
Noche de brujas
(o un blablableo espontáneo en torno a la brujería)
Se puede ser bruja o brujo, sólo en tanto nos separamos de lo humano. No obstante, eso involucra una enorme cantidad de energía puesta en despersonalizarnos, que se desplaza de la cabeza al cuerpo, y que si no sabemos bien cómo hacerla crecer en él, corremos riesgo de vida. La brujería no es para cualquiera; o en todo caso: para todxs y para nadie. Está claro que las mujeres somos quienes hemos aprendido el arte; quienes –a pesar de nuestros roles asignados, de la identidad impuesta– estamos más conectadas a la Tierra, por raíces que triplican nuestra medida erguidas. Pero no solamente las mujeres. He conocido niñxs brujos y un gato mitad ángel-mitad brujo, con quien hicimos un pacto celeste. Se puede ser bruja o brujo cuando nos permitimos otra lógica que no es la de la veneración a la cordura, cuando se baja el velo de lo todo-comprensible, cuando los enunciados dejan de ser algo solamente a interpretar –bajo las categorías de causa y efecto–, y se convierten en sonoridades, en vibraciones, como los bajos en una gran fiesta que se sienten en el pecho. Deleuze y Guattari, cuando dicen “nosotros los brujos, lo sabemos desde siempre” se refieren a la forma en que esos devenires producen una vacilación del yo, devenires animales que no invitan a ser “como un animal”, sino a la posibilidad de saber que un animal es en primer lugar una manada. No es estar en una manada (menos que menos humana), sino la fascinación por la multiplicidad. Alojar el destino múltiple de un pensamiento que no se reduce a pares de opuestos. Una bruja o un brujo no buscan constituir una familia edípica, sino una manada interespecie con la que viajar –aun cuando se trate de un viaje inmóvil, aun cuando sea de a dos, de un sí mismo y de un otrx–. “Nosotros sabemos” –dicen D&G– que entre un hombre y una mujer” (aunque también entre un hombre y un hombre, una mujer y una mujer, o una mujer y un gato, y etcéteras) “pasan muchos seres, que vienen de otros mundos, traídos por el viento, que hacen rizoma alrededor de las raíces”. Porque no sabemos quiénes vienen a poblar nuestros desiertos. Porque brujas y brujos ponen la racionalidad a disposición de otra forma de interpretar: el viento habla; los sueños cuentan mejor las noticias que los medios; la palabra casual de alguien se inscribe en un régimen no correlativo de sentido; la temporalidad no obedece a la flecha del tiempo: las respuestas vienen desordenadas. Ni individuos, ni especies, la despersonalización de una bruja o un brujo dibuja nuevas composiciones y nuevas variaciones musicales. Ni uno, ni dos. Mundo más mundo, como dos cosas de la naturaleza que forman paisaje, como el diseño de las monedas arrojadas que crea ese (este) hexagrama.
Silvana Vignale es Doctora en Filosofía. Investigadora Adjunta en CONICET y Profesora Titular de Filosofía y de Antropología Filosófica y Sociocultural, en la Facultad de Psicología (UDA). Ha escrito Filosofía profana: hacia un pensamiento de lo no humano (Nido de vacas, 2021), así como capítulos de libros y artículos en revistas especializadas. Docente en seminarios de posgrado, dirige además proyectos de investigación en CONICET y en la UDA. Insiste en mencionar que el encuentro con los gatos, la lluvia y el mismo Nietzsche, forma parte de un curriculum profano.

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