cuando miramos con los anteojos de la esi /nerina maqueira

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Hace algún tiempo, cuando Facebook todavía era “cool”, mis estudiantes me preguntaban una y otra vez si podían agregarme como amiga. Fue tanta la insistencia que decidí abrir un perfil exclusivo como docente, para compartirles algunos materiales sobre Educación Sexual Integral y, sobre todo, para ver cómo seguían sus vidas una vez terminado el cole.

Unos días atrás vi la foto de una exalumna, que ahora tiene veintidós años, con un niño recién nacido en sus brazos y un posteo largo y amoroso dedicado a su pareja. Se me cayó el alma al piso.

Ella había comenzado esa relación cuando estaba en cuarto año y tenía dieciséis recién cumplidos. Él ya había superado los treinta. Desde el equipo de Educación Sexual Integral (ESI) que teníamos ese año en la secundaria pública en la que además de referente ESI soy profe de inglés y referente de Educación Sexual Integral, trabajamos para hacerle ver la asimetría de un vínculo poco saludable para ella, que tenía todos los condimentos que tienen las relaciones que involucran a una menor vulnerable y a un señor que puede darle techo y comida, a un costo altísimo para ella. Cuando nuestra alumna egresó, por suerte, había logrado alejarse de él. En los dos años siguientes intercambiamos algunos mensajes y parecía que había sostenido esa distancia. Parecía, pero no.

Esa foto de mi exalumna va a la columna del “no se pudo”, junto a decenas de fotos más. En los casi diez años que llevo como referente ESI, esa columna es muchísimo más larga que la del “se pudo”, pero nunca se deja de intentar.

El primer recuerdo que tengo vinculado a la ESI en el colegio tiene que ver con Melina, de catorce años, que un día, a las ocho de la mañana, mientras yo intentaba explicar el verb to be, levantó la mano para preguntar qué tan manchado podía llegar a salir el pene luego de una relación sexual anal. Todavía no me había capacitado en Educación Sexual Integral, pero sí sabía dos cosas: que prefería que me lo preguntara a mí antes de que lo averiguara entre sus pares o en internet y que no iba a dejarla a ella ni a nadie sin respuesta.

Si puedo contestar esto, de ahora en más voy a responder todo lo que me pregunten, pensé. Y voy a darles explícitamente la oportunidad de que me pregunten.

Luego de haber hecho toda mi escolaridad en una escuela de monjas, que repetían que Dios nos miraba siempre y veía TODO lo que hacíamos, entendía el valor de tener un espacio donde preguntar con libertad.

A partir de ahí, con la formación que me iba brindando el aceitadísimo “Programa de retención escolar de alumnas madres, embarazadas y alumnos padres”, (que funciona desde 1999 en la Ciudad de Buenos Aires y tiene como principal propósito el abordaje integral de la temática del embarazo, la maternidad y paternidad en las escuelas de Nivel Secundario), fui ofreciendo a cada grupo de estudiantes que conocía, la oportunidad de hacer preguntas, despejar dudas y buscar orientación sobre cualquier tema que involucrara alguno de los cinco ejes de la ESI: cuidar el cuerpo y la salud, valorar la afectividad, garantizar la equidad de género, respetar la diversidad y ejercer los derechos.

“Profe, tengo un atraso”, “Me pica ahí abajo y no sé qué hacer”, “No podés quedar embarazada la primera vez, ¿no?”, “Mi novio no deja que me pinte”, “Mi padrastro me dice que está enamorado de mí”, “Mi mamá no me acepta porque soy lesbiana”, “Un pibe se sacó el forro cuando estábamos teniendo sexo”, “Me pegaron por ser gay”, “Estoy embarazada y no lo quiero tener”, “Mi vecino me toca para enseñarme a ser hombre”, “Mi papá me sacó el embarazo a patadas” …

El abanico de preguntas y de situaciones es infinito. También es enorme el rango de sensaciones que se produce al escuchar esas inquietudes. Desde maravillarme por el grado de naturalidad con el que preguntan algo que para el mundo adulto puede ser absolutamente tabú, hasta indignarme y llorar por padres que entran a las habitaciones de sus hijas para arruinarles las noches, los días, la vida.

