crisis representativa de la derecha argentina / tomás vaneskeheian

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Decretados ya los resultados de la última elección presidencial y su inevitable balotaje, casi desde la última pitada del árbitro, en los primeros discursos de ambos partidos de la oposición traslucía en su léxico, postura y conceptos, la vuelta de timón que recondujese al hoy ya establecido pacto entre Javier Milei y Patricia Bullrich, las principales figuras de la oposición entre las cuales, sumados los votos de ambas, superarían virtualmente al candidato oficialista. Pero sabemos también que en el trance hacia el balotaje las cuentas no van a darse de modo tan lineal, no van a resolverse en una simple suma. Y esto no resulta solamente a causa de los ya repetidos agravios (los célebres viejos meados, las exmontoneras asesinas, los locos que hablan con espíritus de perros y un gran etcétera que parece haber quedado todo en tabula rasa de mutuas disculpas) sino a una profunda reestructuración de nuevos consensos que atraviesan el ensanchado campo de la derecha argentina y su oferta electoral, una readecuación de valores y expectativas que hacen crujir la superficie de nombres ahora repartidos para un lado y para el otro como fichas caducas.

El tejemaneje entre Gato y León y su trasnochado acuerdo es apenas una consecuencia de orden nominal, es un síntoma de eclosión entre distintos targets electorales que no parecería encontrar una válvula de escape con tan sólo una sencilla foto de dos sonrientes señores ojos cielo.

Es ya de público conocimiento el hecho de que durante los últimos años la opinión de derecha se ha expandido (así lo demuestran los candidatos más votados y varias de sus inéditas declaraciones en medios de comunicación), pero su expansión no implica su uniformidad, su ancho alcance de hartazgo y violencia también lo complejiza, no permite que comulguen todos con todos (como suele aún pasarle, del otro lado, a la intempestiva familia peronista: siempre tensada desde el tradicionalismo católico hasta la progresía del glitter, desde el eterno sindicalista hasta el apóstol de economías populares).

Como bien lo anticipara la doctora de Kirchner, la elección terminó siendo de tercios, de los cuales dos se han esforzado sistemáticamente por mostrarse lo más derechosos posibles, y de este quebranto en dos derechas ha logrado una mínima ventaja el candidato progresista de Tigre. Parecería que ambas fuerzas de derecha arrasarían con tan sólo un acuerdo, pero su total convergencia es imposible a razón de características por momentos casi antagónicas. En esta crisis post elección quedan ya develados dos consensos de derecha muy distintos, que existen más allá de sus nombres propios, que pugnan por fundirse o fajarse, que son reales por estar encarnados en mojones de electorado, en enunciados políticos propios, en núcleos duros que rara vez acuerdan por completo.

            A saber.

Consenso de derecha cosmética e implícita.

-Apolítico. El consenso mejor representado desde la fundación del PRO a comienzos de los 2000 ha mantenido un claro espíritu apolítico desde la mayoría de sus intervenciones políticas. El ingeniero Macri y su equipo han conseguido interpelar a una parte significativa del mercado electoral a partir de enunciados de corte casi publicitario, diferenciándose de la creciente politización mediante la cual la verba kirchnerista dividió las aguas de la realidad argentina. Su acercamiento siempre fue basado en un tono de neutralidad, en una estética cuidada, ahistórica, despegada de la partidización política, tratando de construir la imagen de un ciudadano-consumidor que se involucra lo menos posible en la cosa pública, que delega la responsabilidad representativa como una relación profesional antes que por una interpelación de ideales. No se pronuncia gravemente sobre la sociedad ni se autodefine. El camino de la neutralidad sin dudas le ha sido efectivo en un comienzo, ya que ahí donde otros señalaban un conflicto de intereses, la derecha cosmética los cubría con sentidos cercanos a lo común, desconflictuados, explicaciones fáciles de digerir, de valía universal, disimulando así el barro de la historia, los problemas más concretos.

Este consenso, aunque hoy se encuentre en baja, resulta un criterio siempre presente en la sociedad: es la postura del no involucramiento, la expectativa de que las cosas simplemente funcionen, un desprendimiento de la cultura de consumo que se desentiende del funcionamiento del sistema mientras este logre resultados.

