalítica de la primera infancia, es crucial la posición del Otro y el lugar que este le reserva al niñx en su deseo, propiciando (o no) el recurso simbólico, social y afectivo del sujeto porvenir.

¿Qué sería, entonces, lo especial en ellxs? El cuidado especial es aquel que supone que el ingreso a la cultura tendrá que ver y mucho con una transmisión ineluctable que trazará rasgos en esa composición de sujetx. Los niñxs tienen derecho a no pasar frío en invierno ni calor desmesurado en verano; tienen derecho a tener la panza llena; a tener un nombre; a ser curados si están enfermos; a no ser golpeados ni humillados; a ser educados en la escuela, a jugar… Eso es sabido, pero también que, salvo el de ir a la escuela que podríamos reemplazar por tener un trabajo, son derechos que comparten con los adultos.

Pero también niñxs.

Son niñxs invisibles, los niñxs que refractan la mirada de los transeúntes, y no siempre por mera indiferencia, duele, da impotencia. Son enanxs que desde su existencia golpean al que pasa con su imagen de lo imposible. Porque, vuelvo a insistir, un niñx que no es mirado, que no es de alguien, sino de algo —la calle por ejemplo— ¿qué infancia tiene?, y un niñx sin infancia es una contradicción tan aguda que cuestiona la percepción hasta contradecirla: no viste lo que viste, ese amontonamiento de niñxs durmiendo en la recova del Cabildo no era un amontonamiento de niñxs. No eran niñxs. Eran alguna otra cosa, otra categoría, otra especie, eso diferente que no necesita pasar por la infancia para llegar a la pubertad, ni por la pubertad para llegar a la adolescencia, ni a la adolescencia para tomar posesión de la juventud, ni necesita tampoco ser joven para luego ser adulto.

No eran niñxs eso que viste. Tal vez eran “menores”. Tal y como los llamaba la vieja Ley del Patronato. Silvia Bleichmar lo dijo de esta manera: “La alteridad no es solamente el reconocimiento del derecho ontológico a la existencia del otro, sino también el derecho a proveer los medios para que pueda realizarla, el reconocimiento a la alteridad no implica que yo reconozco que hay otro que puede existir, sino que yo reconozco que tengo que proveerle los medios para ayudarlo a que exista”.

Los niñxs tienen derecho a cuidados especiales, hayan o no nacido en el seno del matrimonio, dice el artículo 25 de Declaración Universal de los Derechos Humanos que fuera adoptada y proclamada por Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas reunida en Ginebra el 10 de diciembre de 1948.  Me parece que podríamos traducir esto como “todos los niños tienen derecho a tener infancia». La protección social a la que hace referencia el mismo artículo es la responsabilidad comunitaria que tenemos frente a los niños y niñas que son hijos de nadie, es decir, niñxs en peligro de perder su posibilidad de infancia, de que dejen de ser de nadie para ser nuestros. Por supuesto el Estado llevo mucho lo suyo en esto, enorme responsabilidad política que a mi entender es la más desatendida y abandonada, salvando excepciones.

Una comunidad que no es capaz de hacerle upa y a la vez frustrar a sus niñxs, como nos diría Winnicott, es una comunidad incapaz de la protección social más indispensable. Y una comunidad que no es capaz de eso pierde su condición de tal, puesto que el término comunidad refiere a un conjunto de personas que comparte una cultura, que la transmite a los nuevos miembros, que utiliza las fortalezas construidas para asistir a los más débiles y procura que todos los niñxs se conviertan en su adultez en miembros activos de la misma, cuidándolos desde su nacimiento, procurando que desarrollen sentimientos de afinidad hacia esa comunidad que estuvo ahí, que los crio.

En otras palabras, con niñxs sin infancia no hay niñxs. Y una comunidad sin una verdadera protección social integral hacia ellxs, no es comunidad.


Lic. Paola Sánchez Ulldemolins. Psicoanalista.
Ex directora del Centro socio educativo Luis Agote. Ex Directora de Niñez adolescencia y Flia del Municipio de Pilar. Clínica y supervisión de cuestiones institucionales

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2 Respuestas

  1. Ezequiel Sánchez
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    Excelente nota. Me hizo acordar a una publicación de Bleichmar y las adolescencias en tiempos de crisis. Es casi un determinante la presencia de una comunidad disponible para el crecimiento de todes aquelles que advienen.

  2. Juan
    | Responder

    Muy linda nota. Me pareció muy clara, de necesaria divulgación en relación a un tema tan importante.

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