
La casa no tiene ventanas. En cada habitación hay una puerta de madera con vidrios fijos y postigos que se pliegan como un acordeón. Cada puerta tiene dos hojas que en la parte de arriba están unidas por un ventiluz, que siempre está cerrado para que no entre ni el frío ni los mosquitos. Todas las puertas de la casa dan al patio: la de la cocina, la del baño, la de la pieza, la del comedor, la del altillo. En el patio hay otra puerta que da al pasillo que compartimos entre dieciséis departamentos. Tengo vecinos en frente, tengo vecinos arriba, tengo vecinos al lado. Vivo en un conventillo.
En esta casa abrir la ventana es abrir la puerta. Y cuando abro la puerta, entran las voces.
Los caños de la casa son viejos, todo pierde filtra gotea. Pero eso no se ve. Lo que se ve son las plantas que no tienen ni nombre ni flores. Pienso en los caños porque tiene que venir el plomero, romper y arreglar, después el gasista, después revestir. El patio se va a llenar de polvo y escombros. Pienso en las plantas, las tengo que cambiar de lugar, salvarlas.
Todo esto lo escribí sin mirar para afuera. Es memoria, no observación, son fantasmas.
Lo que es una casa
lo que fue
lo que pudo ser.
Si miro para afuera veo una paloma que vuela al tapial del vecino, las llaves puestas con media vuelta en la cerradura, el cenicero con un pucho, un plato con agua y unos brotes de lazo de amor que quiero ver si prosperan, el tanque de agua de fundición, la bici que no uso desde que me caí pero sigue inflada, la manguera enrollada, uno dos tres cuatro cinco cactus, dieciséis plantas en trece macetas, una pared que se descascara, las luces de navidad que quedaron fijas desde el año pasado. La paloma volvió a cruzar, no sé realmente si es la misma paloma. No sé si enumerar es escribir.
Suenan las campanas que marcan las cinco de la tarde. El sonido atravesó el tapial, recorrió los dieciocho metros del pasillo, cruzó la reja que da a la calle y avanzó nueve cuadras que en Rosario miden entre 110 y 120 metros. Las campanas reproducen el sonido del Big Ben. A cada hora recuerdan el delirio de un inmigrante español que se hizo construir un palacio de seis pisos con departamentos, oficinas, pérgolas, portero eléctrico, mármoles, farolas, calefacción central y un portal de bronce inspirado en Las Puertas del Paraíso. Él vivía en el último piso, abajo del campanario que sigo escuchando noventa y tres años después.
Vuelvo al punto de observación. El patio tiene baldosas de granito de esas de antes, algunas están más opacas porque las quema el sol. Se podría hacer un estudio del movimiento de la Tierra mirando mis baldosas. El sol entra en el patio en diciembre y en enero, en febrero da contra la pared sin tocar las baldosas, los nueve meses restantes sólo llega un reflejo. A las cinco de la tarde ya casi no hay sol. Ahora son las 21.33 y la pared está pintada con la luz amarillenta de la vecina que charla con una amiga. Compraron seis latas de cerveza negra y no llego a escuchar bien porqué dicen que eso es una excepción. Pienso en prender las luces de navidad pero tienen pocas pilas y tendría que subir la escalera.
Mientras escribo dudo de la puntuación del texto y de mi respiración. Estoy congestionada por eso no prendo el ventilador y una de las hojas de la puerta está abierta. Tomo cerveza con una pajita porque cuando me caí con la bici me partí dos dientes. Si vuelvo a mirar para afuera me veo reflejada en el vidrio de la hoja de la puerta que está cerrada. La curvatura de mi espalda sobre la computadora da justo con el ángulo de la escalera de hierro que sube al altillo donde armé mi taller. En el taller hay una ventana que sí es ventana pero decidí dejarla para otro texto. Tengo un taller arriba pero escribo en la mesa del comedor.
A la casa le fallan los caños
le faltan ventanas
y un campanario.
A la casa le sobran ambientes
ocuparlos a todos es un trabajo.

Una respuesta
Ana maria
Hermosa descripción!!pinta la casa y el estado de ánimo. Clara escribís con el alma!!!