CRÓNICA DE CAUSALIDADES EN LA PRODUCCIÓN DEL INCONSCIENTE

con No hay comentarios

Anoche, cena mediante, hablamos con Norita en nuestro encuentro diario de video llamada. Estaba sola en momentos de abrazos suspendidos y en los que la existencia humana, amenazada por el virus maldito, se vuelve más incierta. Nuestra manera de habitar este mundo ha sido conmocionada, y son tiempos en que nos amuchamos en los cuadraditos de los zooms como el modo más seguro de acercarnos el uno al otro, a la otra. Tan es así que hasta a veces resulta ocurrente ver cómo en respuesta a algún saludo que resuena en la pantalla, uno pregunta: “¿Dónde estás que no te veo?” “Acá, arriba tuyo, al lado de fulanita”. Curiosas modalidades que se imponen en la era de la virtualidad, donde ya no hay encuentros furtivos, o esa condición se adquiere cuando se corta Internet. 

“¿Qué están comiendo?”, preguntó Norita y mientras intercambiábamos menús intercalados con el análisis del mundo en el que vivimos y hablábamos de la pandemia, del neoliberalismo, de la incertidumbre, de qué va a pasar, y de cómo seguirá, ella dijo: “Esto no es fácil”. No, no es fácil. Claro que no. Enseguida empecé a pensar. Sabía que al día siguiente le tocaba transitar en domingo. No, no era fácil. ¿Y sí mañana vamos a verla?, pensé. 

Era el primer fin de semana en que aflojaba un poquito el tiempo y el espacio del “deneú” y eso nos daba cierto changüí para tratar de cumplir una deuda pendiente contraída con ella: “sacarla a pasear” —como dice Nora—, “sin bajarnos del auto”, “para ver un poco de gente, de calle, de vida”.

Mientras seguían charlando con Oscar, subí rápido la escalera de dos en dos y le pregunté a Dani: “¿Este finde, ya no circulan sólo los ‘esenciales’, no?”. 

Bajé corriendo de nuevo y le dije: “Norita, ¿querés que mañana te vayamos a buscar para llevarte a pasear?”. “Sí”, contestó feliz, antes de que terminara la frase. “Vengan a comer y después vamos”.

Y allí fuimos. Limpitos, desinfectados y con doble barbijo a la aventura que siempre implica el encuentro con Nora. “¿Adónde querés ir?” “Y… por acá ya vi todo… A Palermo, a La Boca”. Nos decidimos por el segundo destino. Fuimos a Caminito, pasamos por la Fundación Proa, la Usina del Arte, el Teatro Catalinas y el Parque Lezama. También fuimos a la Bombonera, obligados por su pedido y conmovidos por su entusiasmo. “La próxima al Monumental”, programamos. 

Y pasamos por el “Atlético”. Paramos frente a la silueta de antorchas que homenajea a los 30 mil. Nos detuvimos primero en silencio y luego comentando las “desbondades” del macrismo. Seguimos por Paseo Colón y llegamos a la Plaza. Sí, la Plaza de Mayo. La última vez que sus pasos habían redibujado esa ronda había sido el jueves 12 de marzo, de más de un año atrás. Unos días antes de que se iniciara la cuarentena. Después no volvió más. Siempre digo que las Madres no dejaron de ir nunca, durante más de cuarenta años desde que iniciaron esas vueltas infinitas en busca de sus hijos e hijas. Sólo el flagelo de la pandemia pudo poner un impasse al círculo hendido en las baldosas de ese escenario de la historia, y también esta vez lo que motivó esa decisión fue la defensa de la vida. 

La primera vuelta la dimos con el auto, para estacionar. “¿Querés bajar?” “Por supuesto”. Y tuvimos nuestra ronda. Dimos vuelta a la Pirámide que parecía agradecida de reencontrarse con ella, y registramos en imágenes inolvidables ese momento histórico. 

“Bueno Norita, nos vamos. La próxima paseamos por Palermo, ¿querés?”. “Sí, ¡qué hermoso día nos tocó!”. “Nos podemos dar un abrazo de lejos, cada una mirando para otro lado, como hiciste con Santi”.

En el camino de regreso me puse a revisar el celular. Federico, que siempre manda cosas interesantes, rememoraba una anécdota de Fidel cuando, al visitar Paraguay, saludó al pueblo hermano nombrándolo como “uruguayos”. “Fue un lapsus linguae, no mental”, explicó el Comandante. Sí, hasta él podía decir una cosa cuando quería decir otra. El lenguaje del inconsciente. Miré la fecha que figuraba al pie del escrito de mi amigo: 13 de junio. Y ahí caí en la cuenta. Se cumplían 44 años de aquella tarde en que, en manos de los personeros de la muerte, yo había sido llevada al submundo del horror llamado “Club Atlético”. Todo se resignificaba retroactivamente. La visita a ese lugar un rato antes y la ronda con Nora en la Plaza. Allí, acompañada por nuestros seres queridos, en un recorrido memorable. Nos miramos con Dani. “Sí, también circulan los esenciales”, dijimos los dos en un guiño al mismo tiempo, en una plaza llena de presencias, ese día en el que —sin saberlo, claro—, hasta Fidel habría de acompañarnos. 

¡Compartí este contenido!

Dejar un comentario