-Cosmética e implícita. Lógicamente, de una postura de neutralidad política, deben desprenderse enunciados despolitizados: significantes vacíos que jueguen un rol de espejo del sentido, una semántica tan amplia que le permita al receptor proyectar sentidos de anhelo propio (como decir “acompañame con tu voto para construir la Argentina en la que todos queremos vivir”). Por ende, es cosmética e implícita. Su principal rasgo es el cosmético porque este consenso carece esencialmente de carácter propositivo, se encuentra vacío de contenido, se acondiciona a sí mismo entre los humores de su tiempo, se escuda en el slogan y se desembaraza así de brindar planteos profundos. Es implícita porque nunca se fija a un sentido puntual, no se autodefine categóricamente ni se ata a un compromiso concreto: se concentra en el dorado qué, mas nunca desarrolla el cómo; lo omite entre su retórica ensayada, una retórica varias veces citada casi textual de enunciados ciudadanos de focus group, como un disimulado espejo de espontaneidad. Contraria al ideal político, esta derecha jamás explicita sus verdaderos planes ya que sospecha fuertemente de su viabilidad pública y electoral. Su verba nace de un laboratorio publicitario, tiene una razón estadística; corre el riesgo de parecer desentendida de la misma realidad que nombra, mas logra interpelar a aquel sujeto que consigna a la política como una actividad siempre lejana, apartada del rubro entretenimiento o del consumo común, inexistente o hasta molesta en la mesa familiar.

En términos históricos -y no sólo en el plano de lo discursivo, sino también de lo económico- este consenso resulta la reactualización dosmilosa de la apática cultura de los noventa. Su perfecta figura de enunciatario es aquel ciudadano que no podría acertar el nombre del actual ministro de economía.  

-Corte y continuidad histórica. Aunque su aparición partidaria bajo la égida del PRO significó sin dudas un corte original, en el derrotero político argentino este consenso ha sabido ampliarse a sí mismo mediante la absorción del Partido Radical y otros actores alrededor del estallido del 2001. De modo que su porteña irrupción en la vida política argentina significó a la vez un corte y cierta continuidad.

Post crisis 2001, tanto Néstor Kirchner como Mauricio Macri gestaron proyectos políticos que supieron correrse del carril tradicional; el del Ingeniero, sin embargo, fue un resultado mucho más huérfano, y una de las principales razones que le ha permitido luego la inclusión de cierto derrotero histórico con la UCR fue sin dudas su marcado espíritu despolitizador, su destino como proyecto de poder y de clase oligarca argentina antes que la realización de ideales políticos preconcebidos (como sí lo fuera el horizonte trazado por Alem o Irigoyen).

-Por TV. Otra circunstancia que la caracteriza es su expresión y prevalencia a través de los medios masivos y tradicionales de comunicación. Su principal crecimiento se dio en el marco de una interminable guerra por una ley de servicios de comunicación audiovisual que redefinía el régimen mediático y discutía su poder en la generación de consenso, por ende, no es de extrañar que sus principales figuras sean sujetos bien entrenados en el concepto de videopolítica, es decir la modulación de una realidad y valoración propias a partir de la sintaxis audiovisual con la que la pantalla televisiva enseña y conmueve, la readecuación del programa político en tanto sea o no mostrable por TV, en tanto su accionar especulativo deje buen rating. El estudio de grabación, la charla con periodistas, la teatralidad del spot televisivo, primaban aún en un contexto que veía a las redes sociales con escepticismo, como un hábitat tibio y no hegemónico.

Consenso de derecha dogmática y explícita.

-Ultrapolitizado. Muy por el contrario, el nuevo consenso de derecha crecido en los últimos años (en especial desde tiempos pandémicos) carga con una fuerte conciencia de los signos políticos que lo rodean. Mejor dicho, está entrenado para politizar cualquier signo a su alrededor, ya sea en la vida cotidiana o en la mixtura del ecosistema digital; a diferencia del consenso de derecha pasado -posiblemente la generación de sus padres- ahora casi ningún signo resulta neutro, todo cuenta con un posible relieve que lo delata, una valoración sobre la cual pronunciarse. No es casualidad que esta nueva subjetividad antes de enunciar ya se autodefina como “liberal” (abandonando el presunto “sentido común” desde el que enunciaba el PRO) e identifique “comunismo” en cualquier manifestación opuesta a su lógica (utilizado en especial hacia cualquier elemento que demuestre cierto grado de colectivismo, según lo definido por los autores de la escuela austríaca de economía).

A diferencia del consenso anterior, que busca persuadir a partir del rechazo hacia lo politizado, este consenso constituye la figura de un sujeto -primordial en su perspectiva individualista de los fenómenos sociales- que ya ha asumido su compromiso político, un sujeto con el cual la política se ha metido con él y entonces debe hacer algo al respecto (más allá de su rechazo hacia la “casta” o estructura política, este rechazo confirma obviamente su tremenda politización). Esta es la diferencia más esencial e incluso esperanzadora para la vida política en general: la subjetividad libertaria, ya sea por hartazgo o ambición, ha superado la indiferencia del no involucramiento, y se siente protagonista e interlocutora de la realidad a su alrededor (ahora connotada en política). Este rasgo, como bien marcan muchos militantes, resulta sin dudas anterior a cualquier ideal, es el cambio categórico que deja obsoletos a los slogans de la derecha cosmética, precediendo incluso a los contenidos específicos que serán defendidos. El consenso apolítico tiene fecha de caducidad si cada vez más gente discute la realidad desde su gran o pequeña batería de ideas. Y dos de los fenómenos sociales que más han contribuido a un contexto de politización han sido: por un lado la crítica situación económica del país (y su fenómeno inflacionario que afecta incluso a un target de clase media-alta), y por otro la guerra mediática entre Kirchner-Clarín, con la subsecuente politización de cada vez más periodistas y contenidos televisivos antes dados al amarillismo del espectáculo, los cuales inyectaron al formato magazine de una creciente actualidad política, e insuflaron el debate de farándula con el encontronazo de posturas militantes: es el clásico de ver a un kuka contra un pro en Intratables, salvo que al debate se le coló un campeón despeinado, un paracaidista armado con sus propios argumentos de laboratorio. Sin embargo, como sabemos, la politización no tardó en migrar a las redes.