La columna del “se pudo” es corta, pero reconfortante, con historias de vida que encontraron un cauce más amable.

En una ocasión, se acercó a hablar un alumno de diecisiete años que había recibido varios talleres ESI y que había participado de unas cuantas jornadas. Dijo que le había contado a su mamá todo lo que había escuchado en el colegio sobre violencia de género y la había convencido de irse de la casa para escapar de su marido golpeador. La decisión estaba tomada, pero no sabían cómo hacerlo sin exponerse a una reacción violenta del padrastro de nuestro alumno. Le dimos números de teléfono y direcciones de lugares donde podían contener a su mamá y orientarla en cuanto a la manera y el momento en que debían irse. Lo apoyamos y lo acompañamos durante todo el proceso. También lo felicitamos por su valentía. Y, claro, hubo lágrimas de emoción cuando nos contó que finalmente su mamá, su hermanita y él, vivían tranquilos en un lugar sin insultos, amenazas ni golpes.

Siempre digo que una vez que comenzamos a mirar a nuestras y nuestros estudiantes con “los anteojos de la ESI”, abrimos puertas.

Hace un tiempo, en el cole veía el cambio que se estaba dando en una alumna de tercero, a la que conocía desde primer año. Había modificado su forma de vestir, su corte de cabello, su gestualidad. Lo único que no había cambiado era su mirada triste.  En esa época había leído en Twitter un hilo hermoso e inspirador del usuario @_elmauro, que comenzaba así:

“Me viene naciendo un hijo de 12 años, en el lugar exacto en el que antes estuvo 12 años mi hija. Y a pesar de lo progre, de lo hippie, de lo friki, se me aflojan las piernas de pensarlo”

Me parecía que podía estar pasando algo de ese orden en mi estudiante. Si bien no me animaba a hablarle para no invadir su espacio, me preocupaba que estuviera atravesando en soledad un proceso tan profundo. Al final me acerqué y le pregunté qué había pasado en su ser durante el año y pico en que no habíamos compartido aula. Me dijo que no le gustaba quién era, que no se sentía cómoda en su cuerpo ni ser tratada como mujer. Incluso ya tenía elegido su nombre de varón. Dos nombres, en realidad. Nunca había hablado de eso con nadie. Tanto silencio mientras por dentro el mundo se le daba vuelta…

A partir de entonces, empezamos a pensar cómo abriríamos el tema en el colegio, con las autoridades, con sus pares, con docentes y preceptores. También, cómo lo contaría en su familia y qué red necesitaría para ser, finalmente, Noah.

Ya pasaron más de tres años desde que recibió su diploma, pero Noah sigue yendo al colegio a visitarme. Cada vez con más vello y la voz más gruesa. Cada vez más erguido, mejor parado ante la sociedad. Cada vez con más brillo en la mirada. Y ese brillo es una prueba contundente del valor de la ESI.

La columna del “se pudo” es corta, pero reconfortante. Y vuelvo a ella cada vez que siento que no se puede.

Para interiorizarse sobre la ESI y sus leyes asociadas:

Ley 26.150/2006 ESI

Ley 26.061/2005 de Protección Integral de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes

Ley N° 26.485/2009 Protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales

Ley N° 26.618 /2010 de Matrimonio Igualitario

Ley N° 26743/2012 de Identidad de género

Ley N° 26.904/2013 Incorporación al Código Penal de la figura de grooming como delito contra la integridad sexual

Ley N° 27.234/2015 Educar en Igualdad Prevención y Erradicación de la Violencia de Género

Ley N° 27.499/2019 Micaela

Ley 27501/2019 – Ley N° 26.485. Modificación. Incorporación como modalidad de violencia a la mujer al acoso callejero.

Ley N° 27.610/2021 Acceso a la Interrupción voluntaria de embarazo

Nerina Maqueira (Docente formada en ESI – Lic. En Psicopedagogía – Prof. de inglés)

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