
Muchos de ustedes deben conocer el cuento de Horacio Quiroga —“El almohadón de plumas”—. Excelente ejemplo de literatura que te deja al borde, o del otro lado, del horror. Lo leí varias veces; en todas logra el mismo efecto.
Sorpresa.
Terror.
La edición que tengo de ese libro es preciosa. Una recopilación de cuentos escogidos de Quiroga en formato pequeño, papel biblia, publicado en 1958 por Aguilar. Pertenece a una biblioteca de la cual heredé una parte y que le recuerda, a nuestra familia, la muerte traumática de mi tía Alicia.
Alicia; el mismo nombre de la protagonista del cuento de Quiroga. ¡Oh casualidad!
Supongo que las muertes que se consideran evitables, injustas (que demandan justicia), piden palabras a gritos. Un intento de anudar una causa posible, un significado; algo que atempere el horror.
Hace unos días Netflix estrenó Adolescencia, una miniserie británica de 4 episodios que está dando de qué hablar. Impactante. Impresionante. Honda y dolorosa. Necesaria.
Su protagonista —Owen Cooper— encarna a un adolescente de 13 años que mata a puñaladas a una compañera de colegio. Eso lo sabemos desde el capítulo 1 pero nos cuesta, la serie entera, creerlo. A nosotros, a sus padres, a todos.
Pienso un rato con categorías psicoanalíticas, sin ponerme académica, y recurro a Freud. El concepto de siniestro (u ominoso, según la traducción) es “aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar”. Él se pregunta, “¿cómo es posible que lo familiar devenga ominoso, terrorífico, y en qué condiciones ocurre?”. Esa inquietud insiste, una y otra vez, en el texto de Freud y en la miniserie. Es quizás, a mi entender, su mayor acierto. Entrar en ese hueco que no detiene el afecto pero lo muestra, lo analiza, lo descompone, lo pone frente a nuestra mirada para interpelarnos. A nosotros, a los padres, a la sociedad, a este mundo cada vez más moldeado por lo virtual.
¿Cómo logran eso Jack Torne y Stephen Graham (los creadores de la serie)?
Entre otras cosas, con su modo. La serie está filmada en plano secuencia. La cámara va recorriendo las escenas en tiempo “real”, nos lleva de las narices al lugar que nos quiere mostrar y lo hace —en esa hora que dura cada capítulo— acompañando a los personajes. Me refiero, sin cortes, sin ediciones. Subiendo las escaleras, entrando a habitaciones, compartiendo —ilusoriamente— la escena “tal cual es”. Los cortes temporales quedan reservados de capítulo a capítulo donde, ahí sí, el tiempo se acelera. Un día, tres, siete meses, trece.
Con plano secuencia también se filmó el triciclo de la película “El resplandor” (Stanley Kubrick, 1980) y la escena de violación de “Irreversible” (Gaspar Noé, 2002). Esta última, la escena de violación, sólo pude verla una vez. De tan terrible, una sola —y definitiva— vez.
«Porque el tiempo lo destruye todo. Porque algunos actos son irreparables. Porque el hombre es un animal. Porque el deseo de venganza es un impulso natural. Porque la mayoría de los crímenes quedan sin castigo. Porque la pérdida del ser amado destruye como un rayo. Porque el amor es el origen de la vida. Porque toda la historia se escribe con esperma y sangre. Porque las premoniciones no modifican el curso de los acontecimientos. Porque el tiempo lo revela todo. Lo mejor y lo peor”.
(Irreversible, 2002)
La serie “Adolescencia” es tan interesante que nos permite hablar de cómo fue filmada, de sus actuaciones (impecables), de su forma de contar la historia. Y esos son los puntos con los que tratamos de corrernos un poco del afecto, quizás para tolerarlo. Como si detenernos en las actuaciones nos desviara de la conmoción que esas actuaciones generan. Capítulo a capítulo, la cualidad de lo increíble nos gana, en la espera de que no sea cierto eso que sabemos que sí lo es. Eso que necesitamos registrar, “comprender”, para poder transformar, cambiar, hacer algo.
Urgente, es ahora.
Viene a mi mente un libro (de formato pequeño también) que leí esta semana. “Parte de la felicidad” de Dolores Gil. La autora escribe sobre una tragedia personal —la muerte de una hermana en un accidente doméstico—. Dice:
“Al principio, la violencia de los hechos me parecía irreal. No podía ser verdad. Ayer mi hermana jugaba conmigo. Ahora un dios enfurecido se había llevado lo más preciado. Un domingo cualquiera la vida es apacible y en menos de un minuto todo desaparece”.
Así.
Irreversible.
Mirá “Adolescencia”. Nos interpela como sociedad.
Necesitamos frenar…
Daniela Manuli. Psicoanalista, escritora y docente de nivel superior.
danielamanuli@gmail.com

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2 Respuestas
SOLEDAD
Excelente artículo, felicitaciones!
Maria Laura Diaz
Que interesante la lectura del tiempo y del corte. Del freno abrupto de la tragedia y el despliegue del tiempo. Apelando a más lecturas, otras ficciones. Para explicar lo inexplicable. Gracias por el artículo!