-Dogmática y explícita. Si la facultad del consenso anterior era la de nunca querer enterarse, la postura de derecha dogmática no sólo ya está enterada, sino que ha elaborado un juicio implacable al respecto. Si la anterior sólo bordeaba la superficie del asunto, eludiéndose de las discusiones profundas mediante frases hechas o casos de corrupción, la derecha dogmática discute la realidad a partir de una matriz de pensamiento, un núcleo duro cuya lógica a veces resulta pasmosa. Es que su politización proviene de un prisma con el cual la realidad se juzga cabalmente: toda desregulación del mercado beneficia y toda intervención del Estado perjudica; ningún enunciado que se precie de estirpe liberal puede entonces salirse de tal corset. Pero antes de discutir sobre el presunto beneficio de la supresión del Estado, el rasgo más destacable de este nuevo consenso es que ha inyectado de contenido concreto a la antes balbuceante derecha argentina, ha enseñado sin culpa su rostro neoliberal, la ha barrido de especulaciones nominales de superficie dotándola de una batería de datos e ideas, una cosmovisión de la sociedad en su conjunto que, guste o no, tiene necesidad y derecho de ser debatida en todo contexto democrático. ¡Gran novedad! Por eso su decir se ha vuelto explícito, por eso enseña su lógica mediante pedagogías más o menos vulgares, por eso asume desinhibida la discusión tanto por la libre importación, la legitimidad de los monopolios, la privatización de instituciones básicas, la viabilidad de una dolarización, la libre venta de armas o si un pobre tiene derecho a morir de hambre. Es comprensible que muchos piensen que varias de estas discusiones en realidad atrasan, pero hay que entender que esta matriz de pensamiento neoliberal (que suele reducir cualquier cosa a una mercancía para su presunta eficiencia distributiva) ya existía de forma implícita en el consenso cosmético, sólo que ahora, en un contexto argentino de crisis y falta de soluciones, este nuevo consenso se ha animado a explicitarlas; y eso es más honesto. Para decirlo en criollo: son varias las consignas rugidas por el León que seguro el Gato se moriría por decir en voz alta.

Su contenido tiene, sí, un claro sesgo de inaplicabilidad práctica; y es que este consenso resulta bueno para la discusión ya que se basa en modelos de orden teórico que han abstraído a la actividad económico-social hasta un mero esquema matemático (elementos metodológicos que no se verifican totalmente con la empírea), cayendo muchas veces en una distancia infranqueable para con su operatividad práctica. El adagio peronista de “la única verdad es la realidad”, incluso en su precariedad callejera y antisimbólica, puede a veces sacudir todo este esquema basado en un idealismo de mercado. En todo caso, esa es la discusión que exige hoy buena parte de la sociedad.

-Corte histórico. Si el proyecto partidario del ingeniero fue la reelaboración ad hoc de un esquema de clase local, la derecha que representa el economista despeinado corta de cuajo su consenso de tradición clasista agroexportadora. Milei no es el hijo ocioso de una familia contratista y oligarca, sino un histriónico divulgador de ideas de libremercado concebidas a partir de un estándar internacional (el más célebre: el Index of Economic Freedom de la Heritage Foundation). No hay que olvidar que su inserción al mundo político fue a través de la ventana massmediática bajo una actitud algo agresiva pero también pedagógica: el hombre tiene un starter pack de libremercado para venderle a cualquiera que necesite soluciones. No es hacedor de su propio proyecto sino el vendedor/divulgador estrella de un proyecto globalista auspiciado por grandes capitales a través de la pantalla institucional de una red de fundaciones hechas para tal fin (cuyas versiones locales suelen blandir en su nombre la palabra “libertad” y remiten a otras aún más poderosas, con una tradición divulgadora de ideas liberales desde al menos la posguerra). A las pruebas nos remitimos: la bandera del “Don’t tread on me” flameó tanto en la toma del Capitolio estadounidense como en el ataque al Palacio do Planalto, y es un claro signo de la gran diseminación de esta ideología a través del mundo.

Esta es la diferencia cabal con la derecha anterior, que precede incluso a los postulados ideológicos de ambos: el libertarianismo de fundaciones internacionales no es la ideología orgánica de la vieja y tradicional derecha argentina (por más que coincida o no en planteos coyunturales) sino que, más aún, es la adaptación local de un sustrato internacional, y su pedagogía siempre asume un esfuerzo plebeyo, se arremanga para llevar sus propias ideas al plano de la discusión democrática y se esfuerza por demostrar a la par de cualquiera toda su batería de conceptos y datos con un fuerte efecto de sentido académico (eso explica, en parte, la inédita tracción que han tenido estas ideas en buena parte de las clases más bajas). Esto es lo que más legitimaba, antes de la última alianza, a que el León pudiera despotricar contra la “casta”.

-Online. Quizás el rasgo más destacado por cualquier observador sobre este nuevo consenso sea que “los libertarios están muy presentes en redes”, y eso no sólo acusa una preferencia meramente generacional (lo que los pibes prefieren) sino que se oculta una influencia de orden tecnológico. La principal diferencia entre el sistema massmediático y las redes sociales es que los massmedia contaban con una estrecha oferta de alternativas, y entonces sus líneas editoriales no tardaban en ser ocupadas por valores también tradicionales. Internet no sólo expande y atomiza la naturaleza de su información sino que, por ser tanta, la administra bajo una novedosa lógica de relación algorítmica, la cual produce otra forma de circular los flujos de información y naturalmente produce nuevos perfiles de espectadores, especialmente complejizados bajo el efecto de percepción global llamado eco chamber. De esta nueva circunstancia tecnológica nace el sujeto de este nuevo consenso discutidor y abnegado: ya no se valen de una recepción estática como la del frío medio televisivo sino que son prosumidores, intervienen en un panorama de información ampliado (con infinitos más contenidos que en la grilla televisiva) donde la ideología globalista ha sabido construir su propio nicho (así como otra infinidad de culturas de todo tipo han construido el suyo: sería absurdo pensar que si gracias a las redes sociales el terraplanismo ha logrado configurar su propio consenso, no pudiese acaso hacerlo sin problemas un credo libremercadista retroalimentado y dogmático). A las pruebas nos remitimos: la gran mayoría de los candidatos de Libertad Avanza tiene origen no en su valía de formación académica sino en su alto perfil de internet, ya sea como youtubers, influencers o tuiteros.

Sin dudas es cierto que Milei saltó a la fama por su rutilante participación en programas de debatongo político y en entrevistas de nota excéntrica o magazine, acaso fogoneado por dueños de medios y periodistas, pero su expansión histriónica en la televisión fue correspondida por el desarrollo libertario de toda una cultura propia en el vertiginoso mundo de redes (con códigos y estéticas discernibles). Este no es un hecho menor ya que delimita una frontera semiótica muchas veces apalancada por la brecha generacional; las cosas del mundo y su asignación política son nombradas y sentidas de otra forma, y ya hemos visto la confusa distancia que ha existido con los centenial cada vez que Bullrich o Larreta trataron de mostrarse a la par.

Síntesis

Y sin embargo, toda crisis es una oportunidad.

En todo caso la mayor desventaja de la reconfiguración de la derecha argentina que estamos viviendo en estos días es que deba hacerse entre gallos y medianoche, a deshoras de una definición presidencial. La repartija de nombres y quiebres de alianzas se debe a la mala planificación que durante los dos últimos años ha tenido todo el arco político en su conjunto; por eso ahora cruje la superficie entre aquellos que se pasan al barco de la libertad y aquellos que se corren hacia el centro. De nuevo, estas divisiones existen a causa de que se haya ensanchado notablemente todo el espectro de derecha en la sociedad.

En términos nominales y de estructura partidaria, se puede especular con que la UCR vuelva a ocupar un espacio socialdemócrata de centro y que el PRO original se amplíe en esta alianza trasnochada con la nueva expresión de derecha bajo la forma de un “nuevo polo de libertad”, una suerte de modulación local de una ideología globalista “a la argento” espejada en los liderazgos de Trump o Bolsonaro.

Pero esa es sólo la dimensión superficial del asunto, su orgánica resolución se dará en el caso de que ambos consensos de derecha sepan amalgamarse en una simbiosis bien equilibrada, donde los rasgos de uno no anulen a los del otro, o no los mantengan divididos e impotentes. Claro que la alianza disminuye capitales tanto de uno como de otro, pero si ambas agendas deciden mezclarse especulando con un futuro a largo plazo, entonces asistiremos a un hecho inédito en los procesos políticos de un país donde, como bien dicen, se aburre el que quiere.

Tomás Vaneskeheian (@tomasvanes en tuiter) es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por UBA

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